Omar Awapara

A fuerza de simplificar, podemos dividir en dos el tipo de que los peruanos esperamos el 28 de julio. Ambos comparten el hábito de tomar entre una y dos horas para describir la situación en que se encuentra el Estado y presentar luego una lista exhaustiva, sector por sector, de las reparaciones que harán a los ambientes de la casa de los Sueños de la que suelen dibujar como promesa a alcanzar en su gestión. Esa suele ser la norma en estos discursos.

Pero, a veces, ese ejercicio anodino y aletargante sorprende y deja caer un anuncio bomba. Estilo “”, digamos, para seguir en sintonía con la cartelera. Como las armas nucleares, esta variante no ha sido muy frecuente en nuestra historia, pero su solo recuerdo traumático nos impulsa siempre a elevar la mirada por estas fechas en busca de rastros de un Enola Gay surcando los cielos. Ocurrió cuando Alan García o Martín Vizcarra se convirtieron en “el destructor de mundos” (o el statu quo, para bajar la intensidad), y anunciaron su intención de estatizar la banca y adelantar las elecciones generales en sus discursos de 1987 y el 2019, respectivamente.

A pesar de la oportunidad que ofrece lo que los estadounidenses llaman el “bully pulpit” (la plataforma desde la cual tienen, a diferencia de otros poderes del Estado, la atención de la ciudadanía para impulsar una agenda), en esta ocasión optó por un larguísimo discurso de más de tres horas en modo “Barbie”, siguiendo la costumbre, y ahorrándonos la sorpresa “Oppenheimer”, para tranquilidad de unos y lamento de otros.

En esa decisión primó una lectura parcial de la realidad, alimentada por la relativa debilidad de la movilización social reciente, y la convicción de que es posible recargar el tanque de gasolina sobre la base de invocaciones y promesas de gasto, como las que abundaron en el discurso, para llegar hasta el 2026. Y, por cierto, la confianza de saber que el Congreso solo disparará balas de salva hasta entonces, porque comparte el mismo objetivo de sobrevivir hasta el final del mismo período.

Ello explica por qué Dina Boluarte apela a prevalecer por desgaste y opta por dejar a un lado toda intención de abandonar el cargo antes del 2026. Alternativas existían, como bien destacó Carlos Meléndez en una columna esta semana, poniendo sobre la mesa una jugada audaz para la presidenta, que consistía en hacer uso de un referéndum que podría extender su mandato tranquilamente hasta el 2025, al tiempo que aplacaba las voces que demandan un final anticipado.

¿Por qué no? ¿Por qué la presidenta decidió olvidar que había presentado un proyecto de adelanto de elecciones y, más bien, reiteró su intención de quedarse hasta el 2026? La primera respuesta está en que este gobierno piensa que con el gas alcanza. Para reprimir, con el lacrimógeno, cuando es necesario, como ocurrió en las afueras del Congreso mientras la presidenta pronunciaba su discurso. Y para repartir, con el natural, masivamente, en la zona sur del país. A punta de bonos, programas sociales y gasto público, Boluarte piensa, erróneamente, que puede obtener el reconocimiento de regiones que hoy la rechazan mayoritariamente.

La segunda respuesta involucra al Congreso. Boluarte sabe que puede contar con el apoyo del Parlamento, aun cuando la aprobación de la ciudadanía le sea esquiva, porque es en este poder del Estado donde residen los votos necesarios para una moción de vacancia. Un anuncio el viernes contrario al horizonte del 2026, que altere el statu quo, habría agitado las aguas del Parlamento y roto, de alguna manera, la tregua cómplice (por ser generosos) que se vive entre ambos poderes del Estado.

El paralelo con Vizcarra es atractivo, en ese sentido, ya que fue un presidente interino sin bancada que construyó su popularidad enfrentando al Congreso. Pero la diferencia esencial es que Boluarte no está en el terreno de las pérdidas, o en desventaja, como lo estuvo Vizcarra frente a los 73 congresistas fujimoristas. A diferencia de ese escenario, Boluarte tiene pocos incentivos para hacer una apuesta riesgosa, como un proyecto de adelanto de elecciones, porque tiene cierto entendimiento, acuerdo, pacto o como quiera llamársele, con el Parlamento, donde a pesar de no tener un solo congresista que responda por ella, una moción de vacancia aparece tan remota por ahora como una estrella distante.

Dicen que alguna vez dos personas caminando por el bosque se encontraron con un oso. Una de ellas se arrodilló y se puso a rezar por su vida y la otra se ajustó las zapatillas para empezar a correr. ¿Qué haces?, preguntó el primero, ¿acaso crees que puedes correr más rápido que el oso? A la carrera, el otro respondió: “No es necesario. Basta que corra más rápido que tú”. Vizcarra entendió que su supervivencia dependía de saciar al oso de la popularidad con el Congreso y correr más rápido que él. Boluarte, por el contrario, espera que sus rezos y promesas alcancen para desviar su atención. Pero, o el oso irá por ambos a la vez, o quizá, sin que ella lo note, los congresistas empezarán, en algún momento, a atarse los pasadores.

Omar Awapara es director de la carrera de Ciencias Políticas de la UPC