Tras el golpe emocional causado a millones de peruanos por la eliminación al Mundial de Qatar, vienen saltando a la mente (una vez más) muchas comparaciones y asociaciones de ideas entre el fútbol y otras facetas de la peruanidad.
Pero donde los contrastes son un oxímoron es con la política (sobre todo la actual) y la actividad pública en general, siempre advirtiendo excepciones que confirman la regla.
El proyecto que gerenció Juan Carlos Oblitas y dirigió en lo futbolístico Ricardo Gareca tuvo acaso como principal virtud la de poder crear una burbuja dentro de una realidad política y deportiva absolutamente adversa para el logro de resultados positivos. Cinco gobiernos (seis si sumamos a Manuel Merino), cuatro Congresos, dos presidentes de la FPF. En el medio: Caso Lava Jato, Los Cuellos Blancos del Puerto, COVID-19, las acusaciones contra Martín Vizcarra, hasta terminar en los casos de corrupción y el actual desgobierno de Pedro Castillo.
Los resultados fueron inestabilidad política, falta de predictibilidad, decrecimiento económico, parálisis de la inversión, crecimiento exponencial de la corrupción y la impunidad, aumento de la pobreza y la caída abrupta de la esperanza de los peruanos.
En paralelo, asistimos a una cruda realidad del campeonato profesional peruano que, por no haber mejorado en nada (corrupción de la dirigencia, falta de infraestructura, pobre inversión en divisiones inferiores, etc.), las competencias internacionales nos colocan siempre en los últimos lugares.
En estos más de siete años de la era Oblitas/Gareca, los resultados de la Selección son el lado opuesto: clasificación a un Mundial luego de 36 años, subcampeones de América en Brasil 2019, cuarto puesto en la Copa América 2021 y este último repechaje en el que no nos alcanzó.
Otro contraste, qué duda cabe, es el liderazgo y el trabajo en equipo. Gareca no solo logró amalgamar un grupo que logró desarrollar resiliencia y confianza para alcanzar metas antes impensadas, sino que la entrega por el objetivo común era el signo distintivo del equipo. ¿Algo parecido en la política?
Y, por último, y no menos importante, la capacidad de renuncia. El gesto de Lucho Advíncula de dar un paso al costado de la Selección expresa no solo una prueba de vergüenza deportiva, sino de desprendimiento al considerar que falló al encargo y a la confianza que su equipo y el país le entregaron. ¿Observa algún gesto similar hoy en la política peruana? Al contrario, asistimos a una película atroz de falta de respeto y empatía, además de angurria y aprovechamiento de lo “público”.
Ojalá que Gareca y Advíncula sigan y se vayan por siempre los políticos que nos avergüenzan, empezando por el actual inquilino de Palacio.