El Perú vive una coyuntura crítica: lapso en el cual la historia se vuelve plástica y los cursos de acción que tomen los actores políticos serán determinantes para el porvenir. (No cualquier coyuntura tiene este carácter). La “crisis permanente” ha escalado: al proceso de polarización ideológica que atravesamos desde el 2016 (cada vez más personas se autoperciben de extrema izquierda y de extrema derecha, y decrecen quienes se ubican en el centro político), reproducido en el actual Congreso, se ha sumado la irrupción violenta del antiestablishment. El oficialismo intentó neutralizar la polarización al proponer “tablas” con las fuerzas opositoras del Legislativo. El Ejecutivo ofreció no caer en la tentación de cerrar el Congreso y este carecía de los votos para tumbarse a otro presidente. Así se logró un equilibrio de bajo nivel que garantizaba un empate mediocre.
Pero Castillo se olvidó de que el origen de su legitimidad no solo proviene de la izquierda, sino también “de abajo” y “de afuera” (de Lima). Empezó a crecer la percepción de que el profesor había abandonado el encargo de “no más pobres en un país rico”, había “traicionado” a su electorado. Así, lo que no pudo la derecha limeña con tantos fines de semana en el Campo de Marte, esperando mil horas para que los “caviares” se pusieran sus zapatillas, lo consiguió esa fragmentada suma de intereses sectoriales (transportistas, agricultores) que usufructúan los “privilegios” de la informalidad: la negociación permanente de las normas, convertida en chantaje hacia un gobierno débil. Si no hay amnistía, el conflicto social continúa.
No fue la calle la que se calentó, sino la carretera. Por lo tanto, esta escalada “movimientista” y violenta no obedece a colaboraciones eficaces de Karilines o Pachecos, sino a la incursión de un nuevo actor al cóctel explosivo: el lumpen. En una sociedad muy informalizada, la ilegalidad aprovecha esa porosidad. Lo que nos faltaba, un problema de seguridad pública: carreteras tomadas y el vandalismo echándoles más leña al fuego del desgobierno. Vladimir Cerrón ‘was right’: también se movilizó el lumpen-proletariado, allí donde no llega ni la cuarta espada del marxismo. En nuestro país no predominan ciudadanos republicanos, sino una masa de populistas gobernados por populistas. Nuestro populismo político hecho a imagen y semejanza de nuestra informalidad (ver “Populistas”, mi libro de última publicación).
La activación de las fuerzas del antiestablishment ha hecho tambalear no solo a Castillo, sino a todo el sistema político. Que la oposición más dura no se frote las manos ante una eventual caída presidencial, que Dina Boluarte y sus operadores reciclados dejen de calentar en la banca y no se prueben anchos fajines, que el “centro radical” (sic) no se ilusione con un nuevo episodio de superheroismo “republicano” instagramer. Estamos ante una pérdida de legitimidad del sistema político en pleno. Este es un “Que se vayan todos” con estallidos sociales como el de Huancayo. Vivimos un momentum destituyente.
La izquierda oportunista, más rápida en reflejos que la derecha, está convirtiendo cínicamente su propia crisis en supuesta salvación: construir un momentum constituyente, una asamblea para elaborar una nueva Carta Magna como la solución a la crisis perpetua. Pero ello tiene dos inconvenientes. Primero, una asamblea elegida en el actual contexto solo representaría la informalidad y la transgresión social. ¿Se imaginan a dirigentes de camioneros ilegales o de universidades bamba de constituyentes? La izquierda no se da cuenta de que el ganador de tal elección sería un antiestablishment alejado de la utopía socialista y más cercano al realismo achorado. Segundo, no hay sincronía entre una élite de izquierda constituyente y mayorías destituyentes. Un electorado antiestablishment, por definición, no construye nada. Por eso, una asamblea constituyente (sin liderazgo) en momentum destituyente se convierte en puro revanchismo sin norte ideológico. Una miradita a Chile no les vendría mal.
Sin acuerdo político plural para un momentum constituyente, ¿qué hacer? Convertir el momentum destituyente en uno reinstituyente. Es decir, promover una triada de reformas a partir de lo valioso que aún conservamos (y que no estamos dispuestos a sacrificar en una asamblea destituyente): salvaguardar los pilares de la economía de mercado (recordemos cómo salimos de la crisis de los ochenta), impulsar un proceso de descentralización sin corrupción (gran parte de la redistribución geográfica de la riqueza se obstaculiza por la corrupción subnacional) e iniciar una reforma política que dialogue con los dos puntos anteriores (con nuevas jurisdicciones electorales que reflejen los ejes económicos territoriales). Olvídense de la autonomía de la política, como para reformarla sin pensar en sus efectos económicos y sociales. Una crisis sistémica requiere una solución integral, una suerte de ‘shock’ institucional (cuya necesidad anticipé hace algunos años en estas mismas páginas).
Este paquete ha de hacerse desde este Congreso (no hay otra opción; cuadros valiosos existen), con participación de las instancias de la sociedad que puedan contribuir técnicamente (sector privado capitalino y regional, universidades con licencia) y legitimadas vía referéndum. No debería ser una reforma “terciarizada” o generada por “notables” (sin legitimidad más allá de su burbuja), ni sesgada ideológicamente (hay que desmonopolizar el debate reformista, hoy en manos exclusivas de la centroizquierda), y tampoco pensada para la confrontación entre poderes (como la reforma vizcarrista). Por ello debería ser un proceso independiente del destino de Castillo, pues plantearlo como condición para su salida sería contraproducente. No podemos esperar más tiempo mientras el Estado Peruano colapsa.
El resultado de la triada reinstituyente ha de reflejar una tercera vía. La derecha sensata no debería defender a raja tabla el statu quo de capitalismo informal y la izquierda responsable habría de apostar a conseguir transformaciones sociales, sin arriesgar su sueño socialista. La salida de esta coyuntura crítica es reformar sin refundar. Refundar, en las actuales circunstancias, daría al traste con los pilares del crecimiento económico. Reformar desde los principios de las libertades económicas y políticas podría traer una redistribución descentralizada. ¿Podemos convertir el “empate” en socialdemocracia?
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