Ilustración: Giovanni Tazza
Ilustración: Giovanni Tazza
Alberto Vergara

“Del hombre público enriquecido […] merced a las dádivas de un gordo traficante, se dice: ¡Buena cabeza para los negocios! Del político sanguinario como Nerón y cobarde como una liebre: ¡Carácter muy enérgico!”.
Manuel González Prada (1904)

Pedro Pablo Kuczynski encarna un grupo social que no es educado para ser ciudadano de la República del Perú, sino dueño del Perú. Y, por tanto, no cumple sus funciones públicas como un ministro de Estado, premier o presidente de la República. Nada de eso. Él procede como patrón de estos pagos. Paradójicamente, no es el español sino el inglés que PPK utiliza con sus ministros e interlocutores el idioma que posee la palabra precisa para describir cómo se siente: entitled. Significa algo así como sentirse con el derecho –con el título, los fueros, la prerrogativa– de merecer una posición política y legal por encima del resto. No hay traducción precisa al español, pero al peruano yo aventuro la siguiente: una concha histórica.

Este fin de año crítico la ha hecho visible con una intensidad que los días normales ocultan. Hemos sido testigos de este presidente que considera que a él la ley no le atañe. Ni para sus negocios ni para tomar decisiones políticas.

Cuando se establezca con claridad una línea del tiempo que combina los contratos de Westfield Capital y First Capital con Odebrecht y con las entradas y salidas de PPK de la función pública podrá determinarse si carga o no con responsabilidad penal. Pero esa es labor de fiscales y jueces. A los ciudadanos, en cambio, nos queda claro que el presidente ha hecho carrera ruleteando entre sus compañías y el Estado. Y que si la línea del tiempo jurídica lo absuelve es porque su coartada fue entrar y salir del Estado siempre con ojo atento al código penal. También ha sido coartada no firmar documentos sensibles: los contratos con Odebrecht los firmaba Sepúlveda y cuando era ministro de Economía y hubo que librar de controles a la Interoceánica por la cual Toledo habría cobrado 20 millones de dólares, PPK se ausentó y estampó su firma un ministro interino. El presidente es, indudablemente, un experto en alianzas público-privadas.

Lamentablemente, un antifujimorismo vehemente y ciego llevó a congresistas y a parte de la opinión publica a exculpar a un presidente en el cual no había manera de confiar. En nombre del “debido proceso” lo salvaron.

¿Pero qué sabe la izquierda peruana de debido proceso? Incapaces de denunciar el régimen cruel venezolano, ¿cómo podrían tener alguna consideración por el debido proceso? ¿Y no comparte la misma deshonestidad intelectual quien dice que no sabía lo que realizaba Sepúlveda con quien afirma que ignoraba cómo se financió la campaña de la revocación?

PPK se mantuvo en la presidencia, entonces, en nombre del Estado de derecho. Para festejarlo lo apuñaló. No podía hacer otra cosa. Porque más que la perorata republicana, lo salvaron diez votos antirrepublicanos. La facción política más próxima a un ex dictador: Kenji y sus Tesos (¡oye!, te hablo desde la prisión…).

Cabía plantear una discusión nacional sobre el indulto. Pero se decidió perpetrarlo desde el entitlement. Soy banquero y hago lo que quiero. Curioso indulto humanitario donde el discurso del presidente no se centra en las enfermedades del reo por liberar sino en sus virtudes políticas. Y debido a ellas, decidió que 12 años de encierro ya era bastante. ¿Que las leyes y sentencias de la República indican otra cosa? Habrase visto, indio alzado. Aquí en San Isidro eso que la Corte Suprema califica como asesinatos y robos, le llamamos excesos y errores.

Más grave que indultar a Fujimori es la felonía de tergiversar el contenido de una sentencia histórica. Por si fuera poco, el patrón nos conminó a voltear la página. Y yo lo hallo normal: para él y su gente el Perú es, en lo fundamental, un territorio del cual extraer riquezas, al cual engordarle el PBI: ¿quién necesita que esa entidad construya una historia? Pasa la página nomás, cholito. Las leyes y la memoria de la República son triviales para el inversionista presidente.

