Mañana se celebra el aniversario 488 de la fundación de Lima, a menos de un mes de haberse iniciado una nueva gestión metropolitana. Si bien siglos de historia no se pueden reescribir en un período de cuatro años, es inevitable que cada gobierno municipal se enfrente a las expectativas de una población urgida de necesidades y que ahora sobrepasa los diez millones de personas. Por eso, he recogido las cuatro prioridades que considero que debería tener la Municipalidad Metropolitana de Lima (MML) de cara a los próximos cuatro años; aunque algunas de ellas serán diametralmente opuestas a las establecidas por la actual gestión.
1. Una estrategia clara de crecimiento urbano sostenible tanto para el corto como para el mediano plazo. Si bien existen planes metropolitanos –que pueden considerarse más o menos consensuados, dependiendo del ángulo político desde donde se enfoquen–, lo que la ciudad necesita es una normativa técnica y específica sobre cómo, cuándo y dónde puede crecer. Este crecimiento, además, debe ser necesariamente ordenado y sostenible, garantizando el acceso a la infraestructura básica –agua, desagüe, electricidad y transporte–, pero también a servicios fundamentales como salud, seguridad, educación, cultura y esparcimiento.
2. Un sistema vial metropolitano que tenga como prioridad la movilización de los peatones y ciclistas; es decir, el transporte urbano local y sostenible. Dado que la MML forma parte del consejo directivo de la ATU y es a través de este organismo que atiende la –urgente– necesidad de integrar y articular el transporte público, la prioridad de la gestión municipal debería estar en la movilización que no es masiva y que históricamente ha sido relegada en pos de los vehículos particulares. Sobre todo, es imperativo coordinar con las municipalidades distritales el despliegue de una red metropolitana de ciclovías –actualmente aisladas e improvisadas–, así como la implementación de zonas peatonales que fomenten la movilidad local sin impactar de forma significativa en el transporte público masivo y el transporte de carga.
3. Asegurar el uso de los espacios públicos por parte de la ciudadanía, a efectos de que esta pueda disponer de parques, plazas, calles, clubes zonales, malecones y alamedas para transitar con total libertad y seguridad, tanto a nivel metropolitano como distrital. Asimismo, resulta importante que la gestión de la MML impulse y promueva los espacios culturales que se encuentran bajo su administración, como bibliotecas, galerías y museos, asegurándoles recursos adecuados –tanto materiales como profesionales–, así como las actividades culturales ambulantes, como ferias, pasacalles, procesiones y otras expresiones de arte urbano.
4. Coordinar la seguridad metropolitana a través de la policía y poner los recursos distritales al servicio de las comisarías. Esto requeriría de una pronta profesionalización –y eventual asimilación a la fuerza policial– de los efectivos de serenazgo, cuyas funciones no están adecuadamente reglamentadas y cuya existencia obedece a un contexto que hoy en día podría considerarse obsoleto. Además, esto eliminaría los conflictos que se producen al momento de atender siniestros en las zonas situadas en los límites de los distritos.
He considerado estas cuatro prioridades porque responden a la urgencia de que Lima sea funcional y confortable a su población, no el lugar extraño y hostil que es ahora. Antes de seguir sembrando cuestionable infraestructura, Lima necesita dejar de ser un lugar de paso para su gente, la ruta que lo lleva de un lugar a otro dentro de la cápsula de un vehículo motorizado. Necesita convertirse en un hogar donde las personas quieran quedarse, un espacio vivo donde puedan construir vínculos, donde se comprometan y se involucren a partir de sentirse seguras, atendidas y queridas; donde sientan que vale la pena vivir. En otras palabras, Lima necesita ser una ciudad desde donde se pueda generar una identidad y, desde ahí, construir ciudadanía.