"El clima político en el país necesita una agenda de sinceramiento nacional. Sin un ejercicio de humildad de nuestros diferentes liderazgos, tal vez podremos deshacernos de Castillo, pero en última instancia seguiremos regidos, como diría el poeta, por los dados eternos". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"El clima político en el país necesita una agenda de sinceramiento nacional. Sin un ejercicio de humildad de nuestros diferentes liderazgos, tal vez podremos deshacernos de Castillo, pero en última instancia seguiremos regidos, como diría el poeta, por los dados eternos". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Alberto Vergara

Nuestra historia está llena de puntos de quiebre que no quebraron nada. O muy poco. El ejemplo más reciente fue la victoria ciudadana al botar del poder a Merino y su asonada legislativa. Aquel episodio pareció lograr cierto consenso nacional contra la corrupción y la arbitrariedad, y muchos creyeron que establecería un antes y un después en un país que iba en caída libre. Pero no pasó. Como está claro hoy, lo ocurrido entonces constituyó un punto de quiebre que no quebró nada.

Hoy, como en aquellas jornadas, el repudio al se asienta y el pedido de renuncia hacia el presidente se extiende. Y si la ciudadanía terminase obligándolo a renunciar, sería justo porque este gobierno ha sido, antes que nada, una ininterrumpida falta de respeto. En nueve meses el Ejecutivo ha demostrado que su objetivo es, como en la canción de Los Saicos, demoler, demoler, demoler. Para , la vida, más que una tómbola, es una repartija y nos va a desangrar a punta de cuotear puestos entre mediocres y rufianes. En su gobierno consideran que al ganar la presidencia adquirieron derecho de rapiña sobre lo público. Y esto no refiere solamente a los nombramientos, sino al desprecio por la vida de los peruanos al entregar, por ejemplo, la salud y el transporte a funcionarios que con sus decisiones se comportan, en la práctica, como matarifes. Y el presidente ha dejado en claro una y otra vez que no piensa enmendar. Cada día pareciera desafiarnos con algo que suena a “así nos comportamos nosotros, si no les gusta, a ver sáquennos pues”.

En cuatro años habrán destrozado la poca capacidad regulatoria estatal. Pero no podrían hacerlo sin la complicidad del . Debajo de la retórica, Ejecutivo y Legislativo están cómodos. Don roto y doña descosida. El Congreso carece de una postura democrática que enfrente la demolición. Más bien, como deja en claro la cuestión del transporte y Sunedu, constituyen una coalición antirregulatoria. Dos caras del mismo problema. Por eso la amenaza no es únicamente que Castillo se quede hasta el 2026, el peligro es que se queden ambos.

¿Es posible forzar las elecciones generales? Y, más importante aún, ¿podrían estas revertir el hundimiento nacional? Ambos resultados necesitan diferentes condiciones. La primera implica una movilización ciudadana más contundente que lo visto hasta ahora. Porque los miembros del Ejecutivo y los congresistas no están dispuestos a terminar anticipadamente la mejor época de sus vidas. No hay ahí ninguna entereza. Solo renunciarán si no hay de otra. Esto requiere, entonces, cacerolazos diarios, protestas descentralizadas, pedidos de firmas y cuanta iniciativa se pueda sumar. Las declaraciones de gobiernos regionales, universidades, alcaldías, la Defensoría del Pueblo o del Consejo de Estado serán infructuosas sin una movilización importante. Pero esto requiere a gritos líderes democráticos. Porque la derecha se entregó a unos liderazgos cavernarios y el activismo de izquierda se hizo oficialista. El Perú democrático no tiene representación social ni política.

Ahora bien, conseguir esas elecciones generales anticipadas no es solo asunto de aporrear ollas. Y, menos aún, si se pretende que los comicios marquen un cambio de rumbo en el país. Defenestrar a Castillo sin más será otro punto de quiebre que no quiebre nada. Si a estas alturas alguien piensa que la prebenda, la mediocridad y el hampa son monopolio de algún grupo político o de alguna tendencia ideológica, está razonando fuera de la taza.

