Prevenir con ciencia, por Gisella Orjeda
Prevenir con ciencia, por Gisella Orjeda
Gisella Orjeda

El Perú es un territorio fantástico pero lleno de desafíos. La naturaleza nos reta permanentemente, a veces sin aviso como con los terremotos. Otras veces nos da avisos cortos como en el caso de las erupciones volcánicas o los maremotos. La mayor parte del tiempo, sin embargo, se trata de desastres previsibles que son esperados estacionalmente, como los huaicos, heladas y sequías.

¿Por qué no podemos prepararnos adecuadamente para lo previsible? Creo que carecemos de un valor esencial, cuyo provecho es indiscutible, pero que no apreciamos por razones histórico-sociales y que debemos revertir: el conocimiento. 

Los efectos del conocimiento son evidentes en los países llamados desarrollados. Lo vemos inserto en sus organizaciones, en el cuidado de sus enfermos, en su confort, en su infraestructura y, sobre todo, en la previsión y manejo del territorio para beneficio de sus habitantes. 

Y es que la ciencia, la tecnología y la innovación no solo sirven para incrementar la productividad, sino que son esenciales para prevenir y responder a desastres como los que estamos viviendo. Por ello en el Concytec definimos la prevención y respuesta a desastres como una de las prioridades nacionales, y financiamos proyectos orientados a este fin. Un ejemplo es el desarrollo de un radar de apertura sintética ejecutado por el Instituto Geofísico del Perú que anticipará oportunamente los deslizamientos de tierra y derrumbes en los cerros. 

Otra prioridad son los estudios de sismos y actividad volcánica. Por ejemplo, investigaciones para la determinación de fallas geológicas activas y peligrosidad sísmica, y estudios sobre la deformación de la corteza terrestre para identificar con mejor detalle las áreas y posible intensidad de futuros terremotos. 

Además de los huaicos, no es precisamente un secreto que entre junio y agosto vienen heladas en la sierra y con ellas, pérdidas de cultivos y de animales, y enfermedades en poblaciones vulnerables. Para esto, el Perú ya tiene algunas soluciones como las casas calientes en las que, con cuatro tecnologías distintas, podemos subir hasta en 20 grados Celsius la temperatura en las viviendas rurales altoandinas. O los sistemas Frio Sat para alerta temprana de heladas ya instalados y funcionando exitosamente en Arequipa.

Estos resultados existen, pero tenemos que replicarlos en todo el país y para ello se requiere de presupuesto y de la intervención activa de autoridades regionales y locales.
¿Cuánto más podríamos hacer en el país? Mucho, pero necesitamos un ejército de personas con conocimiento científico concreto sobre nuestro territorio y sus habitantes. Personas que con ingenio y preparación desarrollen soluciones a los particulares problemas del Perú. Así salvaremos muchas vidas y nos ahorraremos dinero, esfuerzo y lágrimas el día de mañana.

El Censo Nacional de I+D que acabamos de concluir muestra que el Perú invierte solo el 0,08% de su PBI en investigación y desarrollo.  Nuestros vecinos nos superan ampliamente. Bolivia invierte el doble, Ecuador 3,4 veces lo que el Perú, y Chile 4,8 veces nuestra inversión. 

Un ejemplo patente del impacto de la ciencia en la mitigación de desastres naturales es el número de víctimas de los terribles terremotos del 2010 en Haití (magnitud 7,3 en la escala de Richter), y en Chile (magnitud 8,8). Pese a que el terremoto de Chile fue más fuerte, en él fallecieron 525 personas, mientras que en Haití fueron 316.000 fallecidos. ¿Una de las grandes diferencias? El número de geofísicos y sismólogos. Haití no tiene ninguno.

Cuánto dolor podríamos evitarnos si tuviéramos más científicos, más investigaciones y desarrollos tecnológicos pertinentes en universidades, expertos listos, atentos y conectados para la previsión. ¿Cuánto costará la reconstrucción? ¿Lo imaginan? Revirtamos el olvido y demos a la ciencia su justo valor.