(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Piero Ghezzi Solís

Días atrás, el ex ministro de la Producción Pedro Olaechea escribió un artículo (“¿Seguir o no seguir?”) en el que cuestiona la diversificación productiva (DP) y a los centros de innovación productiva y transferencia tecnológica (CITE).

Su artículo hace gala de errores y de un limitado entendimiento de la gestión pública. Evidencia, además, prejuicios que le impiden ver el potencial de una política pública (el modelo CITE) medular para integrar nuestras mypes en cadenas productivas formales y, por ello, crucial para nuestro desarrollo.

La estrategia de DP buscaba encender motores productivos para generar más empleo formal. No debería ser controversial. Pero el ex ministro nunca vio de cerca la DP. Tampoco de lejos.

Si lo hubiera hecho, no afirmaría que obviamos el cómo impulsarla. Inventamos e implementamos las mesas ejecutivas, una de las herramientas de desarrollo productivo más prometedoras de Latinoamérica según el BID y expertos mundiales. El Gobierno y los gremios nacionales las apoyan.

También impulsamos la creación de una red de CITE (públicos y privados) en todo el país. Un ejemplo: hace dos semanas, visité el CITE Agroindustrial de Chavimochic, que articula actores y acompaña a las mypes a mejorar su calidad y productividad. Ofrece capacitaciones para certificaciones Global GAP y HACCP. También las ayuda a estandarizar y mejorar procesos, obtener registros sanitarios, ser asociativas, mejorar el uso de mermas, etc. Es exitosísimo, como atestiguan los productores locales y los miembros (privados) de su comité directivo (de paso, es incorrecta la afirmación de que los directores cobran una dieta: trabajan ad honórem).

Este caso y el del CITE Agroindustrial de Ica demuestran que el modelo funciona. No debería sorprender: hay brechas productivas en todo el país. Pero la mayoría de los CITE no están operando. Los dos de San Martín están construidos, pero sin equipamiento. El CITE Forestal de Pucallpa ni siquiera se ha convocado. El verdadero potencial se empezará a ver cuando tengan instalaciones, equipos y, fundamentalmente, el capital humano adecuado. Este último es el que resolverá los problemas que se presenten.

El ex ministro confunde los retos de la implementación con la validez del modelo CITE. Menciona, por ejemplo, que no se contemplaron servicios básicos. No es cierto. Los proyectos de inversión pública de los CITE previeron los servicios con la obra física, pero se separaron para avanzar en paralelo y acelerar la ejecución.

También resalta un supuesto error de no considerar los S/50-60 millones anuales en gastos operativos. El error es suyo: el MEF evaluó la rentabilidad (social) de cada CITE, incluyendo gastos operativos. Pero su preocupación demuestra un problema conceptual: si creemos que gastar el 0,03% del presupuesto público en fortalecer las cadenas productivas es excesivo, entendemos poco. ¿Son nuestras mypes acaso rentistas que sobreviven con subsidios? Insinuar que los CITE deben ser financieramente autosostenibles es no entender su carácter de bien público (ni que la inversión mucho más que se paga una vez contabilizados los beneficios sociales). En ningún lugar del mundo son autosostenibles. El CITE Vid, en el que el Olaechea estuvo involucrado, no lo es. Está bien que no lo sea, dado su impacto, pero sorprende que él no lo sepa.

Su otro problema conceptual mayúsculo es indicar que la productividad por debajo de niveles de rentabilidad mínimos en sectores como cacao, café y forestal requiere replantear la existencia de un CITE. Es al revés. Justamente porque la productividad de nuestras mypes es baja se requieren los CITE.

El ex ministro Olaechea no pasa de la anécdota. Exagera (o inventa) problemas subsanables con sentido común y buena gestión. No entiende la necesidad de una política pública crucial para ayudar a las mypes a transitar a la formalidad, y le preocupa su modestísimo costo. Lo costoso han sido sus dudas hamletianas (y las de su predecesor), que significaron un avance limitado en estos 21 meses. Y lo realmente costoso sería que por una mezcla de ideología, simplismo o desinterés neguemos el potencial transformador de los CITE. Nadie dijo que es fácil. Pero no podemos renunciar simplemente porque se requiere esfuerzo. Es hora de recuperar el tiempo perdido.