El Tea Party, los White Anglo-Saxon Protestant (WASP), Marine Le Pen, el Ku Klux Klan, entre otros predicadores de la ideología del odio, la discriminación y la exclusión están de plácemes con la elección del magnate multimillonario Donald Trump. Se trata de un ‘tycoon’ pedante e insensible con el prójimo que predica un discurso muy común entre algunos estadounidenses, en donde el ganador, el que triunfa, es el que tiene plata y los otros son perdedores, pobres y miserables.
A lo largo de la historia política de Estados Unidos, sobre todo si tomamos como referencia las elecciones presidenciales durante el siglo XX y lo que va de este siglo, nunca llegó a la primera magistratura un empresario. Hubo intentos como el de Rockefeller, pero no tuvieron éxito.
No tiene nada de malo que un empresario sea presidente en cualquier país pero hay “empresarios” y empresarios. Precisamente, Donald Trump pertenece a la clase de empresarios entrecomillados. Es xenófobo (tiene fobia a los de afuera, a lo foráneo, a lo extranjero), racista, de actitud y discurso político autoritarios, ultraderechista, vale decir reaccionario, populistón y misógino (desprecia a las mujeres), machista, soberbio, insolidario y homofóbico.
Arremete contra los latinos (o sea, nosotros que estamos detrás del Río Grande), representados por los mexicanos. Pero no solo eso, también contra los musulmanes, identificados con los árabes, los que para él son terroristas, sin distinguir esta práctica criminal con los millones de creyentes de esta religión. Una generalización que demuestra su desprecio por otros pueblos y otras culturas, cuando musulmanes no son solo la mayoría de los árabes, porque los hay cristianos y judíos, sino turcos, iraníes, indonesios, pakistaníes y en gran parte de la India.
¿Qué pasaría si en uno de sus arrebatos, Trump decidiera construir un muro a lo largo de una frontera de aproximadamente 3.000 kilómetros? Sería una desgracia y el oprobio para toda América y el mundo. Un muro que nos separa, que nos dice aquí nadie entra pero nosotros sí podemos ir a tu país y a cualquier lugar del mundo. ¿Cómo van a reaccionar las Naciones Unidas, los demás gobiernos y los presidentes de América Latina ante tan inhumana idea y propuesta, ante semejante posibilidad?
Trump es un ‘underdog’, una especie de ‘outsider’ que navega en el sistema democrático pero despotricando contra sus valores fundamentales de libertad, igualdad y dignidad. También es un ‘party switching’, un migrante político que cambia de afiliación según convenga a sus intereses. Fue demócrata, después republicano, ingresó a un partido poco conocido (el de la Reforma), regresó al demócrata y luego al republicano. Su discurso es de odio a los que no son suyos, a los que no piensan como él y muchos lo apoyan porque tienen la misma manera de ver la vida y el mundo.
¿Por qué muchas personas aprueban discursos como los de Trump, no solo en Estados Unidos, sino en otras latitudes? Creo que hay dos causas. La primera es nuestra poca capacidad de autocrítica, por eso le echamos la culpa al otro de nuestros problemas, tragedias y desgracias. La segunda es la tendencia a la sumisión ante líderes autoritarios que nos prometen grandes y demagógicas soluciones y logran trocar la libertad por la seguridad, como sucedió, por ejemplo, con Hitler.
Trump es la encarnación de esa mentalidad incapaz de reconocer al otro, al distinto, al diferente. Una mentalidad antidemocrática, porque en el fondo la democracia, entre otras cosas, implica el reconocimiento del otro, como bien afirma Alain Touraine. Y si esto no se acepta, si se rechaza como cuestión previa, la democracia pierde su esencia. Empieza a agonizar, y con ella la política basada en sus principios.
Con políticos como Trump –que son varios–, con gente que piensa como ellos –que son muchos–, vamos a asistir a la agonía de la democracia. Por eso las fuerzas democráticas de Estados Unidos y del mundo deben responder a esta nueva corriente que amenaza seriamente los valores democráticos, como lo han hecho los jóvenes estadounidenses, que indignados han salido a protestar.
¿Quién podrá más? ¿La voluntad de un presidente o el sistema de ‘checks and balances’ y los valores que dieron nacimiento a la nación más poderosa del mundo?