El Perú de hoy es un país fundamentalmente urbano. Solo una cuarta parte de nuestros compatriotas permanece en el campo, mientras la inmensa mayoría reside en ciudades y poblados de distinta índole. Actualmente, contamos con 93 ciudades de más de 20.000 habitantes. Lima, la ciudad criolla transformada por la migración andina de las décadas de 1960 y 1970, tampoco es la misma que retrató José Matos Mar en su ya clásico libro “Desborde popular y crisis del Estado” (1984). Es cierto que Lima se ha consolidado como la megaciudad de todas las sangres, y continúa concentrando el poder económico y político, pero no es más una ciudad monocéntrica ni el único destino de la migración laboral interna e incluso internacional que se despliega en busca de oportunidades.
Recientes estudios del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y la Universidad del Pacífico muestran los cambios. La migración interna continúa siendo un fenómeno social extraordinario que define al Perú de hoy, aunque en términos absolutos ha disminuido porque no existe más la migración forzada por la lucha antiterrorista. Se trata de una migración básicamente económica. Hombres y mujeres que se movilizan con determinación de una región a otra, e incluso entre provincias y distritos cercanos a su lugar de origen buscando oportunidades laborales y mejores condiciones de vida. A diferencia de la migración de los campesinos pobres del siglo XX que atiborró la ciudad de Lima, esta migración contemporánea se vincula con el crecimiento y la diversificación económica de las últimas décadas. También con el impacto diferenciado de este proceso sobre las distintas regiones del país.
Los datos intercensales, las encuestas de hogares y los estudios de los centros de investigación son una fuente valiosa de información y análisis. La OIM calcula que cerca de tres millones de peruanos se han desplazado de un lugar de residencia a otro en los últimos cinco años. Una migración que ha diversificado sus puntos de llegada hacia lugares con mayor dinamismo económico y mejores servicios básicos. En esto tiene un papel positivo la mejora de las carreteras y la conectividad que traen la modernización y el crecimiento.
Los migrantes con mejor educación y redes familiares de apoyo se dirigen a ciudades de la costa (Arequipa, Trujillo, Tumbes y Moquegua) o cerca de grandes operaciones extractivas en busca de empleo en las actividades modernas de la economía. Así, se consolida una fuerza laboral regional en que lamentablemente pocos tienen empleo adecuado y muchos caen en el subempleo, lo que los convierte en actores sociales impacientes cuando perciben que los beneficios del crecimiento no están a la altura de sus expectativas.
La migración interna más pobre y menos educada busca oportunidades en la Amazonía (San Martín, Madre de Dios), donde las actividades informales e ilegales han alentado en los últimos años la formación de numerosos pueblos y pequeñas ciudades. Acompaña esta urbanización una economía de mediana escala con oportunidades laborales en el comercio, transporte y servicios. Se articula también con la pequeña y mediana minería mayormente informal. El problema aquí es que hay mucho dinero fuera de los libros contables, impera la ley del más fuerte y se desconfía de la autoridad del Estado central. Esto último, de radicalizarse, constituiría un serio desafío a la gobernabilidad del país.
¿Qué pasará ahora que la economía se desacelera y el empleo regional pierde dinamismo? Probablemente, la migración interna disminuirá los siguientes años, pero esto no cambia el rostro urbano del Perú de hoy. Somos ahora un país demográficamente más concentrado, con un electorado urbano más informado y con deseos de progreso incólume. Los desafíos son múltiples. Ahora que se acerca la campaña electoral los políticos tienen la palabra.