En el reciente artículo “Impuestos al revés” (El Comercio, 25 de abril), el abogado Alfredo Bullard sostiene que los impuestos progresivos, es decir, aquellos en donde aumenta la tasa impositiva conforme aumentan los ingresos, “desincentivan el esfuerzo y uso de la inteligencia”.
Los impuestos, que existen para obtener bienes públicos, se obtienen gravando transacciones monetarias (como percibir ingresos) que nos alejan de la economía primitiva del autoabastecimiento y nos insertan en un sistema de especialización e intercambio que requiere de personas e infraestructura pública. Si bien mis ingresos provienen de mi esfuerzo, estos no caen del cielo, sino de la sociedad que me permite tenerlos, aquella a la que me debo y retribuyo con mis impuestos.
A mayores transacciones, mayor es 1) mi interacción con los otros y 2) el “uso” de esa infraestructura social, por lo que mayor deberá ser mi contribución al bien común. Por ello, en gran parte, se establece la progresividad en los impuestos en la mayoría de países.
En el Perú, la progresividad en el Impuesto a la Renta de personas afecta a las primeras 52 UIT anuales (un sueldo mensual de 14 mil soles aproximadamente). De allí en adelante la tasa de 30% es invariable. Si asumimos que el que gana más de 14 mil soles mensuales en el Perú ha logrado vencer las barreras estructurales que en nuestro país constriñen el crecimiento y desarrollo del capital humano, la tesis de Bullard podría tener sentido: ganar más sí podría depender solo del esfuerzo y la inteligencia y habría que eliminar la progresividad. Afortunadamente, la progresividad ya no existe en estos niveles, como no existe casi en países de ingresos tan altos como Suiza o Suecia.
¿Qué sucede, más bien, con quienes ganan menos de 14 mil soles mensuales, que, por lo demás, superan el 96% del Perú y que sí están afectos al sistema progresivo? Siguiendo esta lógica, ¿habría que ofrecerles una tasa impositiva fija o incluso regresiva (donde el más pobre paga más, como el Tributo Indígena decimonónico) para despabilarlos y motivarlos a esforzarse?
Decir que la progresividad desincentiva el esfuerzo y el uso de la inteligencia como regla general es tener una mirada parcializada e incompleta de la realidad. Aplicarlo al Perú sería ignorar todos los otros determinantes del ingreso: los grandes círculos viciosos de pobreza, desnutrición e infraestructura educativa, las redes de informalidad y las asimetrías de poder, los rezagos coloniales y conservadores que generan discriminación racial, sexismo y clasismo en los mercados laborales, entre tantas otras inequidades conocidas.
Una sociedad avanza si sus ciudadanos son conscientes de su propio derrotero histórico y si sobre él son capaces de crear algún tipo de proyecto común. Los impuestos progresivos han sido los pilares de las sociedades más desarrolladas del mundo. Los que ganan poco y los que ganan mucho pagan las mismas tasas por los tramos iniciales, y luego los que ganan más van entrando a tramos con mayores tasas. Es gracias a la contribución de estos últimos que se tiene la infraestructura social que facilita a todos una igualdad de oportunidades que premia –¡justamente!– el esfuerzo y la inteligencia. Ya en ese punto se podría afinar o eliminar la progresividad. Mientras tanto, criticarla per se es disparar contra un sistema cuyos logros probados son más pedagógicos que las bienintencionadas fábulas libertarias que pretenden desbaratarlo.