Enrique Castellanos

Después de unos seis años de múltiples comisiones ad hoc, propuestas y estudios sobre el tema, el Congreso aprobó la Ley de Modernización del . Afortunada o desafortunadamente, dependiendo de su situación económica, esta nueva legislación no cambiará la vida de nadie. Aquellos pocos con empleo y salarios formales seguirán accediendo a dignas e incluso altas. Sin embargo, la gran mayoría, alrededor de 9 de cada 10 peruanos, solo obtendrán pensiones de subsistencia en el mejor de los casos. Pero no podía ser de otra manera; la economía no se rige por decretos, creencias ni por las varitas mágicas que este y anteriores congresos creen tener.

Llevo varios años escribiendo que ninguna reforma pensionaria funcionará mientras no se resuelvan los problemas de base. Mejorar la educación, la salud, la infraestructura y la seguridad ciudadana y jurídica es la única receta para que nuestra economía crezca, la productividad laboral aumente y nuestros salarios se incrementen. Solo así se tendrá capacidad de ahorro que, a su vez, genere los fondos necesarios para otorgar pensiones dignas. Todo lo demás es retórica. Tanto en el tema previsional como en otros campos, la solución no es hacer nuevas leyes, sino cumplir y hacer cumplir las existentes.

En este sentido, lo más positivo de la aprobación de esta ley es que, con ella, ojalá que los congresistas se olviden de las pensiones. A todos los especialistas nos preocupa enormemente tener a nuestros parlamentarios legislando sobre un tema que desconocen y destruyendo lo poco que se había avanzado.

Pero, tratando de rescatar algo positivo del documento, quizás lo mejor de este es la formalización del llamado pilar no contributivo, que busca establecer una pensión mínima universal. La idea no es nueva; hoy en día ya existe Pensión 65 y una pensión mínima para los asegurados en la que cumplen con ciertas condiciones. Sin embargo, hacer hincapié y enfocar esfuerzos en que todos los peruanos accedamos a una pensión al final de nuestra vida es algo valioso. No podemos aspirar a ser un país desarrollado si abandonamos a nuestros ancianos.

Otro aspecto rescatable es que se preserva el sistema privado de pensiones. Irónicamente, la reforma se estaba llevando a cabo porque se consideraba que dicho sistema no había funcionado. Sin embargo, las tan criticadas se mantienen en el negocio y diría que hasta terminan subsidiadas por la llamada pensión por consumo. Al parecer, no son tan malas como se piensa y muchos prefieren confiar sus fondos en manos privadas antes que en entes públicos.

La nueva ley también permite que otras entidades financieras, como bancos y aseguradoras, administren pensiones. Esto es una buena noticia, ya que les quitará el rótulo de monopolio a las AFP sin perder muchos clientes. Esto último porque, al final del día, la gran mayoría mantendría sus fondos en las AFP. Todo tiene su especialización. Manejar y rentabilizar fondos a largo plazo no es tan fácil como muchos creen.

Y no hay mucho más que destacar de esta nueva ley. La pensión por consumo es una entelequia que no soluciona nada y complica todo. La contribución de los informales e independientes tampoco tendrá un impacto significativo en términos macroeconómicos. Los aportes voluntarios o pilar voluntario solo existen en los sueños de nuestros congresistas y sus asesores. Puro humo y confeti.

Por desgracia, el problema que esta ley buscaba corregir ilusamente sigue sin resolverse: el 90% de los peruanos se jubilaría con pensiones insuficientes. El error fundamental de los congresistas es que su hipótesis es falsa. Para ellos, las pensiones bajas se deben a un problema de distribución: pocos se quedan con mucho, las AFP no brindan la rentabilidad deseada y otras falacias por el estilo. La realidad es que el tema previsional es un problema de tamaño, no de quién se queda con qué. Es decir, los peruanos no ahorramos lo suficiente porque ganamos poco y vivimos al día. En consecuencia, la torta que hay para repartir al final de nuestra vida es muy pequeña.

Por todo lo anterior, deberíamos concentrarnos en agrandar la torta en lugar de pelear por las tajadas. Es decir, si nuestros políticos, en lugar de obsesionarse con reformar las pensiones, se obsesionasen con el crecimiento económico, potenciar la salud y la educación, mejorar infraestructura y seguridad ciudadana, veríamos en unos años que el problema pensionario se resolvería por sí solo. Desafío difícil, pero no imposible.


*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Enrique Castellanos es Profesor de la Facultad de Economía en la U. del Pacífico

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