Las batallas de San Juan y Miraflores cumplen 139 años. El significado que tuvieron para la población limeña es mayormente ignorado. Una de las razones que lo explican está en la poca atención pública que reciben los tres sitios encargados de transmitir esa memoria: el parque Reducto Nº 2, el parque Reducto Nº 5 y el Morro Solar.
El primero es el más concurrido y el de mejor infraestructura. Cuenta con un museo de sitio, el único que tiene una sala dedicada a la defensa de Lima. Su museografía, sin embargo, es anticuada: se centra en los objetos, no en los aprendizajes y experiencias, así como en los relatos militares, cuando la batalla de Miraflores fue protagonizada por civiles. Carece también de programas educativos y estrategias de comunicación. Además, las diferentes gestiones municipales del distrito no se han preocupado por vincularlo a las dinámicas del lugar. Los grupos que hacen yoga, las familias que celebran cumpleaños infantiles o las personas que pasean por sus jardines no tienen oportunidad de conocer el pasado del lugar. Sin armas para llegar al público, la consecuencia termina siendo previsible: pocos lo conocen y visitan.
En el caso del Reducto Nº 5, los candados lo gobiernan. Se mantiene cerrado todo el año. La Municipalidad de Surquillo no hace ningún esfuerzo por explicar su existencia. Tampoco permite que sea aprovechado como parque. Es un terreno anónimo sin uso ni identidad; un “no lugar”, diría el antropólogo Marc Augé, a pesar de haber sido reconocido en el 2017 por el Ministerio de Cultura como monumento histórico integrante del Patrimonio Cultural de la Nación; junto con el Reducto Nº 2, el Morro Solar y otros cuatro sitios históricos de batalla. Al alejar a la gente, las rejas que lo cercan contradicen una política básica para poner en valor lugares de su tipo: garantizar que sean accesibles.
El Morro Solar, en cambio, está abierto pero no tiene una infraestructura cultural que cuente la historia de la Batalla de San Juan, fuera del Monumento al Soldado Desconocido. Además, se encuentra cercado por la inseguridad e insalubridad debido a la indiferencia de la Municipalidad de Chorrillos. A esos problemas se le suma la continua amenaza de que sea invadido por traficantes de terrenos o tomado judicialmente por proyectos inmobiliarios. La ausencia de inversión pública no solo impide comunicar su pasado, sino también que todos sus potenciales, como la vista panorámica de la ciudad, sean más aprovechados.
Revertir la decadencia del Morro Solar no pasa por enrejarlo y prohibir las actividades sociales. Pasa por poner al ciudadano en el centro y seguir la tendencia que vienen teniendo otras instituciones culturales como los museos y teatros. Eso implica hacerlo más accesible, inyectarle vida pública mediante la organización de proyectos artísticos y conmemorativos, y fortalecer sus vínculos con los vecinos y las comunidades que lo utilizan. Una de estas últimas es Todos x el Morro, colectivo de deportistas (ciclistas, corredores y surfistas) que han realizado diferentes iniciativas (jornadas de limpieza, campañas, trabajo comunitario, etc.) para protegerlo. El Ministerio de Cultura debería, entonces, diseñar junto con grupos como ellos el plan de gestión del sitio, clave para cualquier intervención futura. El patrimonio es de la ciudadanía, no del Estado.
Los sitios históricos de batalla son preservados para mantener el recuerdo y extraer lecciones de las experiencias que les dieron origen. La mejor manera de cumplir ese mandato es usando creativamente la gestión cultural para mediar la relación del pasado con nuestro presente y, a la vez, convirtiéndolos en espacios públicos al servicio de los ciudadanos.