Si fuéramos una especie que se queda contenta con las cosas como están, no hubiéramos bajado del árbol. Avanzamos porque dudamos y dudamos de nuestros avances. Para bien o para mal, hemos desarrollado la actitud rebelde de seguir preguntando y de sospechar de las respuestas. Seguimos escarbando el verdadero origen del COVID-19 porque no todos están convencidos de que sea un fenómeno natural producto de la evolución.

Hay quienes culpan a Bill Gates de la creación del SARS-CoV-2 en un laboratorio, como parte de un plan macabro para dominar al mundo insertándonos un chip para monitorear y controlar nuestra conducta. Otros, propensos a alimentar delirios xenófobos, culpan al Gobierno Chino de haber liberado el virus desde un laboratorio en Wuhan, sea por negligencia o de manera intencional. Hasta ahí, una persona podría caer en la trampa. Pero hubo alguien que fue más allá. La doctora Chinda Brandolino abusó de la creatividad. Según ella, la creación artificial del COVID-19 tenía un trasfondo ideológico que obedecía a la intención de los ateos de reducir el crecimiento poblacional, en complemento del exterminio que generaba el aborto y la “homosexualización” de la sociedad mediante la “ideología de género”. ¿Qué tiene que ver el ateísmo con los homosexuales y el COVID-19? Nada. Perfecto ejemplo de la actitud rebelde usada de forma incorrecta.

Hasta la fecha se estima que el COVID-19 tiene un origen animal. Utilizando modelos computacionales, estudios celulares y experimentos con animales para identificar el anfitrión viral que inició la pandemia, se concluyó que el agente más probable de origen del virus fue el murciélago. ¿Cómo pasó de los murciélagos a las personas? ¿Acaso los murciélagos forman parte de la culinaria oriental? La respuesta es no. La respuesta está en la medicina tradicional china que le adjudica algunas propiedades curativas.

Recordemos que, luego del primer brote del SARS 1 que mató a cientos de personas en la década del 2000, las agencias internacionales presionaron a China para que adoptara una legislación que prohibiera la caza y venta de murciélagos. Lamentablemente, el Gobierno Chino se vio renuente a enfrentarse a los promotores de la medicina tradicional. Tuvo que surgir el COVID-19 para que finalmente las autoridades chinas limitasen el comercio de vida silvestre en enero del 2020, incluida la carne de murciélago. Mirando el panorama negacionista y conspiranoico, ¿habremos aprendido la lección?

Víctor García-Belaunde Velarde es psicólogo, filósofo y eticista

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