Por tanto, además de la presión ciudadana, es indispensable pensar en alguna plataforma política que procure recobrar la sensatez en el Perú y acercar a sectores cansados de irracionalidad. A esa plataforma yo le llamaría la MPC: mesa por la cordura. (También podría ser la “mesa de lucha contra la locura”). Pienso que no hay forma de acabar con la desmoralización nacional si no hay un gran mea culpa nacional. El punto de partida de dicha plataforma sería la aceptación de que el año pasado el Perú político se dejó arrastrar por la polarización hasta la irracionalidad y que debemos acabar con ese clima. Presas del terror e incomprensiones de uno y otro lado, el país devino esta nave de los locos. Entonces, cada uno podría asumir su responsabilidad y renegar de su comportamiento. Por ejemplo, parte de la izquierda, en lugar de invocar traiciones, lamentaría haber sostenido por tanto tiempo a Castillo, pero nos explicarían que, fueteados por el antifujimorismo, terminaron percibiendo a Castillo como a un emancipador secular, aun cuando se sabía que había sido compinche de Becerril y que llegaba con sus dinámicos. Envenenados de polarización, concederían, nos equivocamos, disculpas.

Parte de la derecha, política y empresarial, a su vez, podría explicar que aterrorizados, metieron la pata creyendo que Keiko Fujimori encarnaba la libertad y el progreso y que, aún peor, apoyaron la idea de un fraude que nunca existió. Envenenados de polarización, concederían, nos equivocamos, disculpas.

Y los medios tradicionales procurarían recuperar la confianza de la ciudadanía. Algunos diarios, por ejemplo, podrían reconocer que el manejo de sus portadas durante la campaña fue sesgado. Y la televisión lamentaría haber resbalado en el criptoperiodismo o en desmontar equipos de investigación justo cuando más los íbamos a necesitar.

En síntesis, el país tiene que afrontar que, si bien hoy Castillo es el problema mayor, nuestra debacle ha sido construida de a pocos y por todos. Una vez que lo aceptemos con responsabilidad, podremos pensar en cambiar de rumbo. Una MPC podría ayudar a ese propósito. No pienso en un partido, sino una plataforma de acercamiento para recuperar lo que se nos ha escurrido de las manos. Un espacio de indignación, conversación y acción que debería poder convocar a gente como –y aquí solo pienso en voz alta– Roberto Chiabra, Rocío Silva Santisteban, Indira Huilca, Jean Paul Benavente, Fernando Cillóniz o Mesías Guevara. La MPC debería hablarle al Perú democrático que hoy está desmoralizado y dramáticamente subrepresentado.

Además de esta labor de sinceramiento nacional, una MPC podría abocarse a otras tareas. Por ejemplo, ser un espacio de coordinación para contener al gobierno saico que no va a dejar de demoler. Es decir, trabajar desde el disenso, antes que soñar con algún vasto consenso. Otro ejemplo: si gracias a la presión ciudadana el Ejecutivo y Legislativo cayeran, esta MPC podría empujar un acuerdo con un paquete mínimo de reformas políticas. O, finalmente, como ha escrito Antonio Zapata ayer, el desgobierno en el que estamos probablemente se agravará y desembocará en alguna intentona golpista. La MPC debería ser también un dique contra cualquier proyecto autoritario.

Me dirán que no es razonable pensar que los líderes peruanos se sumen a algo así. Seguramente. ¿Pero cuál sería la alternativa? El Congreso no contiene al Ejecutivo. Alguien debe intentarlo. Pero, además, ante el escepticismo vale la pena recordar a Bernard Shaw: el hombre razonable se adapta al mundo y el no-razonable intenta que el mundo se adapte a él; ergo, todo progreso depende del hombre no-razonable.

El clima político en el país necesita una agenda de sinceramiento nacional. Sin un ejercicio de humildad de nuestros diferentes liderazgos, tal vez podremos deshacernos de Castillo, pero en última instancia seguiremos regidos, como diría el poeta, por los dados eternos.