Mabel Huertas

El fin justifica los medios. Los fuegos artificiales lanzados por los que cantan victoria ante el enemigo disuelto nos distraen de la reflexión sobre el respeto al marco constitucional. Peor aún, ¡ay del aguafiestas que lo someta a duda! La custodia de la institucionalidad, más allá del elenco fusible de cada 5 años, resulta ‘old fashioned’. Son tiempos de ser arriesgados en el ajedrez político millennial.

Hablemos claro, un gran porcentaje de peruanos es tolerante al quiebre democrático cuando el país atraviesa tiempos difíciles. Con gran sentido de la oportunidad, el Proyecto de Opinión Pública de América Latina publicó, dos días después de la , un cuadro comparativo entre diez países de la región en donde el Perú figura como el país que más apoya los autogolpes. El estudio, realizado en el 2018, señala que el 58,9% de los encuestados respondió que está de acuerdo con que el presidente cierre el Congreso y gobierne sin él. Esta no es una tendencia en América Latina a pesar de compartir los mismos dilemas y precariedades en la construcción de la democracia. Por ejemplo, México se encuentra en un lejano segundo lugar del ránking con 28,1%; y Argentina, en el décimo puesto, alcanza un 13,2%.

Estas cifras, reflejadas también en encuestas locales, explican la ligereza con la que muchos, hastiados de este odioso y avasallador Congreso con su irracional mayoría, han asumido la radical decisión de disolución por una confianza denegada de manera “fáctica” y, al mismo tiempo, abrazan con gran optimismo un nuevo comienzo. Para este grupo, el pasado reciente es mejor dejarlo atrás junto con los 27 miembros de la Comisión Permanente y sus solícitos accesitarios, que con disfuerzos y contradicciones intentan ser un congreso que ya no son.

Pero, malas noticias. La historia siempre tiene su revancha y de no quedar zanjados los cuestionamientos sobre los fundamentos constitucionales del presidente para la disolución del Congreso, tarde o temprano el antecedente de lo que puede ser una antojadiza interpretación de la Constitución, será vil herramienta o moneda común para desactivar oposiciones o, siguiendo con la lógica populista, el arma que destruye a los “malos” podría ser el búmeran que más adelante haga los mismo con los “buenos”. Por el contrario, de ser favorable la posición del Tribunal Constitucional, el mandatario tendrá mejores cimientos para emprender el último tramo de su gobierno, algo que sin duda va a necesitar.

Martín Vizcarra, sin enemigos ni obstrucción, deberá demostrar que sabe gobernar sobre temas que afectan directamente al ciudadano como inseguridad y salud. Sin embargo, la elección de su nuevo Gabinete revela una vez más la grisura de sus integrantes. Solo basta revisar el patrón, estilo “Friends & family”, en las designaciones ministeriales en sus 19 meses de gobierno: viceministros o funcionarios ascendidos, enroques de cartera y congresistas cercanos. El presidente prefiere mantener su círculo de confianza y la elección de su paisano moqueguano Vicente Zeballos como primer ministro es una prueba de ello. La seguridad que necesita en su entorno es tal que no duda en desafiar a la opinión pública al reincorporar a su amigo Edmer Trujillo al Ministerio de Transportes y Comunicaciones, quien en su momento tuvo que renunciar por los cuestionamientos a su deficiente administración en el sector y que costó la vida de 17 personas en un terminal informal. ¿Usted escuchó alguna voz de protesta? Yo tampoco. Este último gesto casi inadvertido por la distraída ciudadanía que aún vive la resaca de la disolución muestra el poder que el presidente concentra hoy, sin contrapesos.

Es cierto también que no muchos estaban dispuestos a ceñirse el fajín ministerial. Pero si el jefe de Estado ha ganado el partido y tiene a la barra brava celebrando, ¿por qué no logró ser más convocante y adherir ministros con más brillos o perfiles más altos? Probablemente porque algunos no están dispuestos a acompañarlo en esta aventura de dudosas bases constitucionales o el sacrificio sea demasiado como para formar parte del entorno de un presidente que no admite ministros con luz propia.

El reto en esta nueva etapa es más grande aún porque al ser tan altas las expectativas en un con la cancha libre, mayor podría ser la decepción. La izquierda, tan proclive a patear el tablero, podría ser la primera en traicionarlo si es que las demandas sociales o los puntos de su agenda no son satisfechas. El presidente no debe perder de vista que la campaña electoral empieza pronto. Sin partido, ni duchos operadores políticos, queda vulnerable frente a la retórica de los candidatos que buscarán en sus diferentes regiones señalar las ausencias u omisiones de un gobierno cuya gestión del Estado ha sido mediocre.

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