Cuando Celia Capira comenzó a correr desesperadamente detrás de la camioneta del presidente, durante su visita a Arequipa, no imaginó que sus gritos de agobio se convertirían rápidamente en la escena más desgarradora de la pandemia en Arequipa. Tenía al esposo internado en el hospital Honorio Delgado y denunciaba –con voz quebrada– que habían ocultado a los enfermos en toldos para que el presidente no los viera.
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Celia es el trágico retrato de la derrota de Arequipa frente a la pandemia. Ella portaba su máscara y protector facial, cumplió con su parte del contrato social. Días después su esposo murió. El Estado le ha fallado. Basadre dijo que Arequipa era la ciudad más representativa de la república. Si eso es cierto, nuestra república debe estar muy enferma.
El principal responsable político es Elmer Cáceres Llica, gobernador regional de Arequipa. No ha tenido una estrategia para combatir la pandemia ni ha sido capaz de convocar a todos los actores sociales para suplir su propia incompetencia. Arequipa pide su renuncia, pero el cargo es irrenunciable. “¡Llica incapaz!”, eran los gritos de los médicos, con los que el presidente Vizcarra fue recibido el domingo. Vizcarra dio marcha atrás y enrumbó al aeropuerto. En Arequipa se perdonan los errores pero difícilmente se olvidan los gestos políticos de abandono.
No hay causal de vacancia aplicable en este momento para el gobernador y para la revocatoria solo quedaría esperar a la segunda mitad del 2021. Estamos condenados a entendernos. Con que no entorpezca la coordinación que Pilar Mazzetti ha iniciado directamente con la Gerencia Regional de Salud, nos podemos dar por satisfechos. Porque mientras el presidente marchaba al aeropuerto, Mazzetti se quedó para encontrar soluciones. Algo se ha avanzado. Ayer decenas de médicos de Essalud y el Minsa llegaron para combatir la pandemia en Arequipa.
Precisamente, ante la incapacidad del gobierno regional, surgió el Comando COVID de Arequipa, presidido por el general Gratelly, un órgano constituido en la primera visita de la ahora ministra Mazzetti hace casi dos meses. Pero no estaba preparado para lidiar con los actores de esta tragedia: alcaldes, mercados, transporte público, comercio ambulatorio. No consiguió descentralizar la atención de los pacientes en toda la red de centros de salud de la región. La población entendió que si enfermaba debía ir al hospital designado: el Honorio Delgado, y este colapsó.
Pero Arequipa se equivoca si endilga todas las culpas al Gobierno. Históricamente siempre se ha repuesto colectivamente de complejos problemas, como revoluciones y hasta terremotos, sin esperar un mínimo de cooperación del Gobierno. Su organización colectiva era una fuerza descomunal.
¿Por qué ahora no pudimos anticiparnos a la derrota? Nuestras élites estaban derrotadas. Perdieron por ‘walkover’. Ni las oligárquicas ni las antioligárquicas. Ambas son una sombra de lo que alguna vez fueron. No han conseguido amalgamar una agenda regional y la han dejado en manos de personajes con intereses mezquinos. Una parte de nuestras élites oligárquicas están preocupadas por devolver un orden social y cultural que ya no existe, mientras que las antioligárquicas, que antes podían derrocar a un dictador, ni siquiera son capaces de terminar una reunión sin dividirse por ridículas cuotas de poder.
Decía Mario Polar que “la verdadera riqueza de Arequipa no está ni en su suelo, ni en su subsuelo”, sino en sus gentes “que saben lo que es enfrentarse a la adversidad, aceptar el reto de la naturaleza difícil y erguirse a la altura de ella”. Celia Capira supo enfrentarse a la adversidad y erguirse a su altura. Estaba convencida que si el presidente veía las condiciones en las que atendían a su esposo, algo cambiaría. Ella confió en el Estado. Pero la dejamos sola, bailando con su pañuelo y en el camino murió su esposo. No permitamos que ningún peruano más corra detrás del Estado con agobio. Esa es la más elemental promesa republicana.