Hace un año, días antes de la cuarentena, el Puericultorio Pérez Araníbar celebraba sus 90 años y anunciaba la puesta en marcha de un ambicioso plan maestro para volverlo a convertir en un motor de cambio social para los niños, jóvenes y adolescentes más vulnerables del país.
Han sido 365 días en los que el cuidado se tuvo que extremar, tomando todas las medidas de precaución, comprometidos en la heroica labor de evitar consecuencias mayores entre los refugiados de este gran albergue.
En el invierno de 1927, don Augusto Pérez Araníbar, notable médico arequipeño y voluntario en la Guerra del Pacífico, mientras ejercía la presidencia de la Beneficencia de Lima, tuvo un sueño: construir un lugar que se convirtiese en una ciudad para los niños más desprotegidos de la capital. Que congregara a los huérfanos que se encontraban repartidos en diferentes hospicios pequeños, acogiera a los abandonados de las calles y a aquellos cuyos padres no tenían la posibilidad de sostener.
Es así que el 9 de marzo de 1930 se inaugura el Puericultorio Pérez Araníbar, convirtiéndose en el hogar para niños más importante del continente. El objetivo de esta institución era educar a los pequeños para que sean buenos ciudadanos y cristianos, y que reciban lo mismo que un niño de cualquier familia.
Esta esplendorosa edificación de inicios del siglo XX fue construida íntegramente con aportes privados de la sociedad civil organizada, como lo fueron todos los hospitales de la ciudad, asilos y hospicios que sostenía la Beneficencia de Lima. Una ciudad que se hacía cargo de sus ciudadanos.
Cientos de niños fueron egresando y reinsertándose en la sociedad. Muchos se convirtieron en profesionales, técnicos o ejercían otro oficio, listos para enfrentar la vida de manera independiente.
En 1968, el Estado asumió la administración de las beneficencias, y empezó un período de decadencia, de deterioro sistemático de las instalaciones en detrimento de la calidad de atención y cuidado de los pequeños.
La población se fue reduciendo de 800 a 200 niños. Cambió la ley, transformando al Puericultorio en un centro de acogida residencial solo para aquellos judicializados. Se cerraron los talleres de especialidades técnicas. Los recursos eran insuficientes, por lo que se empezaron a arrendar espacios para ayudar a solventar los gastos. Las noticias solo eran negativas.
En setiembre de 2018 una luz comenzó a encenderse. Una ley restituyó la naturaleza y derechos privados de las beneficencias y eso permitió que ingrese una nueva gestión privada, con una visión renovada y con el espíritu de recuperar esta ciudad para niños.
El Puericultorio cuenta ya con un plan maestro planteado en distintas etapas de cara al 2030, fecha en que se celebrará su centenario. El corazón ha comenzado a latir nuevamente y la alegría comienza a percibirse en los niños.
Renovación en la formación familiar, humana, educativa, psicológica, religiosa y en valores. Un proceso de capacitación para formadores y un acompañamiento a las familias. Un master plan arquitectónico para la recuperación y acondicionamiento de las instalaciones, son los pilares de este nuevo camino.
Esto permitirá generar un impacto social para un grupo mucho mayor de niños y, además, para cientos de jóvenes y adolescentes.
Para ello ya se han sumado numerosos aliados estratégicos como Sinfonía por el Perú, de Juan Diego Florez; D1, de Vania Masías; Ania; Acepta; Operación Sonrisa y casi dos decenas de instituciones, contando con el gran soporte formativo de Operación Mato Grosso, del Padre Ugo De Cenzi.
Se han incorporado también decenas de profesionales y personas que están aportando desde distintas especialidades como la arquitectura, educación, la psicología, el arte, encaminados en la creación de un centro de innovación social-cultural. Fundamental también la entrega de los voluntarios, benefactores y numerosos corazones que aportan con su cariño.
Nuestra ciudad está siendo testigo del renacer de una de sus instituciones de mayor nobleza y todos estamos invitados a ser protagonistas de esta historia. Juntos lo lograremos.
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