Lina Arenas

El es el empleador más grande e importante del país. Emplea a más de 1,5 millones de personas en todos los rincones del territorio nacional. Es el sector que se encarga de que las políticas se implementen. De que los más de 33 millones de peruanos sean asistidos desde los diferentes puntos de atención estatal. El sector público es fuente de ingresos económicos de miles de familias, de orgullo y patriotismo. Pero también es fuente de polémica. Todos los años perdemos en promedio S/24 mil millones al año por corrupción, lo que se traduce naturalmente en una alta impopularidad de los funcionarios entre la opinión pública que, mayoritariamente (82%), advierte tener poca o nula confianza en el gobierno.

Estas cifras no deben sorprendernos. Desde que se inició la reforma del civil en el 2013, no solo la planilla del Estado ha crecido en más del 100%, sino que este crecimiento no ha venido siempre acompañado de perfiles competentes para los cargos y de las habilidades que uno esperaría encontrar en un servidor público. Esta situación ha tenido particular relevancia en los últimos meses, cuando la coyuntura política extremadamente volátil y la alta rotación de funcionarios han estado a la orden del día. La opinión pública tendría sustento de sobra para castigar el desempeño de quienes administran sus impuestos.

Sin embargo, un Estado sin un aparato técnico sólido de administración pública no avanza y, lejos de petardear los avances en las reformas para mejorarlo, toca poner sobre la mesa y discutir cuánto de esta crisis de gobernabilidad agrava la situación laboral precaria, la salud mental y la motivación intrínseca de los trabajadores del Estado. A estas alturas, muchos funcionarios ya se deben estar haciendo la pregunta: ¿será la hora de tirar la toalla? Esta pregunta viene normalmente acompañada de otra: ¿hasta cuándo vamos a trabajar con jefes y equipos que cambian constantemente? ¿Podré sacar realmente adelante las metas que tengo? ¿Puedo ser empleado por el Estado Peruano y estar en desacuerdo con la conducción política de los últimos meses? ¿Es esta disonancia cognitiva muy grave para mi salud mental? ¿Cómo afecta en mi desempeño y productividad?

El día a día de muchos servidores públicos está lleno de barreras logísticas y técnicas que solo se han venido incrementado producto de la inestabilidad política y el desgobierno. Resoluciones que no se firman, expedientes que duermen el sueño de los justos en los escritorios de alguna oficina, viáticos que uno se agencia de su propio bolsillo, trámites que no avanzan por la rotación de personal, entrampamientos burocráticos kafkianos, entre otros. La interpelación es constante. La desmotivación está a la orden del día. ¿Acaso la masa crítica técnica de la administración pública debe renunciar? ¿Hasta qué punto la falta de gobernabilidad está afectando el diseño e implementación de políticas? ¿Nos hemos puesto a pensar en lo complejo que puede ser trabajar cuando tienes a un equipo de cientos de miles desmotivado?

En estos tiempos recios de parálisis estatal es oportuno recordar y reconocer que muchos de estos ciudadanos son servidores públicos por convicción y con vocación, y que la fuente de sus ingresos no es solo una forma de ganarse la vida, sino también un medio de realización personal. Se torna necesario prestarles atención a estos cientos de miles de trabajadores que probablemente ven afectadas sus labores diarias por una coyuntura ajena a sus decisiones. Estos trabajadores que tienen que lidiar con un empleador desbordado, en un nivel histórico de caos. Aquellos que, sobreviviendo en un país en situación de emergencia, aún no tiran la toalla del compromiso y de la integridad.

Lina Arenas es psicóloga social, exviceministra del MIMP. Miembro de Propuesta País y Voceras.org