Son tantas las veces que he escuchado repetir el lamento incorporado en el título de esta columna que quisiera compartir algunas reflexiones al respecto.
La frase se refiere a la paradoja de los países primario-exportadores. Esos que desarrollan solo sus recursos naturales pero quedan atrapados en el subdesarrollo al no poder encadenar esto a otras actividades industriales.
Los países –al igual que las personas y empresas– deben desplegar un plan estratégico que permita el análisis elemental de sus fortalezas, debilidades, riesgos y oportunidades. Con este plan se puede optimizar el uso de recursos, propiedades y condiciones que permitan crecer y alcanzar el desarrollo (mejorando la calidad de vida de los ciudadanos).
En ese sentido, el Perú cuenta con una de las biodiversidades más amplias del planeta. Abunda el agua, tenemos enormes recursos forestales y un importante potencial geológico, entre otros atributos. Sin embargo, no estudiamos ni desarrollamos el potencial que la biodiversidad nos ofrece. No acumulamos ni administramos racionalmente el agua (paradójicamente, muchos pueblos del oriente, donde se encuentra el 97% del agua del país, no tienen agua potable). No desarrollamos la industria maderera y hay oposición a la actividad minera. Por supuesto, nos quejamos de la “maldición” de la disponibilidad de los recursos naturales.
En el Perú, sin embargo, con solo la construcción de cuatro proyectos mineros hemos pasado a ser los segundos productores de cobre en el mundo, solo detrás de Chile. Nuestro vecino del sur ha hecho del cobre uno de sus principales instrumentos de desarrollo, construyendo en torno a este mineral todo un plan de desarrollo industrial, tecnológico y de servicios (clústers).
Los cuatro proyectos mencionados, además, están generando una dinámica socioeconómica muy importante en sus correspondientes localidades. Y la cartera de 46 proyectos mineros con los que disponemos, y que representan una inversión de US$50 mil millones –la cual es superior al presupuesto público del 2017–, sería suficiente para permitirnos imprimir una nueva dinámica económica, crear oportunidades de trabajo en construcción, desarrollo industrial, servicios y continuar reduciendo la pobreza.
Poca gente conoce o reconoce la intensidad del uso de tecnología aplicada a la actividad minera. Esta va desde la etapa de exploración, la explotación, los procesos metalúrgicos y el manejo adecuado de nuestra actividad para minimizar los impactos al medio ambiente (incluyendo el alto nivel en reprocesamiento del agua con la finalidad de recircular hasta el 95% del agua utilizada). Es por este gran esfuerzo que la industria minera utiliza solo el 1% del total del agua consumida en el país, lo que equivale, según la Autoridad Nacional del Agua, al 0,01% del agua disponible en el Perú.
Como ya es reconocido, la falta de norte y liderazgo de los últimos cinco años ha hecho declinar las inversiones mineras al punto que en el 2017 alcanzaremos probablemente al 20% de lo invertido en el pico del 2013. No obstante, las inversiones planeadas y autorizadas del pasado han permitido el crecimiento económico de hoy y la reducción de los niveles de pobreza del último lustro.
Increíblemente, hoy no tenemos en construcción ningún megaproyecto minero y solo los de mediano tamaño estarían progresando.
Ha llegado el momento de reducir la conflictividad social y hacer entender que el interés nacional está por encima del interés individual o de grupos. Lejos de lamentar contar con estas potencialidades, debemos trabajar en su desarrollo, educando e innovando para crecer intelectual y económicamente alrededor de nuestro principal punto de apoyo: los recursos naturales.
Al haber impulsado la actividad minera apenas desde la década de 1990, tenemos la ventaja de contar con operaciones mineras jóvenes y prospectos por desarrollar que nos permitirán trabajar con mayor productividad y competitividad que nuestros vecinos. No perdamos esta oportunidad.