La dualidad de la catástrofe pandémica en el Perú –la peor crisis económica y la mayor pérdida proporcional de vidas en América Latina– ha despertado la sensación de que el resultado no podía haber sido de otra forma por lo incapaz de nuestro Estado.
Este determinismo institucional de conclusión fatalista es una falacia peligrosa.
PARA SUSCRIPTORES: La vieja normalidad, por María Alejandra Campos
La base del argumento es que la incapacidad de nuestro Estado para poner en marcha de manera sistemática y eficaz medidas inteligentes contra la pandemia, tiene su origen en nuestra precariedad institucional. No tengo ninguna discrepancia con esto. Las reglas de juego del sistema político peruano y del funcionamiento del Estado nos llevaron a abandonar por décadas al sector salud, y terminamos con el muñeco de trapo mal cosido compuesto por Essalud, el SIS, el Minsa, las redes sanitarias de las fuerzas armadas y la policía, y una Susalud merecedora de audio “a lo Telmo”.
Lo mismo ocurrió en otras áreas relevantes del Estado.
Un síntoma claro de esta incapacidad es la altísima rotación que ha habido en puestos clave del Minsa, como la dirección general de epidemiología, que mencioné en una columna reciente. Es claro que con una tecnocracia en salud estable, competente, con decisiones consistentes en el tiempo y que continuamente mejora sus políticas, habríamos logrado mejores resultados en esta pandemia.
El problema ocurre con el salto a concluir lo inverso: que por causa de estas deficiencias, era imposible evitar la catástrofe. Es decir, que un Estado capaz era la única forma de evitar la desgracia extrema frente al COVID-19.
Esa conclusión es falaz porque la incapacidad del Estado peruano no es un bloqueo absoluto y general a la acción efectiva. La incapacidad del Estado es muy relevante para entender por qué no puede llevar a cabo acciones que requieren coordinación y adaptación durante un horizonte largo de tiempo para lograr resultados. Eso va desde entregar bien el correo hasta arreglar las calles y lograr que los niños aprendan.
Pero cuando se trata de acciones puntuales que no requieren construir una burocracia, hay formas de actuar sin dejarse bloquear. Si no, el Estado peruano no habría podido hacer nada bien nunca, y no es el caso. Preguntémonos sino por qué el mismo Estado puede hacer campañas publicitarias exitosas para promover el turismo que son premiadas internacionalmente, pero no puede hacer una campaña con información de salud pública básica durante una pandemia.
O por qué puede construir toda la infraestructura para los Juegos Panamericanos en tiempo récord pero no puede montar infraestructura y procesos básicos para hacer pruebas en mercados y transporte público, o pagar bonos sin grandes aglomeraciones.
O veamos a otros países que están lejos de ser primer mundo. ¿Por qué Ghana puede poner en marcha en poco tiempo un aplicativo de rastreo de contactos y el Perú no? ¿Por qué el comunista Estado vietnamita puede colaborar con el sector privado para desarrollar velozmente su propia prueba diagnóstica y el peruano no?
¿Realmente necesitábamos un Estado ultracompetente para hacer estas cosas medianamente bien? Ninguna requiere usar o crear una burocracia grande y compleja.
Es muy posible, por lo tanto, que lo que esté fallando sea nuestra estrategia, y el determinismo institucional nos lleva a soslayarlo al concentrar su atención en el Estado incapaz. Eso es muy peligroso porque dificulta la crítica constructiva y el aprendizaje necesarios para corregirla, y nos atora en una discusión sobre cómo prevenir el siguiente incendio mientras el fuego nos devora.
Lo urgente hoy es entender las fallas de diseño y ejecución que ha tenido la estrategia peruana y corregirlas. Adelanto dos que me parecen fundamentales para transitar con éxito a esta nueva etapa en la pandemia. La primera es tomar en cuenta precisamente que el Estado peruano es muy débil y que por lo tanto esta batalla requiere sumar esfuerzos de la sociedad civil (academia, empresa, etc.). El Gobierno ha tratado de librarla solo, y requiere una estrategia más colaborativa. La segunda es que no tiene los liderazgos que necesita en puestos clave para un diseño y ejecución efectivos. Si hay una situación que exige al Gobierno salir de su zona de confort y convocar a talento extraño (en lugar de la medianía conocida) es esta.
Era imposible no equivocarse en esta pandemia. No es imposible corregir y mejorar.