Crisis política: ¿Perú todavía puede crecer 4% en 2018?
Crisis política: ¿Perú todavía puede crecer 4% en 2018?
Santiago Mariani

La última foto del drama político que se desplegó en el Perú con la a marcha forzada a la que se intentó someter al presidente, sin que mediara una investigación escrupulosa sobre su vinculación en la trama de corrupción orquestada por Odebrecht, representó un accionar político temerario que puso en riesgo algo más que algún punto de crecimiento económico. La sola puesta en marcha de este proceso fue acaso otro indicador en el derrotero de una mayoría parlamentaria que, sin importar las consecuencias de su intentona facciosa, no tiene más para ofrecer que una sistemática e irresponsable censura de ministros, el intento de desplazar injustificadamente al fiscal de la Nación y la toma por asalto del Tribunal Constitucional.

Una mayoría facciosa es aquella que acorrala la democracia y la vacía de contenido al imponer su criterio solamente por el hecho de tener la posibilidad numérica de hacerlo, sin que ello suponga un juego virtuoso con cierta dosis de limitación y control en el uso de los mecanismos legales previstos. El accionar de marras no guarda ningún respeto por el resto de las partes que también componen la pluralidad en la representación política y cuya inclusión en los procesos de decisión dota de vigor al sistema democrático. Esa andadura, reflejo de una cultura política autoritaria que solo busca acumular y retener el poder, termina sacrificando la posibilidad de impulsar el desarrollo, un proceso de largo aliento que entraña mucho más que niveles de crecimiento económico en una coyuntura internacional favorable.

¿Cómo se explica que se haya llegado a esta situación? ¿Es posible aventurar alguna salida? Propongo al lector posar su mirada en lo sucedido durante las últimas décadas a modo de poder desentrañar los dilemas que acechan la dinámica política, social y económica del Perú. La hipótesis que aventuro es que las reglas de juego que se instalaron después del golpe del 5 de abril de 1992, en el marco de una crítica generalizada hacia la clase política en su conjunto, redujeron los espacios de la política mediante reformas que buscaron maniatar y controlar la dinámica de negociación y construcción de consensos democráticos.

Entre los efectos perversos de las reformas institucionales que disminuyeron los espacios de representación y concertación –por citar un ejemplo, la unicameralidad– está la posibilidad de que una mayoría, como sucede en las actuales circunstancias, pueda ejercer un poder desproporcionado sobre el sistema. Ese peligro, que se agrava y potencia en un sistema sin partidos políticos, pudo ser conjurado mientras el fujimorismo se rearmaba y recomponía del final estrepitoso con el que había dejado el poder en 2001.

Desde entonces no hubo una fuerza política que pudiera lograr construir una hegemonía que asfixiara la democracia. La debilidad intrínseca de un sistema sin partidos políticos contribuyó de alguna manera a camuflar ese peligro. Sin embargo, el regreso político que el fujimorismo logró plasmar con paciencia desde 2001 coincidió con la llegada al Poder Ejecutivo de un presidente carente de reflejos políticos que le permitieran balancear y equilibrar esa mayoría que sistemáticamente acosa la institucionalidad. A la carencia de un partido propio, al desprecio de la importancia de sembrar vínculos fuertes con la sociedad y de un programa que no señala mayor mira que el destrabe a la inversión, Kuczynski desperdició oportunidades políticas que se abrieron con hechos inesperados como la reconstrucción de la infraestructura del norte luego del fenómeno del niño. A esa mayoría, que declama haber superado su pasado autoritario pero que en la práctica ha demostrado lo contrario, solamente le faltaba, para intentar dar el tiro de gracia, un hecho como el que puso en evidencia la madeja del conflicto de intereses que involucran a un presidente.

Una democracia con una mayoría parlamentaria que pueda asfixiarla seguirá siendo precaria y el desarrollo una posibilidad lejana a menos que se discutan, adopten y respeten reglas de juego que posibiliten una dinámica con mayores equilibrios, más pluralismo en los procesos de decisión y un blindaje que desincentive la colusión entre poder político y poder económico. Pero la dinámica que se puso en marcha con el proceso de  parece confirmar que esa agenda es pura fantasía.