Segundo tiempo para Clinton y Trump, por Juan Carlos Chávez
Segundo tiempo para Clinton y Trump, por Juan Carlos Chávez
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Si hay algo que ha marcado la tónica de la campaña del candidato republicano, Donald Trump, es que siempre ha terminado guiándose por los instintos y no tanto por el contenido de la ideas. 

Hillary Clinton, la aspirante demócrata, sabe de estos vacíos y, ciertamente, los capitalizó con solvencia para ganar el primero de los tres debates.

Punto aparte, el segundo encuentro no será una repetición de lo que vimos el 26 de setiembre. Tampoco fluirá con la misma naturaleza conservadora que apeló, no tanto para llamar la atención de los ciudadanos que no se deciden por un candidato, sino para consolidar y retener el voto de quienes ya lo tienen muy claro.

Las razones que nos llevan a pensar que el debate de esta noche impondrá un sello particular y, por qué no, decisivo, están asociadas a una multiplicación de situaciones y coyunturas, cada una vinculada de una forma u otra.

Una de ellas es la premura del tiempo, ya que estamos a cuatro semanas de las elecciones generales. Otra es la necesidad gravitante para la campaña de Trump de ganarse la confianza de los republicanos conservadores y aglutinar el apoyo del electorado independiente.

La meta es compleja y extremadamente arriesgada, debido a que el clima político para el magnate de bienes raíces no es el más saludable. Queda en la memoria de millones de televidentes que siguieron el primer debate la escasa preparación de Trump, sus interrupciones sin mayores sentidos, la ausencia de argumentos consistentes y su falta de astucia y olfato político en temas de orden público.

Trump tuvo en sus manos la oportunidad de explotar su calidad de candidato ‘no tradicional’, consolidar la imagen del hombre que está despercudido del andamiaje de Washington y criticar la ineptitud gubernamental para resolver los problemas más comunes de la gente. Pero el candidato republicano se quedó en el intento y sus ataques se esfumaron como los golpes de un boxeador que está muy lejos de alcanzar su mejor condición física y técnica. 

Tampoco fue duro con el escándalo de los correos electrónicos de Clinton mientras ejercía el cargo de secretaria de Estado. Inexplicablemente no sacó provecho de los cuestionamientos sobre la Fundación Clinton y la responsabilidad política que se le señala por los ataques a la embajada estadounidense en Bengasi (Libia).

En el lado demócrata, la situación se acomoda mejor a las aspiraciones de Clinton y a sus estrategias de campaña. La candidata respira tranquila y actúa con soltura. Sabe que hay cada vez más voces que coinciden en identificarla como una figura mejor preparada que su contrincante de turno. 

Clinton no es quizá la candidata demócrata más querida de la historia moderna de Estados Unidos. Le cuesta llegar a la gente y a los jóvenes, su estado de salud ha generado más de una interrogante, no tiene el carisma del presidente Barack Obama ni el buen sentido de humor de su marido. 

También ha dado muestras de doble discurso. 

Apoyó con alma y corazón los acuerdos de libre comercio que Estados Unidos firmó recientemente con otros países y gobiernos, como el TPP. Pero en su campaña dio un giro de último minuto y ahora es implacable en sus críticas contra el mismo tratado que ella respaldó. ¿Por qué lo hizo? Quizá para ganar un espacio en estados industrializados, como Pensilvania y Ohio.

Sin embargo, y a diferencia de Trump, la candidata demócrata no solo cuenta con el apoyo de toda la maquinaria de su partido sino que se ha presentado eficazmente como una mujer con experiencia en el manejo de gobierno.

Así, el primer debate le sirvió a Clinton para reafirmar que su intención de llegar a la Casa Blanca no está enmarcada por la casualidad ni por el antojo. Se presentó como presidenciable, como una mujer que sabe escuchar, que admite sus errores y que hará valer las expectativas de todos.

Clinton continuará atacando a Trump en varios frentes, incluyendo sus declaraciones machistas y lenguaje vulgar sobre las mujeres, su falta de integridad empresarial y poca transparencia en el manejo del tema tributario. 

Lo primero (comentarios despectivos hacia las mujeres) ha sacudido las bases de campaña de Trump y amenaza con seguir profundizando grietas en las filas republicanas. 

La polémica explotó el viernes tras la difusión que hizo “The Washington Post” de un video del 2005. La filtración no es poca cosa, ya que en el video se escucha a Trump presumir –con tono bajo, grosero y vulgar– sobre su forma de seducir a las mujeres. El efecto ha sido inmediato: varios miembros de su partido han reaccionado indignados y comenzaron a retirarle su apoyo, como el vocero de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, y el conservador Reince Priebus, presidente del Comité Nacional Republicano.

Otro problema de largo aliento es la nota publicada hace unos días por el diario “The New York Times”. El candidato republicano declaró pérdidas de US$916 millones en 1995 y probablemente evitó pagar impuestos durante casi dos décadas. 

Dicho esto, queda claro que la dinámica del encuentro de hoy impondrá exigencias y rapidez de ideas para ambos contendientes. La mitad de las preguntas serán formuladas por el moderador, Anderson Cooper; la otra, por un grupo de votantes indecisos. Habrá que ver el resultado.