Como Trump, solo hay uno, por Juan Carlos Chávez
Como Trump, solo hay uno, por Juan Carlos Chávez
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El último debate presidencial que se realizó hace dos días en la Universidad de Nevada, en Las Vegas, podría haber sido la gran oportunidad del candidato republicano Donald Trump para mejorar su imagen, ganar todos los votos que sean posibles y hacerle un favor a su partido.

Los primeros 30 minutos del encuentro dieron la sensación de un cambio saludable en Trump. Se mostró serio y calmado hasta que empezó a perder la brújula y a simplificar el desarrollo de temas de interés nacional, como política exterior.

El puntapié final (aunque en contra de sus propios intereses) llegó cuando el magnate de bienes raíces dijo no estar completamente seguro sobre el hecho de aceptar los resultados del 8 de noviembre. 

En una nación que se jacta de mantener una democracia de largo aliento y en la que los candidatos suelen aceptar los resultados sin mucho drama, los comentarios de Trump –lejos de llamar la atención y marcar titulares de prensa– parecen haber terminado por espantar a los electores indecisos e independientes. Y eso es algo que las filas republicanas no se lo perdonarán.

En el lado demócrata, Hillary Clinton afianzó su posición de liderazgo en las encuestas de intención de voto. En temas como la administración del seguro social, el aborto, la inmigración y el control de armas,  Clinton mostró solvencia y argumentos que hemos escuchado anteriormente en sus giras de campaña. Para quienes han seguido el pulso electoral, al menos en los recientes dos o tres meses, no se encontraron con mayores sorpresas. 

El momento más incómodo de Clinton pudo haber sido cuando Trump calificó, con nota desaprobatoria, los 30 años de experiencia política de la ex secretaria de Estado. Pero la demócrata supo virar el foco de atención. 

Algo similar ocurrió en el segundo debate con los cuestionamientos sobre la Fundación Clinton y el doble discurso que se le achaca a la candidata demócrata en el ámbito público y privado. Todas estas acusaciones quedaron en el aire cuando Clinton desvió la discusión de estos temas con referencias sobre Rusia, el hackeo del sistema electoral y la figura de Vladimir Putin.

En comparación con los otros dos debates presidenciales, el último encuentro dio más espacio para el tratamiento de asuntos que no se abordaron con detalle. Y Clinton superó a su rival.

Lo hizo cuando se abordó el rol y la importancia de la Corte Suprema. Su defensa sobre el derecho de las mujeres o el control de armas en la población civil, sin abandonar o desconocer la integridad del derecho que respalda la Segunda Enmienda de la Constitución, fue categórica.

A estas alturas de la campaña presidencial será una tarea casi titánica para el candidato republicano igualar, o acaso aproximarse, en la intención de voto que ha conseguido Clinton. 

Con menos de tres semanas en el calendario para la celebración de las elecciones, Trump está dando cada vez más señales de un desgaste político que está afectando a los candidatos del Partido Republicano que por primera vez se asoman a la arena política y a quienes buscan la reelección en sus cargos.

Dicho esto, y a pesar del torrente de acusaciones que se escucharon en el debate del miércoles, la percepción de la opinión pública es que fue el mejor encuentro de la peor campaña presidencial de la historia estadounidense. 

Otros detalles sobre el tercer debate quedarán en el olvido, en buena cuenta por los sorprendentes comentarios de Trump sobre el curso de las elecciones y los resultados con los que culminará la jornada de noviembre.

Trump cometió un pecado político al decir que no sabe aún si aceptará los resultados de noviembre. Y quizá también pagará una nueva factura con el voto femenino al haber calificado a Clinton de repugnante.

¿Habrá cavado Trump su propia tumba y pisoteado sus aspiraciones de llegar a la Casa Blanca? Al menos eso parece.