"No podremos salir de esta crisis sin una colaboración que trascienda tamaños, colores y sectores". (Ilustración: Giovanni Tazza).
"No podremos salir de esta crisis sin una colaboración que trascienda tamaños, colores y sectores". (Ilustración: Giovanni Tazza).
/ Giovanni Tazza
Mariana Costa Checa

El Perú atraviesa hoy una de las crisis más profundas de su historia. Lo hace en un momento caracterizado por la polarización y la intolerancia, la desconfianza profunda en el otro, y flujos de información infinitos en los que cada vez es más difícil discernir la verdad. Peruanos y peruanas, conectados a las redes sociales o a la radio en la cocina, intentamos hacer sentido de todas las cosas inverosímiles que vienen pasando a nuestro alrededor.

Estamos cansados y cansadas. Tenemos miedo. Sería reconfortante poder encontrar al culpable de todo esto. ¿Es el gobierno y su incapacidad de gestión? ¿Son las que solo velan por su interés? ¿Somos nosotros como sociedad? Al responder a estas preguntas, por el simple hecho de ser humanos, solemos tener sesgos de confirmación: interpretamos la realidad según nuestras percepciones preexistentes, poniendo especial peso a lo que confirma nuestras creencias. Creemos en lo que elegimos ver, y tendemos a generalizar y estereotipar, reforzando aun más nuestra visión del mundo.

En términos evolutivos, estos comportamientos hacen sentido para simplificar la realidad y ahorrarle energía al cerebro. En un contexto como el que vivimos hoy, sin embargo, tienen consecuencias profundas. Nos llevan a conclusiones erradas, nos dividen e imposibilitan la construcción de confianza en un momento en el que la colaboración es la única salida.

Hace unos días participé de una discusión en Twitter sobre el apoyo de las empresas privadas en el traslado de las que me llevó a reflexionar sobre lo que describo en las líneas anteriores. En el Perú, lamentablemente, hemos sufrido de una alta dosis de empresas corruptas que buscan su interés propio a costa del bien común. Nos indignan. Atacan de manera directa la aspiración que la mayoría de personas tenemos hacia la justicia. Sin embargo, si analizamos la realidad de manera crítica, es evidente que así no son todas las grandes empresas. Ni siquiera la mayoría, y menos el sector privado en su conjunto. Si caemos en extrapolar estos comportamientos sin discernir, entonces nunca nada que venga de ahí nos parecerá bueno. Si creemos que nada bueno puede venir de quienes generan la gran mayoría de empleo formal productivo y de ingresos para el Estado, ¿cómo podemos soñar con un Perú unido y próspero?

Del otro lado, lo mismo ocurre cuando quienes estamos indignados de ver a políticos mentir, desconfiamos de cualquier persona que quiera entrar en política. Si no podemos evitar generalizar entre quienes aspiran a una carrera política, ¿cómo podremos alguna vez confiar en nuestros representantes y ejercer una ciudadanía constructiva? Si no podemos reconocer las cosas que el Estado sí hace bien por el sesgo que nos deja todo lo que ha hecho mal antes, ¿cómo podemos soñar con mejores instituciones públicas?

Hoy el Perú vive –además de la sanitaria, la económica y la política– una crisis profunda de confianza. Somos incapaces de creer en la integridad del otro. Nuestras preconcepciones generalizadas, si bien pueden ser entendibles por lo que hemos vivido, no ayudan. Nos impiden imaginar y, por ende, empezar a construir una realidad distinta.

En medio de la incertidumbre que hoy nos rodea, una certeza se vislumbra: no podremos salir de esta crisis sin una colaboración que trascienda tamaños, colores y sectores. Para lograrla, tenemos que partir por reconocer nuestros sesgos, abrirnos a confiar y apostar porque sea posible. Debemos creer que podemos tener más y mejores empresas grandes que generen bienestar común. Un Estado eficiente, capaz de brindar servicios de calidad. Políticos bien intencionados y competentes que trabajen por el bien del país.

Confiar y creer es arriesgado en el Perú. No abogo porque caigamos en un optimismo ingenuo. Los problemas por delante son inmensos, pero resolverlos parte por atrevernos a creer que podemos hacerlo juntos. No hay otro camino.

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