Santiago Pedraglio

Una perniciosa manifestación de la crisis peruana actual es el pragmatismo cortoplacista y sin proyecto. Es una forma de entender la política –y de practicarla– que no solo se ha normalizado; además, se le otorga valor porque supuestamente responde mejor a la cotidianidad política nacional. Dicho de otra manera, ahora resulta que, en política, si se quiere ser exitoso, hay que ser pragmático y cortoplacista.

¿Cómo se manifiesta este pragmatismo inmediatista? Se revela en un gobierno que cambia de ministros casi semanalmente, según la coyuntura, y que abandona proyectos de mediano o largo plazo en aras solo de su supervivencia. Se muestra en una oposición solo centrada en la vacancia, sin preocuparse por el impacto que generarían en nuestro endeble sistema político los ajustes institucionales que quieren aplicar para facilitar la remoción de .

Consecuencia de este cálculo pragmático inmediatista –a menudo impregnado de un espíritu informal, componente transversal de nuestra sociedad– es el reinado de la pasividad, la inercia y la resistencia a tomar decisiones consensuadas que reordenen el escenario político e impulsen la solución a una crisis que, finalmente, no hace sino alimentar liderazgos como el de Antauro Humala.

El pragmatismo no es, sin embargo, el único origen de la crisis. Se le suman la falta de institucionalidad de los partidos –un caudillo, su cofradía y volátiles acompañantes, un clásico peruano–; la improvisación al tomar decisiones; la invasión de la política –el asalto, diríase– por minipoderes fácticos con primacía de intereses individuales o de grupo; y la polarización ideológica oficialismo-oposición parlamentaria.

Mañana, en las elecciones, se expresará, muy probablemente, una derrota de los partidos “nacionales”, salvo en Lima y quizás en alguna otra región. Es factible, sin embargo, que esto no tenga efecto práctico, ni en las agrupaciones del Congreso, ni frente a la polarización Ejecutivo-Legislativo (vacancia versus disolución).

También en las gestiones locales y regionales, el pragmatismo, la primacía de intereses particulares, la improvisación y el cortoplacismo se traducen en una nociva falta de interés por el futuro común, así como en la carencia de un debate riguroso sobre las agendas urgentes. Esto alimenta la desconfianza de los ciudadanos.

En la última encuesta del IEP, el 60% considera que lo más conveniente es “que haya elecciones generales y se elija a nuevo presidente y nuevos congresistas”; y el 31%, “que Pedro Castillo se mantenga […] hasta el 2026″. Es lamentable que siga primando el pragmatismo entre los actores políticos, que prefieren la defensa de sus intereses de corto plazo a una salida consensuada –reclamada, según las encuestas, por la gran mayoría del Perú–, que priorice los intereses ciudadanos y el bienestar del país. No obstante, la política, si no mira hacia el futuro, terminará por autodestruirse.

Santiago Pedraglio es sociólogo