En un discurso pronunciado a principios de enero, el primer ministro británico Rishi Sunak expuso un programa para resucitar al país y salvar al Partido Conservador. “Reduciremos la inflación a la mitad, haremos crecer la economía, reduciremos la deuda, recortaremos las listas de espera y detendremos los barcos”, expresó.
Sunak entró al cargo con una montaña que escalar. A la crisis del costo de vida se le suman las de sanidad, vivienda, educación y transporte, así como la crisis climática y la constitucional que amenaza con poner fin a la unión con Escocia.
Incluso un gran estadista necesitaría más de tres meses para lograr avances en problemas sociales tan arraigados. Pero las primeras señales no son buenas. Lejos de aportar “estabilidad y unidad”, el primer ministro ha hecho todo lo contrario.
Los hogares británicos se encuentran en medio de la mayor caída del nivel de vida desde la década de 1950 y Sunak parece tener poca idea de cómo revertirla.
No ayuda el hecho de que Sunak comenzara su mandato con errores innecesarios, como el nombramiento de Suella Braverman como ministra del Interior, menos de una semana después de que fuera destituida por un grave fallo de seguridad.
Sunak ha abandonado políticas claves en respuesta a la presión interna de su partido. Pero cuando se trata de sus mayores batallas, Sunak ha demostrado que prefiere la inflexibilidad a la negociación. Ante la mayor oleada de huelgas del sector público en una generación, el primer ministro se ha negado a llegar a acuerdos con los jefes sindicales. En su lugar, ha presentado una ofensiva contra el derecho de huelga.
Esto lo pone aún más en desacuerdo con la opinión pública, donde el apoyo a la huelga de los trabajadores del sector público es alto. También revela una falta de sentido común político. Incluso Margaret Thatcher les concedió a los trabajadores del sector público una subida salarial del 25% tras su llegada al poder para poner fin a las huelgas continuas.
La mano dura de Sunak podría incluso acelerar el fin del Reino Unido. La lucha por un nuevo proyecto de ley de reconocimiento de género aprobado por el Gobierno Escocés, que les facilitaría a las personas trans cambiar su género legal, se convirtió en una catástrofe constitucional después de que Sunak utilizara su poder de veto para bloquear la ley. Era la primera vez que se recurría al veto desde su creación, en 1998, una decisión tomada sin una justificación sólida.
La primera ministra de Escocia ha prometido “defender enérgicamente” este proyecto de ley ante los tribunales, lo que podría echar gasolina al movimiento independentista escocés ya en alza.
Parece que a Sunak le espera un largo año.
–Glosado, editado y traducido–
© The New York Times