La contundencia de la actividad minera de Chile y el Perú en sus economías está por descontada. Un notado impacto a nivel cultural en la identidad nacional, tal vez en un país más que en el otro y, por cierto, un impacto social no menor. Sin embargo, aún se sigue mirando con cierta distancia al referido sector, aunque cada vez se evidencia que el valor agregado a la producción minera no solo es la transformación del metal en un producto, sino la propia integración de la industria minera con la economía del país.
Hoy habría llegado el momento minero para Chile y el Perú, claro está, siempre y cuando sus actores estén convencidos de una oferta complementaria, sostenible e innovadora que reconozca el aporte conjunto en desarrollo de alta tecnología que pueden generar, por ejemplo, obtención de hidrógeno aprovechando la luz solar con nanomateriales diseñados a base de óxido de cobre y dióxido de estaño.
Incluso una de las mentes más brillantes de la minería peruana propone crear una Zona Franca del Cobre integrada por ambos países.
La meta deberá ser promover y canalizar las potencialidades que genera la actividad minera binacional y, por cierto, el desarrollo de una robusta oferta de bienes y servicios que podría aspirar, teniendo como referente la experiencia entre estas dos naciones, en atender una mayor demanda internacional que crece a pasos agigantados como consecuencia de la demanda de cobre proveniente de la industria eléctrica, transformación energética, demanda de vehículos eléctricos que, por lo demás, consumen cuatro veces más cobre que uno a combustión. En buena hora existe la presencia de la adopción de energías renovables no convencionales por las dos economías.
La tarea es ser capaces de mostrarle al mundo que no solo podemos trabajar de manera conjunta en una actividad estratégica y extractiva con vocación de tradición, sino que podemos aspirar a convertirnos en una potencia minera en el extremo sur del mundo.
Una sana aspiración que, si bien podría generar algún grado de urticaria y también suspicacia, vale decir que hoy no estamos para chauvinismos. Para lo que sí estamos es para crecer juntos, sin tabúes, sin complejos, como dos naciones mineras que se miran y se reconocen de igual a igual.
Retrocedo 20 años y hago notar que lo expuesto fue una aspiración que quedó manifiesta con las limitantes de ese momento durante el Segundo Encuentro Empresarial Minero Chile-Perú (2003). Recuerdo que los titulares de dichas carteras firmaron la declaración mediante la que ambos países acordaron impulsar un grupo de trabajo Binacional Minero. Por tanto, las líneas de acción ya han sido trazadas, solo basta retomarlas, claro está, y que la voluntad política debe manifestarse con la responsabilidad de no caer en tentaciones ideológicas.
Un hecho que suma a lo expuesto es la decisión de Antofagasta PLC de ingresar a la propiedad de Compañía de Minas Buenaventura, la mayor minera peruana en términos de capitalización bursátil, que decidió vender el 19%, una transacción valorizada en US$539 millones y ejecutada en diciembre del 2023. Ello le debería permitir a Antofagasta PLC crecer en cobre y, por cierto, en las principales naciones que integran la franja minera.
Finalmente, es importante reconocer las oportunidades que exponen ambas economías: por un lado, el Perú mantiene un portafolio de proyectos mineros cercano a los US$58.000 millones, la mayoría de ellos de cobre, sumado a costos accesibles por debajo de la región en producción de energía y una producción de cobre con mayor espacio para desarrollarse. De hecho, el Perú produce 2,8 millones de toneladas de cobre versus los casi seis millones de Chile.
Mientras que Chile, por ahora, sigue siendo la principal reserva de cobre, cuenta con una actividad con mayor madurez, ofrece tecnología y capacidad para atender a la minería subterránea que, sin duda alguna, requerirá de la experiencia chilena, por ejemplo, servicios de mantenimiento, externalización de operaciones, tunelería, servicios y desarrollo de software para el sector.
Así las cosas, no olvidemos que la franja minera chileno-peruana se posiciona como la principal a nivel global, con 11 de las 20 minas de cobre más grandes del mundo y, en su momento, la actividad representó casi el 60% de las exportaciones de cada economía y en promedio aproximadamente el 9% del PBI de cada país.