Todo ha cambiado de golpe. Aún estamos tratando de entender lo que esto significa en nuestras vidas. Si en algún momento pensamos que nuestros hijos volverían al colegio tras unas semanas de “vacaciones extendidas”, hoy nos vamos haciendo a la idea de que van a quedarse en casa posiblemente el resto del año o más.
La preocupación y la angustia van ganando terreno. Es duro lidiar con el trabajo remoto (o, peor aún, la falta de trabajo), las tareas domésticas y la atención 24/7 de los hijos y sus deberes escolares, sin mencionar los propios temores. Y sobre esto se monta la preocupación por el “futuro académico” de los hijos.
El sector público parece estar respondiendo mejor que muchos colegios privados, con una estrategia bastante buena, inclusiva y multilingüe, que se enfoca en la construcción de sentidos. Mientras tanto, los colegios privados de bajo costo no encuentran cómo afrontar el reto. Otros colegios privados logran “adaptarse”, pero están exigiendo que sus estudiantes se conecten por video de 5 a 6 horas diarias. Fichas, tareas, investigaciones, con el afán de mantener a los estudiantes ocupados, a los papás tranquilos y a la UGEL satisfecha. Basta. Nada de eso funciona, es más, hace daño.
Lo más importante en estos momentos no es lo académico, sino el bienestar. Si tus hijos se sienten tranquilos, acogidos, acompañados, bien tratados, podrán aprender otras cosas. Si no están bien, enfócate en lograr lo primero.
La verdad es que el contenido que tu hijo aprende y las competencias que desarrolla en un año escolar los podría aprender con pausa y sin prisa en la mitad de tiempo, incluso menos. Lo que pasa es que en el colegio todos tienen que avanzar al mismo ritmo. La educación escolar tradicional es ineficiente porque está diseñada para atender en masa. ¿Para qué reproducir eso online, donde además tienen a los estudiantes en ‘mute’?
Imaginemos por un momento cómo sería si los niños y niñas pudieran aprovechar al máximo su tiempo de aprendizaje avanzando a su ritmo. Cada quien lee el libro que le interesa leer, escribe sobre los temas que le interesan, no lo que se manda a toda la clase. Usa softwares adaptativos para aprender a su ritmo. Estos detectan sus errores y pausas, y le dan exactamente lo que necesita: la explicación y el reto en su zona de desafío. Sus docentes monitorean sus avances en línea y conversan en grupo sobre los retos que van enfrentando y cómo superarlos. Les plantean preguntas abiertas, fascinantes, sobre temas diversos, y cada quien investiga por su cuenta, o en grupos, para al final presentar y debatir lo que hallaron, las sorpresas y las inconsistencias.
Aunque suene a privilegio, este podría ser un importante ecualizador, al ofrecer acceso al conocimiento global a todos los estudiantes y docentes, y una forma más eficiente, profunda y divertida de aprender y enseñar. Claro, siempre y cuando se invierta con fuerza en cerrar la brecha digital y se confíe a los docentes un nuevo rol, propio de este milenio. Los esfuerzos del Ministerio de Educación van en esa dirección, aunque se montan en un sistema educativo extremadamente tradicional. Se requerirá un esfuerzo mayor y sostenido, y aun así, no planteo que esta sea la solución de todos los problemas. Simplemente puede ser una oportunidad de impulsar un cambio sumamente necesario.
Dado este contexto, miles de familias revalúan su apuesta por la educación privada. ¿Será mejor que la pública en estas condiciones? ¿O que el ‘homeschooling’? Nunca ha quedado más claro lo roto que está nuestro sistema educativo. Lo mejor que le podría pasar a la educación en el país sería una apuesta masiva de las familias de clase media por la educación pública, y una educación pública que logre responder a los retos de estos tiempos con un enfoque verdaderamente ‘blended’, que aproveche lo mejor de la tecnología para cerrar brechas. ¿Será que esta crisis nos lleva a dar el salto que necesitábamos?
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