Saturno devorando a sus hijos, por José Juan Haro
Saturno devorando a sus hijos, por José Juan Haro

A propósito de un artículo que publiqué en este Diario en defensa de la desregulación (, 7/10/2016), algunos amigos me han escrito para solicitar recomendaciones concretas sobre cómo llevarla adelante. “La desregulación es atractiva, pero, como tú mismo te has atrevido a sostener, el diablo se esconde en los detalles”, reconocen estos amigos. 

Mi mayor convicción es que la desregulación no se puede confiar seriamente a la misma entidad encargada de la tarea de regular un mercado. En España, Ignacio del Castillo denomina “síndrome del puente sobre el río Kwai” a la tendencia que muestran los reguladores a proteger su creación, tendencia que Castillo identifica con el impulso que llevó a los soldados ingleses de la famosa película a resistirse a volar el puente que les habían obligado a construir los japoneses y que tan magníficamente habían rematado. Los seres humanos actuamos casi siempre de la misma manera: protegemos aquello a lo que hemos dado vida y evitamos reconocer sus evidentes defectos o su inadecuación a los cambios del entorno.

La mayor parte de las leyes de creación de los organismos reguladores, en el Perú y el resto de América Latina, faculta a las autoridades a identificar supuestos en los que la competencia es suficientemente vigorosa como para tornar en innecesaria la regulación. Pese a esto, en los últimos 25 años son muy pocos los casos en los que un regulador peruano se ha atrevido a desregular totalmente alguno de los mercados a su cargo. 

Se argumentará que en el Perú existe ya la Comisión de Eliminación de Barreras Burocráticas a la que se ha encomendado la tarea de desactivar la regulación excesiva o irracional. Pero su ubicación en el aparato del Estado (dentro del Indecopi) y la jerarquía que se le ha otorgado solo pueden conducirnos a felicitar los logros que su pequeño equipo ha alcanzado en un ambiente tan poco propicio. Estoy convencido de que una entidad de nuevo cuño y de la máxima jerarquía, con reforzada capacidad para actuar de oficio y no solo a pedido de parte, puede contribuir más eficazmente a cuestionar el acervo regulatorio y promover su redimensionamiento. 

Aunque no ha tenido el éxito que inicialmente esperaba, en 1989 México decidió acoger la desregulación como política pública. El país estableció posteriormente, en el 2000, una institución –dependiente del Ministerio de Economía– a la que encomendó la tarea de promover la transparencia en la elaboración y aplicación de las regulaciones para asegurar que estas generen beneficios superiores a sus costos y maximicen el beneficio social. Actualmente, la Comisión de Mejora Regulatoria (Cofemer) opera proveyendo asesoría técnica a los reguladores, analizando las regulaciones que pretenden emitir y elaborando propuestas legislativas y administrativas para mejorar la acción regulatoria.

Para desregular, en buena cuenta, no basta con declarar la desregulación como política pública; hay que crear un sistema institucional que la favorezca. La Biblia cuenta que Dios quería saber si Abraham era obediente y, para probarlo, le ordenó que sacrificara a Isaac, su único hijo, en la montaña. Abraham amaba a su hijo y no quería sacrificarlo, pero deseaba obedecer a su Señor. En la mitología romana, Saturno –el dios del tiempo– se sentía en cambio impelido a devorar a sus hijos según iban naciendo para mantenerse en el trono, temeroso de que estos lo sustituyeran. Puestos a elegir, los reguladores tienden a actuar como Abraham. Quizá sea mucho pedir, en aras del buen funcionamiento de los mercados, que aquellos se conviertan en predadores de sus propias creaciones: que actúen como Saturno, devorando a sus hijos.