Coinciden estos días en los que el océano Pacífico ha sido el gran personaje durante APEC con la conmemoración del medio milenio del inicio de la llamada Empresa de Levante o Jornada de Levante, en la que Francisco Pizarro, al mando de una reducida hueste y a bordo de un pequeño y desgastado navío, mezcla de carabela y bergantín, nombrado Santiago, partió desde Panamá, el 14 de noviembre de 1524, dando inicio al primer viaje en pos de las tierras que, según se decía, eran abundantes en oro.
Esta historia comenzó el 25 de setiembre de 1512, en la naciente Panamá, cuando Vasco Núñez de Balboa ingresó en las aguas del llamado Mar del Sur llevando en una mano el pendón real y en la otra su espada, y tomó posesión y propiedad de él en nombre de la Corona de Castilla, “mientras perdure el mundo y hasta el día del juicio final”.
A partir de 1514 se iniciaron los intentos, a la postre frustrados, de descubrir nuevas tierras al sur de Panamá. Lo intentaron Francisco Becerra, Gaspar de Morales (quien llegó a las tierras del cacique Birú), Pascual de Andagoya (descubridor del río San Juan) y Francisco Hernández Basurto (quien murió cuando organizaba el viaje). José Antonio del Busto, en su notable biografía de Pizarro, sentencia: “Balboa entrevió, Becerra intuyó, Morales buscó, Andagoya cejó y Basurto murió”. Francisco Pizarro había sido testigo privilegiado de todas estas andaduras iniciales. Ya por entonces era encomendero con fama de baqueano y acerado caudillo, que fue acumulando en la memoria toda aquella información que podría serle útil cuando él intentara ese anhelado viaje.
Pizarro, Diego de Almagro, también encomendero, y el clérigo Hernando de Luque, luego de múltiples pláticas, acordaron juntar voluntades y capitales para hacer posible, esta vez sí, la que se llamaba Jornada de Levante. El 20 de mayo de 1524, en Panamá, villa de la que eran vecinos, dieron solemne final “al concierto y capitulación” para llevar adelante dicha empresa. El gobernador Pedrarias Dávila también sería oculto socio; su aporte solo era la licencia para la partida y a cambio de ello recibiría dividendos si se obtenía un feliz resultado.
De inmediato se levantó banderín de enganche con una hueste de 114 hombres, sin contar con unos pocos marineros y algunos nativos lugareños. Iban también cuatro caballos y un perro de guerra. Las armas eran espadas, puñales y rodelas protectoras. No hubo armas de fuego. La progresión de la nave descubridora tenía lugar solo de día. Al caer las sombras se buscaba refugio cerca de la costa y se echaba el ancla o se ponía la embarcación al pairo. Pizarro demoró dos años descubriendo la tierra entre Panamá y Tumbes. Muchas veces tuvieron que barloventear, navegar en contra del viento, mientras iban poniendo o entendiendo los nombres de los puntos que iban tocando.
La jornada fue durísima. Había que luchar contra los naturales, contra el hambre, la sed, las alimañas y la soledad. Aumentaban los muertos, enfermos y heridos, pero Pizarro no se amilanaba y alentaba a los que iban quedando. Mas no se podía continuar en esas condiciones y se detuvieron en un punto llamado Chochama.
Mientras tanto, Almagro acudió en socorro de su socio en el barquichuelo San Cristóbal. Tocó los mismos puntos donde este había llegado y en las tierras del cacique de las Piedras una flecha le cayó en el ojo derecho y lo dejó gravemente herido. Finalmente, Almagro y Pizarro se encontraron en Chochama y decidieron retornar a Panamá, donde llegaron desbaratados, mas no vencidos. Muy pronto, Pizarro iniciaría los preparativos del segundo viaje.