El bicentenario del Perú llega en uno de sus peores momentos. Por un lado, una pandemia que ha dejado a todos de luto y a muchos en la ruina económica; por el otro, unas elecciones que han partido al país en dos y que han dejado a la democracia colgando de un hilo (para comenzar, ¿hará Castillo, de ser proclamado, lo que dice?). Sin otra pretensión que compartir algo que, por sentido común, puede hacer la diferencia en el reto de reconciliarnos y salir adelante, escribo este borrador de una “hoja de ruta moral”.
a) Hacer nuestro trabajo. Todos nos dedicamos a algo, cumplimos un rol, somos responsables de una parcela del mundo: somos asesores de empresas, trabajadores de limpieza, funcionarios públicos, obreros, médicos, etc. Ese rol que ocupamos viene con un puñado de deberes que hemos asumido libremente. Por ejemplo, como profesor e investigador universitario, debo preparar mis clases, escribir artículos académicos, corregir exámenes, etc. Si yo hago bien mi trabajo, mis alumnos aprenderán y el conocimiento se incrementará. Por lo mismo, si todos hacemos diligentemente nuestro trabajo, las empresas van a florecer, la ciudad estará limpia, las partidas de nacimiento se emitirán correcta y oportunamente, las casas no se caerán, los enfermos recobrarán la salud, etc. En suma, las cosas funcionarán. Y si las cosas funcionan, todos nos beneficiamos.
b) Respetar las leyes. Las leyes ponen orden en la sociedad. Establecen mínimos morales. Garantizan la justicia. Nos dicen, por ejemplo, que no debemos sobornar autoridades, que la jornada laboral es de 48 horas semanales, que los semáforos deben respetarse, que los contratos no se rompen unilateralmente, etc. Al ocuparse de mínimos morales, no hay nada heroico o admirable en cumplir las leyes. Pero al igual que con el llamado sobrio a hacer nuestro trabajo, el cumplimiento de las leyes hará una gran diferencia en nuestro país. Siguiendo con los ejemplos anteriores, la corrupción, la explotación laboral, los accidentes de tránsito y las estafas se reducirán significativamente. Nos ahorraremos mucho sufrimiento, pues gran parte del sufrimiento humano es causado por el quebrantamiento de las leyes.
c) Ayudar al prójimo. La ética contiene un código moral que la humanidad comparte y conoce naturalmente. Este código contiene deberes básicos, como el deber de ayudar al prójimo. Pero el prójimo somos todos, empezando por los más necesitados: el enfermo, el huérfano, el extranjero, el anciano, etc. ¿Cómo ayudarlos? Con donaciones, pero también con voluntariado. En el caso del voluntariado, además de atacar el sufrimiento, este tiene un poder adicional: el de promover la amistad cívica, esa misma que Aristóteles (Grecia, 384–322 a. C.), en la Ética a Nicómaco, llama “concordia”. Todos los que han hecho voluntariado por al menos una temporada coincidirán: es una experiencia extraordinaria que une a las personas como pocas cosas hacen. Estando, como estamos, viviendo en un estado de gran discordia, el voluntariado se vuelve casi una necesidad.
Entonces, hagamos nuestro trabajo, respetemos las leyes y ayudemos al prójimo. Por supuesto, todo esto con una pizca o más de pensamiento crítico: la directiva de la empresa puede ser inmoral, la ley del Estado puede ser injusta y la organización a la que apoyamos con nuestro dinero o tiempo puede (sin quererlo) empeorar, en lugar de mejorar, las cosas. Pero por lo general no es así, así que la validez de este esbozo de una “hoja de ruta moral” permanece y promete mucho más que cualquier pelea en Twitter, Facebook o WhatsApp.
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