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Ari Caramanica

El Día Internacional de la Mujer Rural le hace recordar, no solo al Perú, sino al mundo, la desigualdad que afecta a las mujeres que viven en áreas rurales. Según el INEI, más de 3 millones de peruanas viven en zonas rurales, quienes tienen mayores tasas de mortalidad, menor acceso a servicios de salud de calidad, menor acceso a educación, más probabilidades de ser analfabetas y menos acceso a préstamos y crédito. Asimismo, las mujeres asumen la gran mayoría del trabajo doméstico no remunerado. Al mismo tiempo, y, particularmente en zonas rurales, la mano de obra de la mujer es fundamental para la gestión de recursos, la protección del medio ambiente y la seguridad alimentaria. Nuestra experiencia colectiva de esta pandemia no solo hace que el Día Internacional de la Mujer Rural de este año sea un llamado a la acción aún más urgente, sino que también nos recuerda que estamos inextricablemente conectados como sociedad: rural y urbana, hombres y mujeres cisgéneros, y miembros de la comunidad LGBTQIA+, nuestro bienestar depende de la igualdad, equidad e inclusión de cada miembro de nuestra comunidad.

Al trabajar para crear una sociedad más equitativa para las mujeres y especialmente para las mujeres rurales, debemos preguntarnos: ¿cómo llegamos aquí? En el Perú la historia del papel cambiante de la mujer ha dado varios giros bruscos y ha dependido del estatus y el valor dado a la mano de obra femenina.

El registro arqueológico de los Andes presenta evidencia de que las antiguas mujeres no siempre se ajustaban a los roles de género que asignamos a las mujeres hoy. Quizás los ejemplos más espectaculares de esto se han encontrado en la costa norte, donde décadas de excavaciones de tumbas de élite han revelado a mujeres sacerdotisas, líderes políticas y guerreras que lideraban algunas de las sociedades más ilustres. Con toda probabilidad, las antiguas peruanas pueden haber estado mejor “representadas” políticamente en la época prehispánica que en nuestra democracia representativa actual. Igualmente, hay evidencia de que el trabajo de las mujeres que no pertenecían a la élite se valoraba de manera que creaba riqueza y eficacia, más allá de lo que la situación actual permite a las mujeres hoy.

Hasta relativamente poco, el Perú era una sociedad agrícola y, por lo tanto, el poder se ubicó en la producción agrícola. No es sorprendente que, en el contexto de esta economía política, las mujeres tuvieran derechos independientes sobre el acceso a la tierra y los recursos naturales, y bien entrando el período colonial, las mujeres mantuvieron sus propias líneas paralelas de herencia y riqueza.

¿Entonces qué pasó? Estos son procesos históricos y sociales complejos, por lo que cualquier explicación es una simplificación. Sin embargo, sabemos que con la conquista española y una nueva estructura legal impuesta en relación a la herencia y los derechos sobre la tierra, el valor que una vez se le dio a las actividades económicas de las mujeres pasó a la propiedad privada de tierra y derechos laborales. Las mujeres y la mano de obra de las mujeres fueron sistemáticamente excluidas de la nueva economía política. Hoy, en nuestra sociedad sumamente centralizada y dispar, estos efectos solo han aumentado.

Una sociedad que no valora la mano de obra de la mujer de manera igual como la del hombre, nunca va a cerrar esta brecha. El Perú es una nación con una larga historia de mujeres que construyeron esta sociedad en los campos agrícolas; en este Día Internacional de la Mujer Rural, debemos ser orgullosos de esta historia e intentar de replicar el valor real asignado al trabajo de las mujeres.

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