"El país pagará un alto precio si las obsesiones del presidente perduran". (Ilustración: Rolando Pinillos).
"El país pagará un alto precio si las obsesiones del presidente perduran". (Ilustración: Rolando Pinillos).
Anne O. Krueger

En el siglo XIX, más del 70% de los trabajadores estadounidenses eran agricultores. En el 2017 esa cifra no superaba el 2%. En 1970, alrededor del 32% del empleo privado se encontraba en industrias de fabricación de bienes. En el 2018 la cifra era 13,5%. Los sectores dinámicos de la economía estadounidense son los de servicios; pero el presidente Donald Trump, obsesionado con las viejas industrias fabriles, no parece entenderlo.

Mucha gente (incluido tal vez Trump) piensa que este sector está formado por personal de limpieza, mantenimiento y gastronomía. Pero también incluye el transporte, la informática, los servicios profesionales y empresariales, la educación, el entretenimiento, etcétera. En Estados Unidos, la mayor parte de los empleados de servicios trabajan en transporte y servicios públicos, educación, atención de la salud y servicios empresariales. Y eso sin contar a los autoempleados.

Para la mayoría de los observadores, las actividades más modernas y dinámicas de la economía y muchos de los empleos mejor remunerados están en los servicios. En general, el empleo en producción de servicios constituye el 70% del empleo total en el sector privado.

Las razones para el paso de bienes a servicios son casi las mismas que explican el paso de la agricultura a la industria, cuando al volverse más rica, la gente empezó a gastar una parte mayor de sus ingresos en bienes no agrícolas y menos en alimentos. En tanto, la productividad agrícola crecía más rápido que la demanda, de modo que el capital y la mano de obra se trasladaron a los sectores productores de bienes.

Esa misma tendencia continúa, pero ahora se deriva una parte mayor de los ingresos al consumo de servicios. Conforme crecen el ingreso per cápita y la productividad, la gente dedica una mayor parte del presupuesto de consumo a turismo y viajes, entretenimiento, etcétera. Y las empresas gastan más en servicios financieros y empresariales.
Estados Unidos tiene la suerte de llevar la delantera mundial en muchos servicios. En el 2017, exportó servicios por 798.000 millones de dólares, y los importó por 542.000 millones. Las exportaciones de servicios vienen creciendo velozmente, con un alza del 275% desde el 2000, que supera el 192% de incremento de las exportaciones de bienes.

En vista de esta tendencia, todas las economías avanzadas se enfrentan al importante desafío de dar apoyo a los trabajadores productores de bienes cuyos puestos de trabajo desaparecen y facilitar su transición al empleo en servicios. A medida que el cambio tecnológico acelere el declive del empleo fabril, la respuesta política adecuada debe ser ayudar a los trabajadores vulnerables y facilitar la expansión de las industrias incipientes, donde la demanda y el empleo aumentarán más rápido.

Después de la Segunda Guerra Mundial, las economías ganadoras fueron aquellas cuyas autoridades dieron apoyo a la economía real mediante inversiones en infraestructura, educación/capacitación y atención de la salud, y reforzando la capacidad de los mercados privados para elegir entre las nuevas industrias. Las perdedoras fueron aquellas cuyas autoridades se opusieron al mercado y apoyaron a industrias en decadencia.

La administración Trump está siguiendo el camino de las economías perdedoras. Trump se queja del “balance comercial” referido a bienes, pero no tiene en cuenta los servicios, y lamenta el cierre de fábricas cuya producción estaba estancada o en retroceso.

El déficit de cuenta corriente surge del balance entre gasto y producción. Pero lo que importa es el balance combinado de bienes y servicios. Los turistas extranjeros que viajan a Disney World, la gran demanda extranjera de lugares en las universidades estadounidenses y los gastos de extranjeros por los servicios de Google, Amazon y otras empresas proveedoras de servicios son prueba del liderazgo de Estados Unidos en las industrias nuevas. Ponerle aranceles a las importaciones para proteger viejas industrias productoras de bienes es ignorar la dinámica del crecimiento; y no ayuda en nada a las industrias incipientes (a las que, de hecho, el proteccionismo debilita).

El déficit de cuenta corriente se debe en parte a que hay más interés de los extranjeros en invertir en Estados Unidos que de los estadounidenses en invertir en el extranjero. Es un síntoma de vitalidad estadounidense. También puede deberse en parte a exceso de gasto de los estadounidenses. De ser así, la respuesta adecuada es a través de la política monetaria y fiscal, no tratando de proteger a las viejas industrias.

El periodista Bob Woodward del “Washington Post” cuenta en “Fear”, su libro acerca de la administración Trump, que Gary Cohn, entonces asesor económico principal de Trump, en un intento de persuadir al presidente de que diera más importancia a los servicios, le preguntó si pensaba que los trabajadores preferirían estar todo el día de pie en una fábrica o sentados ante un escritorio en una oficina con aire acondicionado. La misma pregunta se puede expresar de otro modo: ¿preferirán los estadounidenses un crecimiento más lento y bienes más caros de la “vieja industria”, o crecimiento más veloz, abaratamiento de bienes y un excedente de ingresos para gastar en servicios?

El país pagará un alto precio si las obsesiones del presidente perduran.