"la economía se enfría gradualmente por razones que exceden a Humala o PPK". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"la economía se enfría gradualmente por razones que exceden a Humala o PPK". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Alberto Vergara

In memóriam Inés Rossi

Cuando venía al Perú durante el 2015 me llamaba la atención un diagnóstico reiterado en nuestra comentocracia: felizmente el 2016 no habría candidato que ponga en riesgo el modelo económico. Sin Humala, sin radicales, con una derecha hegemónica, viajaríamos cual flecha hacia el desarrollo. En lugar de pitear por la ausencia de propuestas políticas e institucionales en un país donde estas esferas se degradan aceleradamente (mucho más que la económica), vivaban que nadie tocaría el modelo económico. Aunque en dos décadas, el crecimiento no había generado espontáneamente un Estado de derecho más sólido ni consolidado los cimientos republicanos, la hermandad del santo dígito del PBI le rezaba a lo habitual antes que reclamar lo urgente.

Y el sueño se hizo realidad. Alfredo Barnechea y Verónika Mendoza no franquearon la primera vuelta, el Congreso quedó naranja y la segunda vuelta fue una competencia en el interior de la familia derechista. Ahora sí, abróchense los cinturones, próxima estación: la OCDE.

Pero el sueño era pesadilla. Tras un año de gobierno, el país erra como vaca sin cencerro. Del ámbito económico ni precisamos hablar. En el tercer trimestre del 2016 se había crecido 4,4% y en el primer trimestre del 2017 ya estábamos en 2,1%. El propio presidente ha reconocido tan menesterosa performance. Es más, el ex primer ministro Fernando Zavala concedió que ello se debe a malas decisiones del gobierno, en especial, la reducción del déficit cuando requeríamos una política contracíclica. (Sincerémonos, si Thorne hubiese sido ministro de Humala estaría colgado en la vía pública). En resumen, al gobierno de los economistas se le escaparon las tortugas en su propia cancha.

En la cancha política e institucional, el resultado es peor. La sensación que prevalece es que nadie está a cargo de nada. Ni ideas, ni mando. Si del segundo Belaunde se afirmaba que flotaba solitario en su nube, la de PPK es una nube tipo metropolitano en hora punta. Con excepción de los ministerios del Interior y Relaciones Exteriores, no hay ningún cambio de rumbo digno de destacarse (salvo para el pensamiento Playa Blanca, donde reducir trámites califica como revolución social). Que se trate de evangélicos, sindicatos cercanos a Sendero, hijos cabildeando indultos, universidades privadas luchando para no ser reglamentadas, apristones y fujimoristones pidiendo cargos, empresarios demorando reformas tributarias, en fin, no importa el ámbito, siempre encontramos a un gobierno que cede. Y la gente detesta a los gobiernos que no gobiernan.

Para resumirlo con Mirko Lauer, el presidente ha demostrado que no era “ni economista mágico ni político cunda”.

Ahora bien, es importante resaltar que ni estábamos hasta las patas por exclusiva culpa de Humala, ni lo estamos ahora por responsabilidad única de PPK. De hecho, no padecemos ninguna crisis terminal. No estamos sufriendo un infarto fulminante. Solamente hemos decidido seguir metiéndonos colesterol.

Seguramente este gobierno ha realizado un mal manejo económico. Pero seríamos cándidos de creer que una economía cuya curva de crecimiento del 2007 en adelante es –fluctuaciones más, fluctuaciones menos– decreciente, responde a las acciones de uno u otro presidente. Esa es la explicación perfecta para obviar lo importante. Pero es lo que alienta nuestra derecha. Una mirada a los artículos que se publican usualmente en estas páginas lo deja claro: la economía se frenó porque Humala no generaba “confianza” y ahora estamos fregados por “shocks externos”.

Debo decir que luego de 15 años como lector profesional de ciencias sociales, nunca me he topado con alguna investigación seria donde la “confianza empresarial” sea una variable discriminante para el desarrollo. Pero aquí es evangelio. En vez de subrayar la productividad, la independencia de la justicia, la desigualdad, el capital humano, el nivel de la burocracia, la matriz productiva, entre otras variables recurrentemente señaladas como determinantes del desarrollo de los países, aquí se vuelve siempre a la “confianza empresarial”. PPK y su entorno son reproductores de esos sentidos comunes eficaces para evitar reformas sobre los factores institucionales, políticos, sociales, que complotan contra nuestra economía y desarrollo.

