“Si bien la naturaleza patriarcal de la sociedad china es bien conocida, el caso de Peng ha sido particularmente revelador sobre cuánto dependen los gobernantes masculinos chinos de la subyugación de las mujeres para garantizar la longevidad del Partido Comunista”. (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
“Si bien la naturaleza patriarcal de la sociedad china es bien conocida, el caso de Peng ha sido particularmente revelador sobre cuánto dependen los gobernantes masculinos chinos de la subyugación de las mujeres para garantizar la longevidad del Partido Comunista”. (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
/ Víctor Aguilar Rúa
Leta Hong Fincher

Cuatro años después de que el movimiento sacudiera los pasillos del poder mundial, uno de los casos de mayor trascendencia política hasta la fecha se está desarrollando en el lugar más improbable: . Y, como era de esperarse, Beijing está tratando de silenciar la disidencia.

Sin embargo, la respuesta del Partido Comunista Chino a de una estrella del tenis ha fracasado estrepitosamente y, en lugar de apagar un escándalo, está alimentando al movimiento feminista chino que, en última instancia, podría plantear un desafío al partido mismo.

El pasado 2 de noviembre, , campeona de dobles en Wimbledon, acusó al exviceprimer ministro chino Zhang Gaoli de agresión sexual en una extensa publicación en Weibo, la red social china. Luego, ella desapareció.

Los censores estatales restringieron rápidamente las búsquedas con el nombre de Peng en la Internet china y eliminaron la publicación, pero no antes de que esta fuera compartida unas 1.000 veces.

Los periodistas comenzaron a preguntar sobre el paradero de Peng en las reuniones informativas del Ministerio de Relaciones Exteriores de China. #WhereIsPengShuai fue tendencia en Twitter. Beijing esquivó el asunto durante días, pero luego los medios estatales publicaron una serie de imágenes y videos extraños que pretendían mostrar a Peng sana y salva.

Si las autoridades pensaron que esto resolvería el problema se equivocaron. Hasta ahora, Peng no ha hecho ningún comentario en público.

Ciertamente, la fama de Peng ha despertado el interés en su caso. Pero sus acusaciones también son novedosas: son las primeras en implicar a un funcionario chino de alto rango, un exmiembro del Comité Permanente del Politburó, el máximo órgano dirigencial del país.

Los escalafones superiores del Partido Comunista Chino han sido en gran parte impermeables al escándalo y han gozado del respeto de gran parte de la ciudadanía. Pero las acusaciones de Peng sugieren que no todo está bien dentro de la élite del país asiático y que más mujeres podrían comenzar a hablar.

Esto podría explicar la dura reacción contra las acusaciones de Peng en un claro intento del Partido Comunista Chino por protegerse a sí mismo. Pero lo que aparentemente el partido no tomó en cuenta es el clima actual sobre los derechos de las mujeres en China. Sus acciones golpean un nervio que ya dolía. Y así, un escándalo doméstico ha escalado en una causa internacional.

Si bien la naturaleza patriarcal de la sociedad china es bien conocida, el caso de Peng ha sido particularmente revelador sobre cuánto dependen los gobernantes masculinos chinos de la subyugación de las mujeres para garantizar la longevidad del Partido Comunista.

Las mujeres están muy sub-representadas en la política china: hay apenas una mujer en el Politburó de 25 miembros y la representación femenina en el Comité Central de 204 miembros ha disminuido durante la última década, de 13 a 10.

La desigualdad de género también ha empeorado. La participación de las mujeres en la fuerza laboral ha caído al 60,5% en el 2019 del 73% en 1990, según el Banco Mundial.

Estas sombrías perspectivas para las mujeres chinas son particularmente discordantes con el papel del feminismo en la historia revolucionaria del país asiático. La emancipación de la mujer fue un objetivo central de la revolución comunista que culminó con la fundación de la República Popular China en 1949. Pero el Partido Comunista de hoy parece buscar de las mujeres que sean esposas y madres obedientes.

Allí radica el combustible que ha alimentado el fuego feminista en torno del caso de Peng. También debería haber condicionado la respuesta del régimen, ya que esas mismas condiciones llevaron al Partido Comunista Chino a un lío similar en el 2015, cuando las autoridades encarcelaron a cinco activistas por distribuir calcomanías contra el acoso sexual en el transporte público. Desde entonces, las activistas feministas han aprovechado el amplio descontento de las mujeres chinas y han desarrollado un nivel de influencia que resulta muy inusual para cualquier movimiento social en el país asiático.

Sin embargo, ningún caso en los últimos años ha tenido implicaciones tan potencialmente enormes para el futuro del Partido Comunista Chino como el de Peng. El partido deriva su legitimidad de su capacidad para controlar las narrativas, a través de la censura y otros mecanismos. Pero con Peng ha perdido ese control y su dirección está asustada. Reconocer las acusaciones de Peng podría deslegitimarlos, pero mantener el rumbo podría llevar a más personas al activismo.

Las feministas chinas han estado tuiteando imágenes de Peng con lemas como “Mujeres chinas que rompen el silencio”.

Sus palabras se hacen eco de las de la revolucionaria feminista Qiu Jin a principios del siglo XX. “Las mujeres chinas se quitarán los grilletes y se pondrán de pie con pasión”, escribió. Solo unos años después, las mujeres y los hombres chinos que luchaban por mayores libertades ayudaron a derrocar la última dinastía imperial.


–Glosado, editado y traducido–

© The New York Times