Ruth Anastacio

Mira la pantalla de tu laptop, el teclado, la pantalla de inicio de tu smartphone. Recorre visualmente la habitación donde te encuentras. Dirígete a algún lugar, observa los letreros con los nombres de las calles, ve al paradero e intenta subir a un bus. ¿Cuántos textos, logos o signos encontraste? Quizá no seas consciente de que te desenvuelves en un donde la habilidad de leer evita que te pierdas o incluso puede salvarte la vida.

Tampoco eres consciente de que esta interacción permanente con el contexto alfabetizado mantiene vigente tu habilidad de lectura o te permite desarrollarla. Bien decía el educador que “la lectura del mundo precede a la lectura de la palabra”. Ahora imagina una zona rural, una comunidad donde la estadística oficial en el Perú reporta que cerca del 25% de las mujeres mayores de 15 años no sabe leer ni escribir.

En Dispurse observamos que no solo existen personas en condición de , sino comunidades en esta situación, donde el contexto alfabetizado se limita a un cartel que da la bienvenida a los visitantes y a la propaganda ocasional que se coloca cuando se avecina una elección. No cuentan con puestos de venta de periódicos ni bibliotecas y los libros, en la mayoría de los casos, se mantienen resguardados en las escuelas.

Es importante que no equiparemos las limitaciones que enfrentan las personas que no han iniciado o concluido su educación básica con la carencia de aprendizajes o de experiencias de alfabetización, ya que su desenvolvimiento en el trabajo y en la vida familiar, además de sus saberes culturales, les han permitido seguir aprendiendo e interactuar en los diversos espacios de la sociedad.

Pero tampoco debemos cerrarnos a esta dramática realidad. El nivel de pobreza en cuanto a la lectura la da la tenencia de libros en el hogar. Según un estudio del 2021, entre los países de la OCDE, el 33,1% de los adultos tiene más de 100 libros en casa. En el Perú, lo tienen solo el 4,4%. Stanislas Dehanae, en su libro “Aprender a Leer”, afirma que hay dos índices que influyen en los desempeños lectores de los niños: el nivel educativo de la madre y la cantidad de libros que hay en la casa.

Tomando estos dos índices, además de la tasa de analfabetismo y los preocupantes resultados de , tanto en estudiantes de la educación básica como en adultos, se hace urgente incrementar los esfuerzos de las acciones educativas que inicien con la alfabetización, entendiendo que este es un requisito previo indispensable para la emancipación personal, social y política, como refiere la Unesco, y la promoción de la lectura, que considere también enriquecer los contextos alfabetizados de las poblaciones rurales, porque no solo se leen los libros.

Resulta clave entender que la lectura no solo es recreativa, sino sobre todo un medio para obtener información y conocimiento sobre temas relevantes que impactan en la mejora de nuestra calidad de vida, como la salud, el cuidado de nuestros hijos, las prácticas productivas, la generación de emprendimientos, el ejercicio de derechos, la preservación de nuestra cultura y muchos otros aspectos.

Se debe apuntar no solo a implementar bibliotecas de la manera tradicional, sino a desarrollar espacios de lectura comunitarios como lugares de encuentro para fomentar prácticas lectoras y la transmisión de experiencias. Estos espacios deben basarse en las características, necesidades y prioridades de los habitantes de una comunidad donde se revaloren las prácticas culturales, los saberes, tradiciones, creencias y valores, visibilizados en la generación de textos multimodales escritos o a través de la transmisión oral entre pares.

Todos los recursos de lectura que enriquezcan la alfabetización de los contextos de las diferentes comunidades del Perú aportarán también a la formación continua y a lo largo de la vida de las personas, lo que se traducirá en desarrollo humano y económico de una nación; un beneficio que no solo cambiará la vida de las poblaciones más vulnerables, sino la de todos. Como ciudadanos debemos demandar estos esfuerzos que, como demuestran algunas experiencias exitosas en las regiones de Cajamarca y Cusco, no se necesita de grandes recursos para implementarlos, sino, sobre todo, de la voluntad de los miembros de la comunidad y de sus autoridades.

Ruth Anastacio es gerente de operaciones de la Fundación Dispurse