Patrimonio cultural y desarrollo social, por Ruth Shady
Patrimonio cultural y desarrollo social, por Ruth Shady
Ruth Shady

El presupuesto que se requiere para realizar actividades de investigación, conservación y proyección social sobre el patrimonio arqueológico no debe ser considerado un gasto innecesario. Más bien, debe ser visto como una inversión por los aportes que de estos bienes culturales se pueden obtener para promover mejores condiciones de vida en aspectos sociales, culturales y económicos.

En el Perú hay condiciones de vida muy diferentes debido a que el territorio nacional está atravesado en un 32% por la Cordillera de los Andes, con marcadas distinciones altitudinales y geomorfológicas, en las que intervienen, también, la Corriente Peruana o de Humboldt, los vientos alisios o los provenientes del anticiclón del Pacífico Sur y del Atlántico. Son recurrentes también los cambios ocasionados por los sismos y fenómenos conocidos como El Niño y La Niña; así como los provenientes de movimientos orbitales, que causaron crisis y colapsos en civilizaciones desarrolladas en esta parte del planeta.

Frente a estas condiciones naturales, diversas y cambiantes, los grupos humanos que se habían asentado en este territorio e iniciaron el proceso de domesticación de plantas y animales hace ocho mil años asumieron el desafío de acondicionarlo teniendo en cuenta las características de cada espacio, de su ambiente y de los recursos disponibles. La tarea no fue fácil, pero a través del tiempo identificaron la necesidad de intervenir en la tierra y el agua y que para hacerlo debían trabajar de modo organizado. 

Con esa visión convirtieron a esos dos principales recursos en deidades: la pachamama y la cochamama, que debían ser respetadas y tratadas adecuadamente para que lograsen obtener de ellas la producción alimentaria. Asimismo, iniciaron los trabajos juntando esfuerzos entre parientes por linajes y, conforme aumentó la demografía y se fue haciendo más compleja la organización, se reconocieron autoridades no solo sociales sino políticas. Se crearon así diferentes niveles del colectivo social organizado: ayni, minka y mita.

En ese proceso de acondicionamiento de cada espacio y de trabajo organizado, fueron domesticando plantas y animales.

Asimismo, aplicaron tecnologías adecuadas a las condiciones del suelo y del agua; excavaron para hacer chacras hundidas en los suelos desérticos; formaron campos elevados o “camellones” en los humedales o tierras inundadas; acondicionaron suelos irregulares mediante la construcción de terrazas y convirtieron los suelos rocosos de la cordillera en “jardines colgantes”, como calificó a los andenes José María Arguedas. También hicieron cultivos mixtos en las tierras poco fértiles y alternaron siembra y descanso en las tierras muy estériles. 

En cuanto al uso del agua, aplicaron también tecnologías apropiadas en las partes altas y construyeron reservorios. En la zona altoandina “sembraron agua” mediante su canalización y filtración para obtenerla a lo largo de la cuenca mediante la excavación de manantiales o puquios.

La producción de conocimientos no fue solo en el campo agrario, pesquero y de navegación, sino que hubo especialistas desde que se formó la civilización, como se infiere de las técnicas constructivas sismorresistentes de Caral y que son admiración de ingenieros estructurales actuales o de los ductos de ventilación subterráneos que captaban la energía del viento para el mantenimiento de un fuego permanente.

El esfuerzo y dedicación para lograr condiciones de vida adecuadas generó, a su vez, sociedades con modos de vida, culturas e idiomas distintos. Pero, si bien hemos sido un país pluricultural y multilingüe, se dieron a través del tiempo una serie de procesos de interacción para el intercambio de productos, bienes y conocimientos. El quechua, el aimara y el puquina fueron idiomas convertidos en lenguas de relación intercultural en las áreas central-norte, central-sur y sur. 

No hubo una única civilización. Se formaron diversas a lo largo y ancho del país, cada una con sus propias expresiones y producciones que, en el proceso de integración, fueron de beneficio compartido, de alcance nacional y más allá de las actuales fronteras.

Este proceso cultural milenario fue trabado a partir del siglo XVI con la llegada de gente de otras tierras con un sistema sociopolítico diferente. Los cambios que se dieron a lo largo de la República no modificaron la visión de tratamiento del territorio sin adecuación a su realidad. Luego el “desborde popular”, calificado por José Matos Mar, llevó al abandono de otras partes del país, en particular de la sierra y la selva. 

En ese contexto, se ha abandonado el manejo apropiado del territorio y se han perdido tecnologías apropiadas para su adecuado uso y rendimiento productivo. Se ha dado especial interés a determinados recursos sin la aplicación de políticas que promuevan el desarrollo social. Como lo planteó nuestro investigador Javier Tantaleán, las oportunidades perdidas en los casos del caucho, el salitre y la anchoveta podrían repetirse con la minería por no aprender y continuar explotando determinados recursos sin una visión integral y de darle valor agregado para lograr desarrollo.

La recuperación de la historia social de cada parte del territorio nacional nos puede dar la información necesaria para generar reflexiones y que se planteen políticas de Estado adecuadas a la realidad diversa de nuestro país, con una visión de interrelación e integración.

El conocimiento de nuestra historia milenaria, de la producción de saberes y de los alcances obtenidos en cada campo de la actividad humana contribuirá a mejorar la autoestima social, a considerar que tenemos las condiciones humanas para generar desarrollo y que si nos proponemos algo y planificamos su obtención lo lograremos. Dejaremos de creer que si un producto es extranjero es bueno y si el mismo es peruano está por verse, como bien hizo reflexionar nuestro sociólogo César Germaná.

Si los peruanos asumimos al patrimonio arqueológico y cultural como herencia nuestra, nos identificaremos con ella y fortaleceremos nuestra identidad cultural. Requerimos de ese símbolo para dejar de lado expresiones como “no hay peor enemigo de un peruano en el extranjero que otro peruano”.

Finalmente, nuestras destacadas y diversas expresiones arqueológicas y culturales deben ser convertidas en un recurso para promover el desarrollo turístico en las diferentes partes del país. Nuestro patrimonio debe fomentar múltiples industrias que no dañen al medio ambiente, como ocurre en otras partes del mundo. Adecuadamente gestionado, tendrá una contribución muy significativa para elevar nuestro PBI, actualmente y en el futuro.