César Acuña ha sido la sorpresa en lo que va de la campaña electoral. En el Perú, probablemente el único país en el que la palabra ‘outsider’ es parte del vocabulario popular, medios de comunicación y electores están siempre a la expectativa de un nuevo rostro en la política.
Ahora bien, aunque su presencia se nos puede haber escapado entre el ombliguismo limeño y las noticias sobre las últimas movidas de Yahaira Plasencia, Acuña no solo no es nuevo en política, sino que es uno de los más trajinados y exitosos electoralmente de los últimos tiempos. Durante los 15 años en los que preparó su salto a la presidencia, Acuña aprendió a hacer política en medio del descalabro institucional de la política posdécada de 1990 en el Perú.
Aprendió a prevalecer en un ambiente de lealtades efímeras, militancias inexistentes y políticos oportunistas desnudos de ideologías. Acuña no viene a renovar la política peruana, porque Alianza para el Progreso es la política peruana.
Empecemos por conocer al personaje. Acuña cuenta con una carrera electoral y política larga, que a estas alturas es rara para un político peruano. ¿Dónde y cuándo empezó esta carrera? Postuló por primera vez sin éxito al Congreso en 1990 por Izquierda Socialista, la vertiente barrantista que siguió a la división de lo que fue Izquierda Unida.
Años después, y ya habiendo fundado la Universidad César Vallejo y la Universidad Señor de Sipán, Acuña volvió con fuerza y ganó una curul en el Parlamento del año 2000 postulando por Solidaridad Nacional. Ese año obtuvo 24.000 votos.
En el 2001, en las elecciones que siguieron al colapso del fujimorato, Acuña ganó nuevamente, esta vez con 38.000 votos y por Unidad Nacional. Fue la última vez que postuló por un partido que no fuera el suyo. En diciembre de ese año, a pocos meses de haber sido elegido congresista, fundó Alianza para el Progreso (APP).
En el 2006 volvió a postular, y obtuvo 62.000 votos, mucho más del doble que apenas seis años antes. En esta ocasión, sin embargo, no alcanzó una curul. Su racha de victorias fue cortada por la valla electoral, que un mal candidato presidencial como Natale Amprimo no ayudó a superar.
Desde ese año, Acuña y APP apostaron por las elecciones municipales. ¿Cómo les fue desde entonces? Hoy APP es el partido con mayor presencia en gobiernos regionales, alcaldías provinciales y distritales del país. Pasó de ganar apenas 17 alcaldías distritales en el 2002 a dos gobiernos regionales, 18 alcaldías provinciales y 113 distritales en el 2014.
Por su parte, Acuña fue elegido dos veces alcalde provincial de Trujillo y una vez gobernador regional de La Libertad. En total, ha ganado cinco de las siete elecciones en las que ha participado. Con este historial, es quizá el político con mayor experiencia como candidato y autoridad elegida entre todos quienes lideran la intención de voto, con la excepción de García.
¿Pero de dónde proviene el éxito de APP? Muchos factores explican una victoria electoral y cada una es una historia distinta. Sin embargo, la relación entre el partido y el consorcio universitario de Acuña, que ha sido motivo de controversias y numerosos reportes periodísticos, parece ser clave en todo el cuento.
El desempeño del partido es mucho mejor en regiones que tienen una sede del consorcio universitario de Acuña. En el 2014, 17 de las 18 alcaldías provinciales que ganó el partido pertenecen a regiones en las que hay una sede universitaria. Ese año, 30% de los candidatos a alcaldes provinciales que postularon en regiones con una sede del consorcio universitario fueron elegidos.
En regiones sin una sede, solo 2% lo logró. Alcaldes y candidatos del norte me han relatado la aplanadora electoral en la que se convierte el partido con recursos y personal que irradian las universidades de Acuña.
El partido llegaba con camionetas, transmisión televisiva y jóvenes en edad universitaria (“agradecidos con el ingeniero Acuña”), todo al servicio de la campaña. Beneficiarios-militantes, empleados-dirigentes partidarios, empleados-militantes.
Las relaciones entre partido y universidad no son formales ni se basan en reglas escritas, pero no por ello parecen ser menos importantes. “APP es el único partido del mundo que tiene universidad, y la universidad es la única del mundo que tiene partido político”, me dijo alguna vez una dirigente del partido.
¿Su pasado político nos brinda indicios de cómo sería una hipotética presidencia de Acuña? Primero lo evidente. Las gestiones de APP en el norte hablan de un partido excelente para ganar elecciones, pero de resultados de gobierno olvidables.
El norte ha sido la perfecta representación de los últimos años del Perú: riqueza económica y descalabro institucional. Un país sumergido en riqueza, conviviendo con narcotráfico, mafias de todo tipo y un gobierno administrando su propio letargo. Al ver el norte peruano no queda claro qué quiere hacer Acuña desde el poder. Aunque es posible gobernar con estabilidad desde el clientelismo y la mediocridad, ese no es un programa de gobierno. Al escuchar a Acuña, queda claro que ni siquiera él puede imaginar qué hacer desde su hipotética presidencia. “Plata como cancha”, y nada más.
Pero Acuña podría ser un peligro no solo por no saber qué hacer con el poder, sino además por lo que sabe hacer con él. Su estilo clientelista y la cercanía entre sus negocios y la política revelan a un político patrimonialista, a quien los linderos entre lo público y lo privado se le hacen peligrosamente borrosos. El Perú cuenta con instituciones políticas sumamente débiles, con congresistas que se venden al mejor postor, periodistas en alquiler, burocracias vulnerables a convertirse en botín para prebendas y un sistema judicial proclive a la cooptación.
Un partido clientelista, que crece y florece en las áreas grises entre lo público y lo privado, en el área en que la política se confunde con el negocio y viceversa, puede ser un ingrediente explosivo para nuestras crónicamente moribundas instituciones políticas.
Reflexión final. En los últimos años hemos oído un solo mensaje desde la élite empresarial: inversión, crecimiento, incremento del PBI es lo que el Perú necesita; lo demás es adorno u obsesión caviar. “Plata como cancha”, esa frase que es una oda a la prebenda y que Acuña ha convertido en jocoso ‘punchline’ para sus mítines y entrevistas, representa una versión popular de ese mantra. De “raza distinta”, nada. Tanto política como económicamente, no hay nada más peruano que este candidato.