“En la historia del Perú, muchos partidos políticos se repartieron cuanto espacio estatal pudieron cooptar para pagar favores a sus simpatizantes”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
“En la historia del Perú, muchos partidos políticos se repartieron cuanto espacio estatal pudieron cooptar para pagar favores a sus simpatizantes”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
/ Giovanni Tazza
José Ugaz

El título de este artículo es el del libro escrito por la periodista británica Michela Wrong sobre la historia del keniata John Githongo. Este, luego de desempeñarse como secretario ejecutivo del capítulo de Transparencia Internacional en su país, fue nombrado asesor del flamante presidente Mwai Kibaki en materia de transparencia y anticorrupción, y asumió el cargo de secretario permanente de Gobernabilidad y Ética de Kenia.

Después de intentar –sin éxito– convencer al presidente de que sus ministros estaban exigiendo sobornos, Githongo saltó a la fama tras denunciar públicamente el escándalo “Anglo Leasing”. En esta estructura fraudulenta, varios ministros y altos funcionarios del gobierno del que Githongo formaba parte manipularon 18 contratos relacionados con sobrevaluaciones o empresas fantasmas, y se beneficiaron con US$571 millones.

Debido a estas denuncias, Githongo fue considerado un traidor al gobierno y a su tribu (Kikuyu), por lo que debió pasar a la clandestinidad y refugiarse en Inglaterra.

Para comprender la real dimensión de lo ocurrido y por qué la denuncia pública de esos actos de corrupción fue catalogada como un acto de traición tribal, es necesario entender que en Kenia, como en muchos países del África subsahariana, los partidos políticos se organizan en torno a la identidad étnica de sus integrantes. Es decir, según las diversas tribus que existen en cada país. En Kenia, coexisten los kikuyu –la mayoritaria–, los kalenjin, los luyha, los luo, entre otros.

Esta característica de la política africana implica que cada cierto tiempo, dependiendo de la duración de los períodos presidenciales, se produce una alternancia de las tribus en el poder. Luego de haber estado marginada de toda autoridad, la tribu que accede al gobierno entra a controlar totalmente el aparato estatal y realiza una razia en el sector público: barre a todos los funcionarios que ingresaron en el gobierno anterior y coloca a los integrantes de su clan. Ocurre así lo que, en la lógica tribal de Kenia, llaman “nuestro turno de comer”. Después de haber estado años al margen de la cosa pública, observando desde fuera el “banquete” que se ha procurado alguna tribu rival, ha llegado el momento del desquite.

Como explica Githongo, muchos de los miembros de la élite de su país pasan cinco o más años educándose en las mejores universidades de Inglaterra, donde se cultivan en principios democráticos y de buen gobierno. Sin embargo, al regresar a Kenia se activa de inmediato este poderoso sentido de pertenencia tribal que se antepone a cualquier otro criterio y se convierte, en muchos casos, en el leitmotiv esencial de quienes incursionan en la vida política o pública.

Como se comprenderá sin dificultad, esta dinámica de alternancia en el poder enraizada en poderosos sentimientos de identidad tribal impide la formación de una carrera pública meritocrática. Una que garantice la sostenibilidad y continuidad de aquellas políticas públicas que permitirían el anhelado desarrollo de un país. Lo tribal se monta sobre el sentido de bien común general, objetivo al que aspira un Estado-nación, y por encima de comunidades específicas.

Aunque nuestra nación no se fundamenta en estructuras tribales, la realidad de la política africana no nos resulta tan lejana. El gran científico social peruano , autor del extraordinario libro “Clases, estado y nación en el Perú”, solía decir que “cuando se acaba la política, surgen las tribus”. En el pensamiento de Cotler, el tribalismo es una expresión de la posmodernidad que implica la desintegración del sentimiento nacional y de la clase política, para ser reemplazados por los valores e intereses propios de diversos grupos que ven al Estado como una recompensa a la que buscan acceder para satisfacer sus propios intereses.

Es cierto que en la historia del Perú, muchos partidos políticos que han accedido al poder implementaron, salvo honrosas excepciones, la filosofía tribal de “nuestro turno de comer”. Se repartieron puestos públicos, ministerios, gobernaciones, embajadas, prefecturas y cuanto espacio estatal pudieron cooptar para pagar favores a sus simpatizantes. Pero es cierto, también, que nunca antes como ahora se ha expresado esta actitud tribal de asumir al Estado como botín a repartirse entre quienes estuvieron, por muchos años, como observadores de un banquete ajeno.

Esto explica el afán por copar los puestos públicos clave con personas de la propia tribu: familia, paisanos, maestros, afines ideológicos, miembros del pequeño partido que alojó al candidato y otros proveedores de favores. No importa que carezcan de absoluta idoneidad o capacidad, o que vengan precedidos de pergaminos de corrupción.

Con el argumento de que “por 200 años gobernaron ellos” (los de otra tribu), el Perú se está convirtiendo en un caos institucional y de gobernabilidad sin precedentes. Prueba de ello es que, en solo seis meses de gobierno, han rotado varios ministros de Estado y decenas de altos funcionarios que no resistieron la mínima prueba de competencia u honestidad en el cargo nombrado.

Después de lo ocurrido en los últimos días, que ha puesto al desnudo las limitaciones del presidente, si este no se zafa de la lógica tribal y abre su gobierno a quienes tienen la capacidad para ayudarlo a conducir eficientemente el país en lugar de beneficiarse de él, queda muy poco espacio para el optimismo.

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