(Por cierto, el presidente será un anfitrión de lujo para la Cumbre de las Américas a desarrollarse en Lima en abril próximo bajo el tema Gobernanza Democrática contra la Corrupción).

Volvamos al pacto Barbadillo-Choquehuanca y la turbulencia de los últimos días. ¿De qué está hecho este subibaja de acomodos y reacomodos en la política nacional? Cortoplacismo y supervivencia son el agua y el oxígeno del ecosistema político. Todo el elenco relevante de nuestra política tiene un interés esencial: no acabar como Ollanta Humala. Nuestros partidos no tienen líderes, tienen cabecillas. Por eso se puede afirmar todo y su contrario.

Como enseñó George Orwell, la utilización del lenguaje es un prisma fundamental para identificar a las tiranías. En ellas las palabras y los argumentos son una farsa. Igual entre nosotros. Imaginen ustedes que se descubriera que mientras Alan García era presidente, una empresa suya hizo negocios con Odebrecht teniendo como apoderado a su mejor amigo. ¿Alguien del antifujiaprismo hubiera reclamado debido proceso para García? ¿Y alguien duda de que Mauricio Mulder hubiera argumentado que Alan ignoraba lo que hacía su gerente? Cuando el debate público está dominado por el terror a una celda, no hay argumentos ni principios que valgan. La raíz es la misma que Víctor Andrés Belaunde identificó en “La crisis presente” (1914): el desquiciamiento moral.

Saber que el objetivo principal de la política peruana consiste en salvar tu pellejo es importante para no atribuirle características ridículas. El indulto a Fujimori no es un gran pacto de gobernabilidad ni democrático, no refleja la reciprocidad andina, ni es llave a la pluralidad del Legislativo, etc… No ennoblezcan conceptualmente a un vulgar canje entre dos individuos buscando evitar la cárcel. Ni ensucien características ideológicas al utilizarlas para los jugadores de este sálvese quien pueda. Agrede leer que Kenji sería un liberal modernizador. Tampoco existe un pueblo fujimorista y otro antifujimorista. Respiremos fuera de Twitter; dosifiquemos la hipérbole. Que no se narre el Mundialito del Porvenir con el vocabulario de la Premier League.

No me extraña que muchos perciban el arreglo entre PPK y Fujimori como el inicio de una era dorada. Nuestro Pacto de la Moncloa lumpen. Piensan (quizás correctamente) que ya regresan los años maravillosos cuando mandaba la alianza entre pitucos entitled y el fujimorismo; una alianza que Keiko y su chusma quebró. Tal vez el patriarca, con ternura o a cocachos, amista a Kenji y a Keiko –los Pimpinela de nuestra política– y vuelve el fujimorismo de siempre; reemerge la coalición histórica cuya agenda consiste en negocios para los de arriba y pan y circo para los de abajo. Ese es el verdadero anhelo de reconciliación. Esta noche se descorchan las mejores botellas en Playa Blanca. Mañana puede amanecer un precioso día de los noventa. Ya se advierte en el horizonte el destino luminoso de un país que crece a 4% y sin Estado de derecho.

A las afueras de las ciudadelas veraniegas el ambiente es otro. Digamos que Maimónides habría vendido como pan caliente su “Guía para perplejos”. Ya no se confía en nadie. Hemos visto que cada espalda convoca a su puñal y todo valor enrumba a su casa de empeño. Sabemos que a los signatarios del pacto Barbadillo-Choquehuanca el país les da igual. No hay en él ni en la política o políticos que lo rodean, ninguna discusión sobre el futuro del país. Estaría bien insultarnos si PPK y Alberto Fujimori representasen formas de encarar los años venideros. Pero nada de esto aparece en sus intereses. Encarnan un sistema en hilachas. No empujan ninguna agenda, transformación, convicción. Nada. ¿En qué parte del mundo ha surgido algo bueno y renovador de un pacto entre dos abuelos vivazos y acabados intentando salvar su pellejo? Desde la ciudadanía solo podemos constatar que viajamos a la deriva en manos de dos abuelos de la nada.