¿Son las redes sociales un peligro para la democracia? (Ilustración: Giovanni Tazza)
¿Son las redes sociales un peligro para la democracia? (Ilustración: Giovanni Tazza)

Las han tomando cada vez más protagonismo como fuente de información para los ciudadanos, especialmente los más jóvenes. Sin embargo, parecen ser el medio de comunicación que más acoge fake news. En plena campaña electoral, se abre la puerta a una discusión acerca de si estas debilitan o no la . En esta edición de Cara y Sello, dos expertos, Verónica Arroyo y Rodrigo Salazar, lo debaten.

Las redes sociales no debilitan la democracia, por Verónica Arroyo

“Las redes sociales no son un peligro para la democracia; pensar lo contrario denota una idea simplista”.

Las redes sociales no son un peligro para la democracia; pensar lo contrario denota una idea simplista, exagerada y problemática.

Es simplista porque no aborda la complejidad de los conceptos de democracia y redes sociales. Analizar la democracia en un país implica revisar conceptos sociológicos, políticos, económicos, etc. Un análisis arrojará problemas que preexisten a la creación del Internet. Asimismo, la democracia no se circunscribe al que estamos atravesando sino a distintos espacios participativos.

Por otro lado, las discusiones que se dan en las redes sociales van más allá de temas de democracia. Estas plataformas están diseñadas para captar y lucrar con la atención del usuario. Para ello, atrae a la persona con herramientas de interacción y una infinidad de temas que le podrían generar interés. Si bien se dice que debido a los algoritmos los usuarios viven en burbujas de información, no existen pruebas fehacientes que señalen que estas sean las responsables directas de generar cambios significativos en la las conductas electorales.

Teniendo esto en cuenta, es exagerado afirmar que las redes sociales sean un peligro en sí mismas, al contrario, el aporte positivo para la democracia es innegable. En varios países, las redes sociales y el Internet son los únicos espacios para que grupos marginados o la oposición puedan expresarse y difundir información. Del mismo modo, permiten la interacción y organización de personas. Y sin ir muy lejos, en el Perú fuimos testigos de cómo estas redes fueron utilizadas para organizar las marchas del año pasado.

Si no tenemos claro el rol de las redes sociales en nuestra sociedad corremos el riesgo de aceptar medidas para regularlas indebidamente con justificaciones como: “en pro de la democracia”, “en contra de las noticias falsas”, “por estabilidad política”, etc. Estas medidas van desde la bajada de contenido y el bloqueo de cuentas, hasta apagones de Internet. La mayor parte de los cortes de Internet del 2020 en el mundo fueron por estos motivos y causaron daños sociales y económicos. Actualmente, tenemos el Proyecto de Ley 7222/2020-CR del congresista Simeon Hurtado que propone regular estas plataformas con medidas inconstitucionales, sobrerregulatorias y plagiadas de un proyecto cuestionado de Colombia.

Por lo tanto, si nos preocupamos por las noticias falsas, las campañas de desprestigio o los trolls, debemos pensar que forman parte del debate democrático y que una buena manera de contrarrestarlos es con más información. Es necesario diversificar el ecosistema de comunicación y medios que hoy se encuentra concentrado en unas pocas plataformas, que inclusive se benefician de planes de ‘zero-rating’. A la par debemos exigir mayor transparencia sobre sus algoritmos que procesan la información. Estas son intervenciones regulatorias un poco más elaboradas y sistémicas, que deben ser estudiadas con cuidado y con la participación extensiva de la ciudadanía y la sociedad civil. De esta manera, dejamos de lado ideas simplistas, exageradas y problemáticas y pasamos a apropiarnos de una herramienta de vital importancia para el debate democrático.

Las redes como amenaza democrática, por Rodrigo Salazar Zimmermann

La digitalización es el más grave peligro que hoy enfrenta la democracia.

La digitalización es el más grave peligro que hoy enfrenta la democracia. Este sistema, con las redes sociales como punta de lanza, propone un nuevo orden social con características diametralmente opuestas. Va mucho más allá de la crítica obvia a su contenido (noticias falsas y discurso de cloaca, por ejemplo). Psicología, sociología, neurociencia y lingüística ya dan luces de cómo las redes carcomen los cimientos de la democracia.

La democracia es objetiva y arbitraria. Objetiva porque busca homogenizar y estandarizar y arbitraria porque entre un concepto político y su representación no existe una relación natural, según los lingüistas y semiólogos peruanos Eduardo Zapata y Juan Biondi. Por ejemplo, la voluntad del pueblo (concepto) manifestada en la Constitución (signo) o la nación (concepto) representada en el Congreso (signo). Hay mucha distancia y se requiere tiempo para reflexionar y pasar del concepto al signo, de la idea a la acción. Por eso la deslegitimación de políticos e instituciones. Las características de las redes sociales son exactamente las contrarias. En vez de objetivas son subjetivas y en vez de arbitrarias son motivadas. Las redes, a través de smartphones y contenido curado para cada usuario, individualizan la homogenización democrática. Allí están las luchas de identidad como género y raza que la democracia, por estandarizadora, no puede manejar. Las redes son motivadas porque, a diferencia de la democracia, entre idea y signo, entre problema y solución, hay una corta distancia, una propuesta inmediata. En la democracia la solución viene de algún poderoso; en el mundo de las redes, de uno mismo. Por eso los movimientos sociales que provienen de las redes no son democráticos en su esencia, pues no convergen en la estructura simbológica de la democracia.

Como cualquier tecnología, las redes han ‘recableado’ el cerebro de sus usuarios. Así han eliminado el concepto de representación en el que se basa la democracia. Sus usuarios ya no creen en la verticalidad democrática porque en las redes la ‘organización’ es más horizontal. Ya no tienen paciencia para la solución de problemas porque se han acostumbrado a la inmediatez.

Las redes vuelven a las personas un poco animales. A esa conclusión –aunque sin esa palabra– llegaron el psicólogo Larry Rosen y el neurocientífico Adam Gazzaley al señalar que las innovaciones tecnológicas, principalmente las redes, interfieren en la habilidad humana de ponerse objetivos de arriba-abajo, aquellos producto de la imaginación para crear desarrollo e innovación, para pasar a responder a estímulos inmediatos, como notificaciones en el celular. Se pasa de la reflexión al reflejo. Los animales no reflexionan; reaccionan, como los usuarios de las redes. Se pierde la capacidad de solución de problemas complejos. Se atrofia el cerebro. Sin capacidad de imaginación a largo plazo no hay democracia que sobreviva.

Asimismo, mientras la democracia promueve –y de hecho se forja con– la libertad intelectual, las redes polarizan, crean cámaras de eco y manipulan la libertad a través de sus algoritmos. Las redes, además, son espacios privados, un negocio que crea adicción; la democracia, en cambio, surge en el ágora pública de la opinión.

No hay medias tintas. El término ‘democracia digital’ es un oxímoron, casi como decir ‘el buen villano’.


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