En los últimos meses, la pandemia ha golpeado a los museos del mundo, precipitándolos a una crisis sin antecedentes. Según cifras proporcionadas por ICOM (las siglas en inglés del Consejo Internacional de Museos), prácticamente el 95% de estos “espacios públicos” han quedado temporalmente cerrados en el plano mundial. En muchos casos, esto ha generado pérdidas económicas que podría desparecerlos. Laura Lott, directora del American Alliance of Museums (AAM), asevera que, en su conjunto, estos pierden US$33 millones cada día.
La situación ha sido particularmente triste para el Museo Metropolitano de Nueva York, que este 2020 cumple 150 años de fundación (1870) y que ha tenido que cancelar todas sus programaciones, por lo menos, hasta octubre. Sin embargo, sus siete millones de visitantes anuales lo obligarán a replantear sus exhibiciones masivas para adaptarlas a la “nueva normalidad”.
Tres meses con la taquilla cerrada le ha ocasionado al Museo del Prado, en Madrid, una pérdida de 5 millones de euros. A principios del mes, reabrió sus puertas con una exhibición titulada “Re-encuentro”. Doscientas obras maestras de su colección permanente, magistralmente instaladas en la galería central del primer piso y en sus salas adyacentes, buscan atraer a visitantes del museo. Pero el Prado se ha tomado muy en serio los nuevos protocolos sanitarios: su aforo es restringido y el recorrido, dirigido. Por no cumplir con dispositivos sanitarios, en marzo el personal de atención y vigilancia del Museo del Louvre, en París, entró en huelga y obligó al museo a cerrar sus puertas. En esta coyuntura, repleta de miedos e incertidumbres, las mascarillas sanitarias decoradas con obras de arte cifran simbólicamente la función protectora y sanadora de la cultura y el arte; una iniciativa retomada por los artesanos populares de Sarhua, que las manufacturan con diseños andinos tradicionales.
Los museos pos-COVID-19 tendrán que reconfigurarse y replantear formas alternas para la experiencia museística. Poco a poco, las industrias culturales masivas se convertirán, quizá, en reliquias del pasado.
En el Perú, la pandemia ha puesto en evidencia la precariedad y vulnerabilidad de las instituciones culturales del país. La situación del Museo de Arte de Lima (MALI) es emblemática. Según el dramático comunicado de Juan Carlos Verme, presidente de su Consejo Directivo, el MALI “ha sido afectado en todas y cada una de sus fuentes de sustento”. Producto de sus deslumbrantes exhibiciones y catálogos razonados, en la última década el MALI se ha posicionado internacionalmente con excelencia y liderazgo. Es el único museo del país con una colección de 19.500 objetos artísticos que abarcan toda la historia estética del Perú: precolombina, virreinal, republicana y contemporánea. Su último director, el célebre gestor cultural español Bartomeu Marí, renunció en plena pandemia, antes de implementar su plan integral de “sostenibilidad” para la institución y, poco antes, habían rodado las cabezas de los directivos y curadores que pusieron en valor las colecciones del museo. Un tiro a los pies o a la cabeza.
“Los museos no son edificios”, ha aseverado el crítico de arte Gustavo Buntinx. Los museos son instituciones vivas; no estáticas ni de piedra. Dialogan y forman parte medular de nuestras comunidades, educándolas con valores, ciencia, historia y arte. En Europa y en América del Norte, los grandes museos se habían adaptado a la cultura internacional del exceso y del mercado hiperconsumista del arte. Ahora, el patrimonio cultural de cada país tendrá que ser el detonante que genere y refuerce los imaginarios sociales nacionales.
En el Perú, los museos han cerrado sus puertas al público durante la emergencia sanitaria, pero siguen activos en las redes sociales. El Museo de Osma ofrece ‘tours’ guiados virtuales a sus salas de exhibiciones y anuncia seminarios de arte virreinal internacionales. El Museo Larco promociona piezas estelares prehispánicas por TV con narrativas innovadoras. El MALI continúa con sus subastas benéficas. En tiempos de pandemia, el usuario digital sustituye al público real en el nuevo mercado de consumo. En este proceso, se desmaterializa el arte y se amenaza con convertir a los museos en casas abstractas de la memoria.
Lamentablemente, el Perú es un país de peligrosas contradicciones. En plena pandemia, las nuevas facciones políticas populistas del Congreso pretenden gravar el patrimonio cultural con nuevos impuestos. El “coleccionismo” del arte nacional es, para ellos, la “mercancía de lujo” de la gente rica. Por su parte, el Estado Peruano no sale de su apatía e indiferencia frente a la escandalosa depredación y pérdida sistemática de su patrimonio arqueológico, artístico, bibliográfico y documental. Y, al final del día, los ministros de Cultura, muchos de ellos académicos de renombre, terminan siendo utilizados como figuras públicas “fusibles” que firman, avalan y promueven agendas económicas con nombre propio, que ponen en entredicho el valor histórico, arqueológico y artístico del país.
Nota del editor: Esta columna forma parte de una serie de artículos en la que distintos especialistas, invitados por el área de Opinión de El Comercio, reflexionan sobre cómo la cuarentena que hoy cumple 100 días ha impactado en diversos ámbitos de nuestra sociedad.