Trump y la guerra de las palabras, por Juan Carlos Chávez
Trump y la guerra de las palabras, por Juan Carlos Chávez
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Los ataques del presidente contra un grupo de medios de comunicación podrían ser interpretados como el derecho legítimo de un mandatario de poner en duda aquello que considere que no se ajusta a la verdad de los hechos. 

Para los que estamos sumergidos en la industria periodística y le tomamos el pulso a la política, sabemos que las críticas que nacen en la cúpula del gobierno generalmente responden a otros intereses. 

En el caso de Donald Trump no hace falta ser adivino para entender hacia dónde va la artillería pesada contra el llamado “cuarto poder”. Se trata de una guerra avisada contra esa prensa que ya ponía en duda las afirmaciones y denuncias del magnate de bienes raíces cuando todavía no había llegado a la Casa Blanca y estaba en plena campaña electoral. 

No es la primera vez que un mandatario estadounidense y en ejercicio critica abiertamente el quehacer periodístico y rechaza la línea editorial de un medio que no comulga con sus ideas. Lo hizo el presidente Richard Nixon cuando se destapó el Caso Watergate, en 1972. Dos años más tarde, la crisis política que intentó hacer a un lado provocó su dimisión. 

Pero, sin lugar a dudas, la forma en que arremeten Donald Trump y sus asesores va más allá de cualquier punto de vista o comentario en amplitud modulada. Lo suyo se ajusta al estilo de las rabietas y denuncias de muchos dictadores y presidentes de mano dura que hemos visto en varios países de nuestra región, y que desean gobernar como si estuviesen en su casa. 

No se trata entonces de críticas solventes o declaraciones que alienten un sana discusión sobre una noticia o hecho en particular. Lo de Donald Trump podría ser entendido como una estrategia para confundir a la ciudadanía y armar un estado en el que todo lo que se publica o difunde no tiene validez y raya en la chismería. 

Las acusaciones van dirigidas a desacreditar el ejercicio periodístico con el objetivo de frenar y disminuir su alcance y rol en una sociedad democrática. 

Muchas autoridades que no se sienten cómodas con una prensa que analiza al detalle sus acciones y verifica todo lo que dice celebrarían el posicionamiento de medios de comunicación afines a la causa oficial. De esta manera, se quitarían un peso de encima y tendrían luz verde para hacer lo que se les venga en gana. 

En Estados Unidos no se ha llegado al punto de la censura o la imposición de leyes draconianas que no permiten la investigación veraz y oportuna. Sin embargo, los ataques del presidente podrían abrir el camino para restarle puntos al periodismo independiente y generar un clima de confusión. 

Un ambiente de esta naturaleza no solo desgastaría a los medios que no hacen filas con el gobierno, sino que los arrinconaría peligrosamente. Las consecuencias podrían ser nefastas, ya que estaríamos ante un período carente de intercambio de ideas y se validaría, a ciegas, el populismo y la demagogia. 

Recientemente las críticas de Donald Trump tomaron un nuevo giro cuando se atrevió a calificar a la prensa de “enemiga del pueblo” y marginó a ciertos periodistas y reporteros por considerarlos “deshonestos”. 

Acusar a los medios de difundir noticias falsas y agredirlos sin evidencias, como si fuesen partidos de oposición, alimenta el caos. Felizmente periódicos como “The New York Times” o el “Washington Post” no han bajado la guardia. Tampoco lo han hecho cadenas como NBC, CNN, CBS Y ABC. 

Más de uno se preguntará ahora quién resultará victorioso en esta guerra de palabras. A título personal, hago votos por la prensa independiente, pero creo que al final todos saldrán heridos.