"El acaparamiento del tiempo por la burocracia puede constituirse en un vehículo que refuerza injusticias y desigualdades". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"El acaparamiento del tiempo por la burocracia puede constituirse en un vehículo que refuerza injusticias y desigualdades". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Alvaro Gálvez Pasco

En “Tigre de papel” (2015), la antropóloga Nayanika Mathur defiende la idea de que el Estado adquiere su materialidad en el papel a través del cual circulan y se acumulan sus procedimientos burocráticos. Como sugiere el título de su etnografía, juega con la idea de que en un país en desarrollo como la India el Estado puede llegar a ser tan grande y temible como un tigre, pero al mismo tiempo tan endeble y efímero como el papel del que está hecho.

El documental “Justicia de papel”, de El Comercio, ilustra una faceta muy similar del Estado Peruano. Anaqueles torcidos por el peso de los documentos, y expedientes de metro y medio apilados en ambos lados de los pasillos de la . Una toma aérea nos muestra cómo estas torres de papel apolillado, armadas con la ayuda de taladros, hilos y agujas gigantes, adornan las ventanas de los pisos más altos, convirtiéndose en parte de la fachada de este imponente edificio estatal.

En los exteriores, una fila interminable de ciudadanos frustrados por la lentitud de un sistema de justicia que no resuelve sus casos y que para el bicentenario proyecta acumular 4 millones de expedientes en su lista de pendientes. “Para mí debe desaparecer el ”, clama el primer entrevistado.

Acto seguido, quienes lo acompañan en la cola terminan por devolvernos a ese imaginario tan moderno de un Estado weberiano. Aquel que continúa soñando con una racional y deshumanizada, o, en palabras de William Mazzarella, con un tecnicismo evacuado de afectos y pasiones. En este imaginario, indigna en la misma medida la opulencia de jueces (presuntamente corruptos) que llegan en camionetas 4 x 4, como el burócrata que comete la osadía de hacer cosas tan humanas como estar cansado, hablar de su novela, o tomar desayuno en lugar de dedicar cada segundo de su tiempo a acelerar los expedientes judiciales como exige el ideal burocrático. En este imaginario, ambos serían dos caras de la misma moneda corrupta: la gran corrupción y la microcorrupción.

Si bien podría habernos dicho algo más sobre sus protagonistas, pues no llegamos a conocer ni sus nombres, “Justicia de papel” tiene dos grandes virtudes. La primera, recordarnos que una reforma del sistema de justicia no pasa únicamente por hacer caer a los peces gordos, sino también por mejorar el acceso a la justicia para los ciudadanos de a pie. La segunda, mostrarnos que quienes están ahí adentro no son engranajes deshumanizados de un sistema corrupto. Por el contrario, al igual que los litigantes, son personas vulnerables evacuadas de su tiempo libre. Trabajan jornadas de 12 horas y los fines de semana en un ambiente altamente inflamable a causa de expedientes de papel que además bloquean las rutas de evacuación. Paradójicamente, uno de estos expedientes es el del Caso Utopía.

Así, “Justicia de papel” es una importante entrada para mirar cómo el acaparamiento del tiempo por la burocracia puede constituirse en un vehículo que refuerza injusticias y desigualdades. También, como sostiene Mathur, para reforzar la imagen de un Estado débil. No olvidemos, sin embargo, que las burocracias corporativas también absorben nuestro tiempo. Si no, le invito levantar su teléfono e intentar cancelar su tarjeta de crédito. Buena suerte con eso.