El 16 de noviembre, en París, la Comedia Francesa abrió sus puertas, luego de la anulación de las representaciones de los días 14 y 15 debido al duelo nacional. Con la reapertura de la casa de Molière, no es solo París, sino Francia la que retoma, poco a poco, el gusto por la vida, luego de haber conocido el espanto durante este viernes 13, fecha que mereció mejor que nunca su funesta reputación.
Los innumerables mensajes de solidaridad y amistad que han recibido los franceses, tanto del Perú como de otros lugares, son testimonio del horror unánime que inspiran a todos los pueblos amantes de la libertad y de la fraternidad estos atentados dementes y salvajes. Estos hechos encuentran, evidentemente, un eco particular en el Perú, país que también ha sufrido, en su historia reciente, la violencia cobarde y ciega del terrorismo.
Cada uno, más o menos inconscientemente, siente que se trata de un enfrentamiento entre dos bandos. Por una parte, la civilización y, por otra, individuos que no conocen ninguna y que, lógicamente, desean abolir definitivamente todo rastro de ella. Ya sea que se trate de su forma más elevada, como las ruinas de Palmira, o de sus manifestaciones más populares , como el rock. Por ejemplo, la música que un centenar de treintañeros fue a escuchar en París para encontrar la muerte el pasado 13 de noviembre. Francia está en guerra, en efecto, porque la guerra está en Francia.
Ante un contexto excepcional, se toman medidas excepcionales. El estado de emergencia está vigente en todo el territorio nacional y ha sido prorrogado por el Parlamento por una inmensa mayoría. El presidente François Hollande ha anunciado, entre otras cosas, el refuerzo de los dispositivos de seguridad; una adaptación de la Constitución para tomar en cuenta estas nuevas amenazas (caracterizadas por el uso conjunto de las más sofisticadas tecnologías y de armas más arcaicas); y, por último, una intensificación de nuestra intervención militar contra Daech, al lado de todos nuestros aliados.
Las visitas realizadas esta semana por el presidente Hollande a Washington y a Moscú, así como las conversaciones con nuestros socios europeos (Alemania, Reino Unido, Italia, entre otros), han sido muestra de esta intensa movilización diplomática.
Estas medidas alcanzan un nuevo nivel luego de aquellas tomadas en reacción a las matanzas de “Charlie Hebdo” y del supermercado Hyper Cacher de Vincennes, en enero pasado. Porque la reacción del gobierno y del pueblo francés no había sido solamente manifestarse, sin temor, en favor de la libertad de expresión.
En aquella oportunidad algunos criticaron a los dibujantes asesinados, culpables de haber herido algunas “sensibilidades”. Planteo entonces la pregunta, quizás con brutalidad: ¿de qué eran culpables las víctimas del 13 de noviembre?
El plan de acción global presentado por el presidente Hollande no va a dar a los terroristas la satisfacción de utilizar en su contra los mismos medios que utilizan ellos sin restricción. La respuesta militar de Francia está dirigida al feudo de Daech en Siria. Ha apuntado a los combatientes, no a las poblaciones civiles. Va acompañada por el relanzamiento de un proceso político en Siria, que permanece como la matriz de la deflagración a la cual asistimos. Francia, sola, no tiene la llave para esta solución política, incluso cuando, desde hace cuatro años, se esfuerza para favorecer la aparición de un contexto de salida de crisis que asocie a todas las fuerzas políticas sirias no terroristas.
Por otro lado, la instauración del estado de emergencia no significa, en lo más mínimo, el fin de las libertades públicas en Francia, sino más bien una mayor capacidad de la autoridad administrativa para alcanzar, dentro de un marco temporal y geográfico limitado, los objetivos operacionales que las circunstancias requieren.
Los recientes sucesos policiales no habrían sido posibles si no se hubiese recurrido a estos instrumentos. Los controles en las fronteras se han restablecido, es cierto, pero Francia no se apartó del mundo el 14 de noviembre. La cumbre climática de la COP 21 se llevará a cabo, como está previsto, a inicios de diciembre, y la urgencia de un acuerdo es mayor en la medida en que las alteraciones climáticas conllevan potencialmente a más riesgos terroristas.
Evidentemente, lo que los terroristas esperan es precisamente empujar al pueblo francés a la falta, obligándolo a seguir, en contradicción a su historia republicana, la ruta de la exclusión y la intolerancia. Es lo que ellos esperan, naturalmente, con el fin de poder probar, retrospectivamente, la legitimidad de su lucha revelando el supuesto rostro verdadero de la República Francesa. Ellos detestan esta República, porque es la de los Lumière, del Abbé Grégoire, de Zola y del humanismo de Camus. Pero, en su delirio paranoico, solo toman en cuenta el lado sombrío, el del colonialismo, que no fue solo francés, y el de la esclavitud, sin recordar, por supuesto, que fue abolida por la misma República y restablecida por sus enemigos.
Evocar, como posible consecuencia de los atentados del 13 de noviembre, el temor de una guerra contra el islam o de una tercera guerra mundial, es un miedo infundado. En Iraq y en Siria, las víctimas de Daech son, sobre todo, otros musulmanes. Estos jóvenes franceses yihadistas son solamente algunos centenares. En el plano militar, son insignificantes y, como lo dijo el presidente Hollande ante el Congreso el 16 de noviembre, Francia ha conocido enemigos mucho más terribles. La inmensa mayoría de los musulmanes franceses, varios millones, están indignados por los actos de aquellos que ya no consideran sus correligionarios. Todos saben muy bien que su religión no los habría protegido nunca si hubiesen estado ubicados en la terraza del café Carillon la noche de los atentados.
“Il est de faux dévots comme il est de faux braves” (“Así como hay falsos valientes hay también falsos devotos”), decía Molière a Cléante en su obra “Tarfuffe”. Sí, en efecto, era más que urgente que la Comedia Francesa abriera, nuevamente, sus puertas en París.