¿Y qué decir del “choque exógeno” Odebrecht? Como si fueran exógenos nuestros políticos, empresarios y autoridades siempre prestos al faenón; como si fuera exógena una contraloría incapaz o nuestro Poder Judicial atrofiado. También, obviamente, sería exógeno El Niño costero. Como si este no fuese devastador también por nuestros sistemas de prevención deficientes; como si no pusieran lo suyo nuestras instituciones, autoridades y empresarios vinculados a la construcción de puentes, pistas o hidroeléctricas de cartón. Llamarlo “shock exógeno” es, cuando menos, muy incompleto.

En síntesis, la economía se enfría gradualmente por razones que exceden a Humala o PPK.

El pobre desempeño del gobierno en la esfera política e institucional también responde a dinámicas que lo superan. Al presidente y su entorno podríamos achacarles su continuidad, no su invención. Tomemos la impopularidad del presidente, ¿cómo podría deberse a algún rasgo de PPK cuando su curva es calco de la de los presidentes anteriores? Muchas variables empujan en esa dirección; la debilidad del mismo Estado con el que todos deben trabajar es una evidente. Pero menos mencionada es la irresponsabilidad de nuestros gobernantes. Es decir, jamás responden ante sus electores (o ciudadanos) por sus decisiones o prioridades. Humala nunca tuvo la entereza de explicarles a sus votantes de primera vuelta las causas de su propia gran transformación. (Así nomás es, joven). PPK defrauda a los votantes de segunda vuelta que lo llevaron a Palacio y terminará de hacerlo con el indulto, pero no dará ninguna explicación política. (No atendemos provincias).

Es cierto, en un breve momento el presidente y su primer ministro tuvieron la intuición de responder ante su elector de convicciones republicanas. PPK abundó sobre los principios de la independencia. Zavala evocó a Jorge Basadre cuando pidió la investidura. Pero ADN mata coyuntura. Al toque volvieron a Nixon: lo que le conviene a la General Motors le conviene al país. En el altar del profit todo es sacrificable. Y, naturalmente, como sus antecesores, cosechan el desprecio de la ciudadanía.

El desinterés por la gente nos transporta a otro tema recurrente: el tecnócrata (y pituco). (Tecnócrata: dícese del experto que ama a su país y desprecia a su gente). Se equivocan quienes han descubierto el manejo tecnocrático con este gobierno. En el Gabinete Aráoz, por ejemplo, figuran cinco ministros que han postulado a cargos de elección popular (una definición muy elemental de “político”). En los gabinetes de Humala no había ni eso. La despolitización del Ejecutivo y la preeminencia de expertos es muy anterior a PPK. Y la pituquización del Estado también. La novedad es que ambas características se concentraron en el presidente, el primer ministro y sus equipos donde, más que tecnócratas, proliferaron cuadros llegados del mundo privado. Los cinco presidentes previos eran políticos y de origen clasemediero o humilde lo cual disimulaba la tendencia hacia la tecnocratización y pituquización del Estado.

Se acaba el espacio y no he hablado del fujimorismo. Pero importa poco. La responsabilidad principal de nuestra situación es de los principios y políticas que animan a este gobierno y que, en gran medida, lo hubieran hecho también con uno fujimorista.

Del fracaso de la derecha limeña, más importante es conjurar el componente limeño que el derechista. Uno tiene derecho a anhelar una derecha que, respetando las reglas del mercado y administrando prudentemente la economía, también tenga convicciones y agallas en esferas institucionales, políticas, sociales; que no las postergue cada vez que una reforma o controversia pueda generarle “ruido político a los empresarios”.

Repitámoslo, nada de esto es obra del gobierno. Un distraído ha dicho que hemos padecido el sexto año de Humala; en realidad, para bien y para mal, hemos atestiguado el decimosexto de Toledo. Ante la economía descompuesta y el país confundido, PPK podría entonar junto a un viejo salsero anónimo que “la vida es así/no la he inventado yo”. Y a nosotros nos queda la distancia irónica, porque mientras ande suelto el sueño derechista, rotar de autoridades será siempre por las puras caiguas. O mejor, Por las Puras Kaiguas.