Estamos en física, cultural, ideológica, lingüística, cívica y por la democracia, principalmente. En todos estos frentes, grupos violentistas actúan de manera orquestada con financiamiento muy posiblemente ilícito, desplazándose en dispersos lugares de forma simultánea y azuzando a personas haciéndoles creer inverisimilitudes.

¿Qué es lo inverosímil en esta coyuntura? Que su propósito lo presentan como noble y que atacar, romper y saquear todo les permitirá alcanzar una igualdad anhelada; realidad que resultaría en caso negado una realidad igualitaria promediando hacia abajo.

Estamos en guerra física, observando cómo la turba armada amenaza a periodistas, golpea y rocía con gasolina a policías, toma y saquea fábricas, destroza inmuebles públicos y privados, invade aeropuertos, bloquea caminos, golpea e incendia automóviles y todo lo que en su esquizofrénico recorrido encuentra; y si es posible, hiere o mata.

Estamos en guerra cultural, porque buscan imponer el ‘ethos’ del odio y del terror para inmovilizar a la sociedad y desmoralizar a las fuerzas del orden con la falacia de la proporcionalidad en el uso de las armas, poniendo a la defensiva al uniformado que tiene que ser atacado primero, evaluar con qué arma lo agreden y allí decidir cómo responde; vale decir, un despropósito descomunal que pone a nuestro protector en de indefensión antes de ser atacado o baleado. Una estupidez perfectamente cuántica.

Estamos en guerra ideológica, porque quieren imponernos el fanatismo marxista –que donde se ha implantado padecen la tiranía estatal más feroz que ha cavado vigas tan inamovibles como una petrolera de ultramar–.

Estamos en guerra lingüística, porque el delincuente se hace llamar luchador social y el que fuga entra en la “clandestinidad”, viejo abusivo ‘dixit’, término que me recuerda el lenguaje subversivo.

Estamos en guerra cívica, porque sus antivalores desprecian los del civismo, experiencia plena de las buenas formas que nos garantizan una existencia y convivencia respetuosa en sociedad.

Estamos en guerra por la democracia, porque desean instaurar a sangre y fuego la dictadura indefinida, convirtiendo al Estado en el ente opresor por excelencia, el que usa todo lo vedado para espiar y extorsionar a la gente y premiar la delación barrial como en Cuba, donde por cuadra hay un soplón en jefe que te garantiza algo más que lo miserable que les toca con la tarjeta de racionamiento con estantes vacíos.

Estamos en guerra religiosa, porque para estos delincuentes cualquier credo es opio popular y la violencia es la partera de la historia y no el hombre ni la sociedad que construyen su comunidad basada en el trabajo, el respeto interpersonal y la ley. La religión defiende la vida y para los violentistas los muertos que buscan son funcionales a sus propósitos.

‘Grosso modo’, este es el estado de la situación a la fecha y debemos hacerle frente tomando plena conciencia de tres cosas: que estamos inmersos en una guerra no tradicional, que conlleva muertos y heridos, y que iniciada por el fanatismo subversivo no tenemos más que una sola opción: ganarla con doctrina, inteligencia, estrategia, tácticas y medios acordes al enorme reto.

Ganarla no puede ser otra cosa que obtener la victoria terminal al menor costo posible, en el tiempo más breve y con la plena convicción de que nos asiste la razón. Y la razón que nos asiste es defender nuestra subsistencia como Estado y sociedad viable y democrática. Debe ser el arma más poderosa que nutra nuestro cerebro societario y pertrechar nuestro uniforme de campaña.

Acabando, debe ser una compenetración cívico-militar, porque recordemos que el militar es un ciudadano que viste el uniforme patrio con el que el pueblo lo ha honrado y el civil es el protegido. Nos necesitamos mutuamente para ganarle a los violentistas organizados, quienes desean nuestra muerte social y física en todos los principales campos descritos.

Finalmente, ¿cómo se hace frente al que te quiere liquidar? Cumpliendo con nuestra Constitución, aplicando solo la ley y la fuerza legítima sin cuartel, poniendo a disposición fiscal a los autores de delitos, sean cometidos en flagrancia o no.

Javier González-Olaechea Franco es doctor en Ciencia Política, experto en gobierno e internacionalista

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