La anunciada crisis alimentaria y la continua amenaza de nuevos golpes virales son razones suficientes para hacer una pausa en la conflictividad política y social, y reenfocar la agenda en lo más necesario. El impacto que dejó la pandemia sobre lo educativo, sin duda, es un punto de dolor que requiere urgente alivio.
Lo más importante, tan pronto se cumpla con la promesa fallida de un 100% de escuelas con presencialidad, será recuperar la matrícula de educación inicial y su ritmo de crecimiento. Luego de que su tasa neta de matrícula, según la Encuesta Nacional de Hogares (Enaho), alcanzara un 94% en el 2019, ocho puntos porcentuales por encima del 2014, en el 2021 cayó al 86%. Es decir, sufrimos un retroceso de siete años en la cobertura de este derecho educativo.
Las razones son obvias: sumada a la baja prioridad que tiene la educación inicial para las familias peruanas, como sucede en otras partes del mundo, está la mayor dificultad para realizar clases a distancia para las y los niños de tres a cinco años.
Lo paradójico es que existe una abundante evidencia que señala que la inversión en educación en este ciclo de vida tiene el mayor impacto sobre el potencial de desarrollo de las personas. Pero esta información no puede transformarse en mejores políticas que atenúen el golpe para esta infancia.
En el caso de la educación primaria, de acuerdo con la Enaho, la tasa neta de matrícula en el 2021 fue del 97%, similar a la del 2019, y para la educación secundaria, del 83%, cerca a la del 2019. En estos ciclos de vida, lo urgente será recuperar los aprendizajes.
Para el caso de la primaria, los aprendizajes arrastraron retos previos a la pandemia. Según el Ministerio de Educación (Minedu), los resultados en matemáticas y lectura para segundo grado de primaria cayeron en el 2018 y el 2019. Ello se pudo deber, en parte, al fenómeno de El Niño costero y a la prolongada huelga de maestros del 2017.
Estos niños debieron revertir estos resultados en el 2020 y el 2021, pero lamentablemente tuvieron que saltar a una educación a distancia de baja calidad. Es decir, estos peruanos, que ahora cursan quinto y sexto grado, no tuvieron una primaria bondadosa. Su esperanza está cifrada en la secundaria.
Pero la secundaria, lamentablemente, tiene sus propias falencias: el Minedu mostró que en segundo de secundaria los resultados satisfactorios en matemáticas y lectura eran apenas la mitad de lo alcanzado en cuarto de primaria, con especial retraso en las zonas rurales.
La evidencia internacional ha demostrado que las clases a distancia por más de seis meses, incluso en los países mejor preparados para ello, podría ocasionar un retroceso de las competencias por debajo del mínimo requerido, con serias afectaciones sobre la generación de ingresos futuros por la pérdida de capital humano.
A diferencia de otros países de la región, que por lo menos implementaron una evaluación nacional de sus aprendizajes durante la pandemia, el Perú no lo hizo. De ahí la importancia de efectuarla para diseñar mejores políticas ante la crisis alimentaria y el potencial rebrote del virus que se avecinan.
Una aproximación a esta afectación para los más vulnerables se puede deducir a partir de la interacción que tuvo el profesor con sus alumnos. Según la Enaho, la interacción de los alumnos con el docente en los niños del 20% de hogares de menores ingresos fue del 55% y el 77% en el 2020 y el 2021, respectivamente; porcentajes significativamente inferiores al 85% y al 92% obtenidos por los niños del 20% de hogares con mayores ingresos en los mismos años.
Si bien la calidad de los docentes es el factor con más impacto en los aprendizajes, no es el único. La experiencia que produjo la pandemia elevó la importancia de la conexión a Internet y de la tenencia de los equipos necesarios para la educación a distancia en caso de que surjan rebrotes del virus y también para favorecer el aprendizaje autónomo.
Frente a estos retos, lo más urgente será igualar las oportunidades. Según la Enaho, en el 2021, el 82% de hogares con mayores ingresos accedió a la educación a distancia por medio de una plataforma virtual, frente al 31% de los hogares más pobres. Ante la baja conectividad, se encontró que estos últimos fueron más intensivos en el uso de WhatsApp (75%) versus los hogares más pudientes (61%).
Lo anterior concuerda con las brechas de acceso a Internet. En el 20% de los hogares de mayores ingresos, el 71% tiene Internet, en comparación con el 19% de los hogares de menores ingresos. Y si bien la tenencia de celulares es más pareja (96% versus 89%), se sabe que los hogares más pobres cuentan con pocos equipos y de menor tecnología, lo que dificulta aun más su uso para fines educativos.
En el tintero de estas urgencias están aliviar el impacto socioemocional que produjo la pandemia, reducir las brechas en la educación rural, fortalecer la educación técnica, atender el deterioro de la infraestructura, entre otros puntos de dolor cuyo alivio sigue postergado por la constante conflictividad política y social