Somos una ciudad ruidosa y estamos acostumbrados a ella. La semiparalización económica nos permitió redescubrir el valor de la calma y los efectos del mínimo ruido en la ciudad.
Los niveles de ruido excesivo afectan la calidad de vida de la población, que se traduce en mayores riesgos para la salud tales como el desarrollo de enfermedades cardiovasculares, pérdida de audición, hipertensión, afectación del sueño, zumbido de oído, estados de molestia y enojo frecuente, entre otros.
PARA SUSCRIPTORES: El país del arca de la alianza, por Marco Kamiya
El gradual reinicio de las actividades económicas es una oportunidad para fortalecer el compromiso por la gestión de ciudades sostenibles. Ello implica diseñar formas innovadoras para reducir la contaminación sonora, de modo tal de contribuir con el bienestar del ciudadano y crear valor social.
El Observatorio de Políticas Públicas de la Universidad del Pacífico realizó una medición de nivel de ruido durante la cuarentena e identificó cuatro puntos en Lima, durante la segunda y tercera semana de aislamiento, donde se concluyó que los niveles de ruido estaban por debajo de los 55 decibeles (cifra recomendada por la Organización Mundial de la Salud).
Los puntos fueron la Avenida Salaverry en Jesús María que registró 1,42 decibeles; la avenida Los Ángeles en Ate con 37,77 decibeles; Trébol de Javier Prado con 43,29 decibeles; y la avenida Angelica Gamarra en Los Olivos con 46,8 decibeles.
¿Por qué es importante esta medición? En el Perú el marco regulatorio para atender este problema está orientado a cumplir con los objetivos de la Política Nacional del Ambiente, la Ley General del Ambiente, entre otros, que refieren a establecer regulaciones para reducir la contaminación sonora.
De igual forma, de manera institucional se exige de la participación y articulación de los tres niveles de gobierno: nacional, regional y local.
En el caso de los gobiernos locales tienen el reto de innovar en los criterios de planificación y zonificación urbana incorporando la gestión de ruidos, así como diseñar sistemas de monitoreo y reporte que faciliten la sensibilización de la población y contribuyan con información para mejorar las decisiones de los actores públicos como privados.
De igual forma, el fortalecimiento de las capacidades de los funcionarios y actores locales es clave para articular y armonizar los programas, proyectos e iniciativas locales en un marco de reducción de la contaminación sonora.
En este contexto, la articulación intersectorial es necesaria, así como el comportamiento ciudadano responsable para reducir la contaminación sonora. Durante esta pandemia, se evidenció que la conducta y responsabilidad de la ciudadanía son factores clave para asegurar el logro del objetivo que se proponga.
Esta nueva etapa de reinicio de actividades, en un marco de COVID-19 activo, exige alinear esfuerzos para una lucha efectiva contra la contaminación sonora.
Se aprecian oportunidades para fortalecer la interrelación entre ciencia y políticas públicas, donde la articulación de esfuerzos entre el sector público, privado y la academia contribuyan con respuestas consistentes y efectivas para combatir la contaminación sonora.
La acción colectiva de la ciudadanía organizada para impulsar iniciativas efectivas y perdurables como uso creciente de transporte no motorizado, reducción en el uso de bocinas, uso de barreras acústicas, respeto de horarios y control de ruidos en eventos de entretenimiento apoyará con la reducción de la contaminación sonora.
¿Podemos tener ciudades libres de contaminación sonora? Sí, pero se requiere el compromiso de todos.