“En los últimos años, la experiencia de realizar una búsqueda en Google ha empeorado, al menos si su objetivo es encontrar información, en lugar de ver anuncios”. (Foto: Reuters).
“En los últimos años, la experiencia de realizar una búsqueda en Google ha empeorado, al menos si su objetivo es encontrar información, en lugar de ver anuncios”. (Foto: Reuters).
Tim Wu

El verdadero significado de la demanda federal antimonopolio presentada contra el martes no puede ser captado por ningún debate estrecho sobre la doctrina legal o lo que significará el caso para la empresa. La denuncia marca el regreso del gobierno de EE.UU. a un papel que muchos de nosotros temíamos haya abandonado: disciplinar a los monopolios.

El presidente Theodore Roosevelt explicó mejor el papel que desempeñó la ley antimonopolio después de que su Departamento de Justicia presentó una demanda en 1902 contra la Northern Securities Company. Roosevelt le escribió a un amigo que “la pregunta absolutamente vital” era si “el gobierno tiene el poder de controlar los fideicomisos”. Como había dicho anteriormente en un discurso, el “inmenso poder” de la riqueza agregada “solo puede ser alcanzado por el poder aún mayor del pueblo en su conjunto”.

¿Puede el poder de la gente prevalecer sobre el poder de Google y otros gigantes? Como en los días de Theodore Roosevelt, el poder de las empresas privadas más grandes de hoy rivaliza con el del gobierno, y posiblemente tengan más influencia sobre cómo vivimos.

Históricamente, la reacción al poder privado sin restricciones ha adoptado a menudo una de dos formas. Una es la aceptación pasiva, con la esperanza de que el sector privado haga lo mejor para el público. Eso es capitalismo sin restricciones. La otra forma es un intento agresivo de nacionalizar (o al menos regular) empresas poderosas. Eso es socialismo.

La tradición angloamericana antimonopolio ofrece una tercera vía. Busca reducir o limitar el poder de monopolio privado, ya sea dividiendo una gran empresa en unidades más pequeñas o asegurando que la empresa siga siendo vulnerable a la competencia.

Es desde esta perspectiva que debe entenderse la demanda contra Google. De hecho, el gobierno esencialmente ha copiado la exitosa demanda antimonopolio que presentó contra en 1998.

Google es un monopolio clásico, dice la denuncia, y ha utilizado medios indebidos para protegerse de la competencia: específicamente, cerrando acuerdos exclusivos con socios importantes como . Con su participación de mercado dominante en búsquedas, estimada en 88%, Google tendrá dificultades para convencer a un juez de que carece de poder de monopolio.

Google y sus defensores pueden protestar: ¿Pero los consumidores resultaron heridos? Como en el caso contra Microsoft, se acusa a Google de dañar el proceso mismo de la competencia. Un monopolio, si está inmunizado contra la competencia, puede comportarse con impunidad. En este caso, ese comportamiento puede incluir aumentar sus precios (para los anunciantes), degradar la calidad de su producto y debilitar las protecciones de privacidad.

En los últimos años, la experiencia de realizar una búsqueda en Google ha empeorado, al menos si su objetivo es encontrar información, en lugar de ver anuncios. Y en ausencia de una competencia real, Google se las arregla para seguir sin vergüenza con sus hábitos.

Algunos pueden instarnos a confiar en que las empresas como Google son fundamentalmente bien intencionadas. Ese punto de vista se volvió dominante entre los funcionarios antimonopolio durante la administración de y ahora ha prevalecido durante 20 años. Nos ha dejado una economía demasiado concentrada, injusta para los trabajadores, los pequeños productores y los empresarios.

Esta es la razón por la que la demanda tiene un significado mayor que ella misma: es un recordatorio de que incluso las empresas más poderosas deben tener en cuenta el poder aún mayor del pueblo.


–Glosado y editado–

© The New York Times