Pasear por las calles del Rímac es adivinar que alguna vez el distrito bajopontino fue el área de esparcimiento de la amurallada Lima, donde los gobernantes de turno pudieron expresar su poder y su pompa al pie de la Pampa de Amancaes. Las huellas urbanas monumentales como las alamedas de los Descalzos y de los Bobos, el Paseo de Aguas o la Quinta de Presa son testigos evidentes de un pasado de ocio, elegancia y ostentación.
Pasear por las calles del Rímac es también enfrentarse a un entorno urbano decrépito, quintas y casonas sucias y a punto de derrumbarse, sensación persistente de inseguridad y heridas urbanas como la terrible Vía de Evitamiento que arrincona al río y separa al distrito del Cercado, su continuidad natural.
Rímac y el Cercado, con los Barrios Altos, fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1991. Este conjunto urbano colonial y republicano, excepcional por sus dimensiones y sus joyas arquitectónicas, ha sido gestionado, sin atribuciones eficientemente definidas, por la Municipalidad de Lima a través de su órgano Pro Lima, por la Municipalidad de Rímac y por el Ministerio de Cultura, guardián desbordado de nuestro patrimonio. Estas entidades, según las circunstancias, superponen o esquivan responsabilidades, dejando el Centro Histórico a la merced de la suerte, como las sonadas inversiones de Arte Express y de la desgracia, como el reciente incendio en la plaza Dos de Mayo.
Recientemente se anunció que el Rímac entraría en la Organización de Ciudades del Patrimonio Mundial (OCPM). Enhorabuena, pues el distrito contará con un red de contactos excepcional y herramientas de gestión compartidas. Sin embargo, mientras el Rímac y el Centro Histórico no cuenten con un organismo gestor centralizado capaz de definir una visión objetivo y una estrategia de acción que pueda superar la volatilidad de los gobiernos municipales, la citada recuperación quedará en papel.
La llamada “recuperación del Centro Histórico”, en nuestro inconsciente colectivo desde hace 20 años, se ha traducido en intervenciones descoordinadas, la rehabilitación esporádica de inmuebles ruinosos y múltiples alfombradas de adoquines, sembradas de faroles en el mejor estilo ‘kitsch’ y pintadas y repintadas de fachadas con el color de moda. Para una verdadera recuperación, se debe considerar la ciudad como un organismo vivo, un complejo sistema interconectado. La gestión patrimonial no es únicamente la intervención restauradora de los elementos históricos, es la definición de una estrategia que permita que dichos elementos se integren a la vida de la ciudad, sean valorados por sus habitantes, y puedan preservarse en el tiempo.
Así, nos toca definir qué Centro Histórico queremos, y preguntarnos si nos importa preservarlo. Los limeños no sentimos aún indignación al ver el estado de nuestra historia y de nuestro patrimonio. Pasamos por el Centro de Lima con indiferencia, a lo mucho pena, pero no tomamos cartas en el asunto. Las acciones de las municipalidades, del ministerio o de instituciones como el antiguo Patronato de Lima o del reciente Patronato del Rímac quedarán aisladas mientras no reconozcamos en la Lima colonial un símbolo potente del nacimiento de nuestra nación multicultural y mestiza, y no la expresión decaída de las heridas de la Colonia.