El nuevo Congreso, por Alberto Beingolea
El nuevo Congreso, por Alberto Beingolea
Alberto Beingolea

Al momento de escribir estas líneas solo cuento con números preliminares. El conteo rápido indica que el próximo Congreso será dominado por el fujimorismo, que tendrá muy probablemente una mayoría absoluta.

A esto hay que sumar una segunda consideración: esa bancada mayoritaria no estará integrada por gente con agendas propias y variadas (como la humalista, que se va), sino que será una bancada sumamente disciplinada, lo que siendo un mérito, a la luz de su particular historia, puede no serlo tanto.

Si Keiko Fujimori es electa presidenta, tendrá todo el poder y no tengo duda de que lo usará, como lo hizo su padre, sin aceptar contrapesos. Si en cambio perdiese la segunda vuelta, el Congreso podría convertirse en un duro escollo para el próximo gobernante.

Para imaginar el primer caso, solo es cuestión de hacer memoria. Alberto Fujimori no tenía mayoría en el Parlamento antes del golpe de 1992. A partir de entonces, tuvo mayoría absoluta y cuando la perdió, en el 2000, la compró. Con ella, el Legislativo claudicó a favor del presidente, quien se convirtió en el verdadero legislador. Basta repasar el alto número de decretos de urgencia producidos en ese período. Pero aquel Congreso de mayoría fujimorista no solo cedió su función legislativa, sino también claudicó de su función fiscalizadora. Recordemos que de los más de 200 pedidos de comisiones investigadoras, el número de aprobadas no llegó a 10.

Para imaginar el segundo, habría que ver el comportamiento de la actual bancada fujimorista, la que ha sido férreamente manejada por su lideresa en reuniones permanentes, en que se decidía cada punto, teniendo como referencia principal el exitoso trabajo proselitista que hizo en los últimos años. Han sido muchas las veces en que el resto de bancadas del Parlamento tuvimos que oponernos no al oficialismo, sino a las pretensiones fujimoristas, inconvenientes para el país, pero convenientes para su partido. Pero teniendo mayoría absoluta, este freno podría desaparecer.

Hay entonces la insalvable tarea de consensuar. Al felicitar al fujimorismo por su impecable victoria democrática, habría que recordarle que la democracia no es solo un sistema para elegir autoridades, sino también una forma de ejercer el poder. Y que desde el poder, el fujimorismo de Keiko tiene la gran oportunidad de demostrar que aprendió la lección.

En cuanto a las otras fuerzas, estas tendrán la misma obligación de lograr consensos. He escuchado a algunos candidatos hablar de la agenda que llevan al Parlamento. No podrán desarrollarla si antes no tienden puentes y agrupan fuerzas, ya sea para equilibrar a la mayoría o para convocarla a los grandes temas nacionales.

Hace 15 años no veíamos un Congreso como el que se nos viene. Y otra vez, como en esa década, el depositario del poder será el fujimorismo. Desde el 2001 no ha habido mayorías absolutas en el Congreso y esto obligó a un estilo de Parlamento en que sus bancadas, incapaces por falta de votos de imponer su voluntad, se vieron obligadas a conciliar y entenderse. Precisamente porque hoy la fuerza de la mayoría amenaza con ser tan grande es que este esfuerzo debe continuar y mejorar. 

Ninguna agrupación que no sea el fujimorismo podrá hacer nada en el Congreso por sí misma. Lo que supone, para el partido de Keiko, una gran responsabilidad.